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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La política exterior del PSOE

LAS DECLARACIONES de Felipe González sobre la política exterior española (véase EL PAIS del 29 de junio) no han mejorado, ni en calidad ni en precisión, las realizadas por el señor Oreja, ministro de Asuntos Exteriores de UCD, dos semanas antes. Tanto en un caso como en otro, esos grandes vectores de la acción exterior de España como nación, de los que habla el secretario general del PSOE, se mantienen en la indefinición, y se mantiene la impresión de que los litigios más candentes de nuestra política internacional son utilizados por los dos grandes partidos como piedras arrojadizas.Felipe González dice que el ingreso de España en la OTAN constituye «el punto central de ruptura» entre la política exterior de UCD y del PSOE, y añade unas inteligentes reflexiones acerca del absurdo que supone ligar esa decisión con la entrada en la Comunidad Europea y la recuperación de la soberanía sobre Gibraltar. También resulta convincente al señalar la insuficiencia de una mayoría parlamentaria simple para adoptar ese compromiso histórico, al exigir un debate nacional en torno al tema y al apuntar el papel diversionista de los problemas internos que puede haber asignado el Gobierno a ese asunto de la OTAN.

Sin embargo, la posición de fondo de los socialistas respecto a la OTAN reviste, en ocasiones, formas de expresión casi incomprensibles. No resulta fácil de entender la congruencia de las frases «no estoy contra la OTAN» y «lo que estoy es en contra de que España se integre en la OTAN», pronunciadas ambas por Felipe González; y la sutileza de su «no a la entrada de España en la OTAN, y no a la dialéctica simplista de OTAN, sí, u OTAN, no, recuerda con exceso el famoso rechazo del fallecido Fernández-Miranda a las trampas saduceas. De otro lado, tampoco resulta muy coherente preguntar si los ciudadanos españoles estarán de acuerdo con el establecimiento en España de bases militares atlánticas dotadas con cohetes Pershing, con el argumento de que tales instalaciones estarían simétricamente amenazadas por los SS-20 soviéticos, y aceptar simultáneamente las bases estadounidenses en España, con el razonamiento de que esos poderosos enlaces estratégicos de las fuerzas aéreas y navales norteamericanas no disponen de forma permanente de armamento nuclear.

El punto más controvertido y difícil de la política exterior del PSOE parece, así, su intento de hacer compatible la defensa de los pactos de defensa bilaterales con Estados Unidos y el rechazo de las relaciones multílaterales atlánticas.

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En esta perspectiva, el neutralismo activo que al parecer inspira, «al margen de esquemas librescos», la estrategia internacional del PSOE y le impulsa a recomendar nuestra participación como «observador permanente» en la Conferencia de Países no Alineados cobra mayores características de indefinición. Los grandes vectores de la política exterior del Estado son para los socialistas, excluido el contencioso de la OTAN, las mismas líneas gaseosas que orientan a UCD. La integración en Europa la participación militar en el bloque occidental -«España está, desde luego, incluida en la defensa de Occidente»- a través del bilateralismo y el carácter prioritario de nuestras relaciones con Latinoamérica y con los países árabes son las cláusulas de estilo de esa doctrina exterior demasiado llena de buenas intenciones, pero escasa de proposiciones concretas.

Algunas preguntas habría que hacerse respecto a otros puntos de las declaraciones que comentamos: la defensa del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, ¿lleva o no consigo el no reconocimiento del Estado de Israel? Felipe González se sale del problema con la afirmación de que, «a pesar de esta situación particular y coyuntural, nuestro partido está a favor de que España mantenga relaciones diplomáticas con todos los Estados en cuanto esto sea. posible». En el tema de Irán, la exhortación a entender el proceso revolucionario iraní, el pronunciamiento a favor de la liberación de los rehenes y el recordatorio de los apoyos norteamericanos a la sangrienta dictadura del sha coexisten sin mayores problemas en el discurso. La «solidaridad sin condiciones» con Nicaragua y la crítica al Gobierno por no hacer todo lo posible para ayudar a este país no implica, sin embargo, ningún pronunciamiento sobre el resto de los volcanes en erupción en Centroamérica y la política exterior a seguir, por ejemplo, con El Salvador y Guatemala. La profundización de relaciones con México y Venezuela es una orientación parcialmente compartida por el Gobierno. Tampoco la diferenciación entre las dictaduras militares de Argentina y de Chile y la exhortación a que España propicie una salida democrática en ambos países -y, es de suponer, también en Uruguay- se hallan demasiado alejadas de las posiciones de UCD, al igual que las advertencias contra la inoportunidad de una ruptura diplomática con los regímenes autocráticos del Cono Sur. Sin embargo, cabría que la alternativa socialista pudiera concebir proyectos más sugerentes y originales, tal vez en el campo de la cooperación humana y de la acción cultural, en los países de nuestra lengua.

Queda finalmente el tema decisivo de nuestro «flanco sur». También aquí sorprende la incongruencia y falta de alternativas. Que Ceuta y Melilla están habitadas hace cientos de años por ciudadanos españoles, y que nuestro Estado y nuestra sociedad deben defender sus intereses y' salvaguardar sus derechos es un hecho que no debe servir necesariamente para negar la existencia de un contencioso objetivo en este terreno, que antes o. después ha de saldarse con algo más que las declaraciones de españolismo de las plazas, y lo mismo podría decirse respecto a la cuestión Argelia-Marruecos y las posiciones socialistas. En más de una ocasión hemos opinado que nuestro «flanco sur» no es precisamente el escenario de una película del Oeste, con buenos en estado puro y malvados salidos del mismísimo infierno. Las posiciones socialistas no terminan de reconciliar las necesidades objetivas de nuestra acción exterior en el norte de Africa con un cierto arbitrismo de corte ideologizante y emocional.

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