Paulo Evaristo Arns: "Hemos hecho lo posible para que la visita del Papa a Brasil sea sólo pastoral"
El próximo lunes, Juan Pablo II inicia su visita a Brasil. Será el viaje más largo y más denso de su pontificado, ya que en doce días visitará catorce ciudades. Hará en avión más de 30.000 kilómetros. Una de las etapas más importantes de este viaje será la ciudad de Sáo Paulo, la ciudad más industrial y más obrera de Brasil, con once millones de habitantes. Allí abordará el tema del mundo del trabajo.
El líder religioso de Sáo Paulo es el intrépido cardenal Paolo Evaristo Arns, arzobispo de la ciudad. Su primer acto como cardenal llamó la atención mundial: vendió el palacio y sus tierras y se fue a vivir a una casita en uno de los barrios pobres de la ciudad. Durante los dos últimos cónclaves, Arns fue el «papable» de los cardenales progresistas del Tercer Mundo. Mientras la alta burguesía de Sáo Paulo lo ve con malos ojos y manda a Roma informes sobre su actividad demasiado «izquierdista», el gran mundo obrero lo escucha y lo ama. El pasado abril, el cardenal Arns estuvo en el centro de la mayor huelga de la historia de Brasil. Doscientos mil metalúrgicos realizaron un paro de cuarenta días. Siendo una huelga prohibida, algunos líderes sindicales fueron encarcelados. Pero el cardenal, apoyándose en la doctrina de Juan Pablo II sobre la defensa de los derechos del hombre, sostuvo la huelga. Dejó las iglesias disponibles para las reuniones, hizo una colecta en toda la diócesis para ayudar económicamente a las familias de los huelguistas y les ofreció a los metalúrgicos el apoyo jurídico y gratuito de la Iglesia para poder defenderse ante los tribunales.Estos días, el cardenal Arns ha estado con el Papa en Roma ultimando el programa de la visita a Brasil. Este corresponsal conversó con él una hora antes de que se dirigiera al Vaticano para comer con Juan Pablo II.
Pregunta. ¿Qué significará para Brasil esta visita del Papa?
Respuesta. El pueblo lo espera como a un amigo. En Brasil hubo siempre mucha devoción al Papa. Naturalmente, nadie se espera milagros. Pero en un momento en el cual nuestro pueblo está descorazonado por tantos motivos, la presencia del Papa puede ser un motivo de esperanza, lo cual no es poco. Para nosotros los obispos, esta visita debe tener tres coordenadas muy claras: debe ser un viaje único y exclusivamente pastoral, los problemas más agudos de nuestra Iglesia no deberán ser evitados, sino afrontados con coraje. Quienes hoy están trabajando en lo pastoral deberán ser animados y no frenados.
P. ¿Cuáles son esos problemas agudos que, según usted, no deberán ser evitados?
R. Los tres grandes temas que nuestra Iglesia ha analizado en los tres últimos años y de los que el Papa está bien informado: las exigencias evangélicas en la construcción de un nuevo orden político; el tema socioeconómico, como las grandes diferencias en el campo de las propiedades; el asunto de los privilegios descarados de unos pocos en desventaja de la mayoría, y el aumento constante de los pobres. Y, sobre todo, el gran problema político de la tierra, que aquí es la fuente de muchos otros problemas.
P. Pero todo esto, ¿no pertenece más bien a la esfera política?
R. Si por política se entiende «el bien común», todo esto pertenece también a la responsabilidad de la Iglesia, que debe defender al hombre globalmente. Lo que nosotros no haremos nunca es política de partidos. En este campo no estaremos nunca a la oposición.
P. ¿Es verdad que ha habido tensiones en la preparación de este viaje?
R. Lógicamente, cada grupo ha intentado sacar provecho de la presencia del Papa. Pero los obispos hemos hecho todo lo posible para que sea sólo pastoral. Más de la mitad del episcopado ha pasado ya por Roma para informar detalladamente al Papa de los problemas de cada ciudad que visitará. Le hemos pedido, y nos fue concedido, que pudiéramos mandarle un esquema de cada uno de los discursos que deberá pronunciar y que en cada ciudad ahonde en el problema concreto local más importante.
P. En sus encuentros de estos días con el Papa, ¿ha podido hablarle con libertad?
R. Yo le he hecho una exposición muy completa de todos los problemas más espinosos de mi diócesis, que es la más industrial. Y Juan Pablo II me ha hecho muchas preguntas concretas sobre los sueldos, la distribución de la renta en el país y sobre las posibilidades que existen para luchar contra la pobreza. Me ha escuchado mucho, y yo siempre me he negado a calificar de conservadora a una persona capaz de escuchar.
P. ¿Existe aún la tortura en su país?
R. Por lo menos, sistemáticamente, ya no existe. Prácticamente se acabó después de que el periodista Wladimir Herzog y el obrero Manuel Fiel Filhio, en 1975 y en 1976, respectivamente, murieran torturados. La Iglesia se ha opuesto siempre a todo tipo de tortura en nombre de los derechos humanos.
P. Hay quien terne que este viaje pueda acabar en una gran fiesta de teatro sin que el Papa pueda tomar contacto directo con la gente y sus problemas y que pueda desaprobar vuestras experiencias más avanzadas en el campo pastoral, simplificadas en las miles de comunidades de base sin sacerdote. ¿Usted qué piensa?
R. En primer lugar, el brasileño no es un hombre de teatro, es más bien un místico. Al Papa lo verá sólo corno a un amigo. Es cierto que será imposible que el Papa aparezca a sus ojos como un gran personaje lleno de simpatía. Pero la gente podrá hablar con él. En mi diócesis le hablará en público un obrero y le aseguro que no será sólo para decirle «bien venido»... El Papa ha recibido ya miles de informes y de propuestas. Al gran público no hablará de los temas de experimentación de lo pastoral. Si acaso, lo tratará con nosotros. Por ahora, nadie desde Roma ha intentado aún ponernos un freno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.