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CORRIDA EN LAS VENTAS

Garcíarromeros, jamás, nunca más

Los productos de García Romero salieron tan bueyes para los propósitos artísticos y tan bestias, en el más peyorativo de los sentidos de la voz bestia, para la integridad física de los toreros como se esperaba. Siempre igual con los garciarromeros: todos los peligros. garantías ciertas de infarto o de aburrimiento. Jamás, jamás, nunca más garcíarromeros.Tres diestros que torean muy poco, tan verderones y poco placeados como puede deducirse de su forzosa inactividad, tuvieron que medirse con estos animales, en el más peyorativo de los sentidos de la voz animal, y lo hicieron con mucha dignidad

Si llegan a ser figuras las que nos ponen ahí, nos hubiéramos solazado con un adelanto de los Juegos Olímpicos, pues apostamos a que no habrían parado de correr. Los tres modestos -digamos sus nombres: Pepe Pastrana, Paco Aguilar, Pedro Giraldo- también corrieron un poquito al recibo de los regalitos, quién por ahí con el capote partido, quién para tomar precipitadamente el olivo, pero llegado el último tercio se paraban cuanto cabía, aguantaban achuchones, no perdían la cara, carota, que guiaba astifinas astas hacia sus ternos.

Plaza de Las Ventas

Toros de García Romero, serios, broncos, deslucidos. Pepe Pastrana: Pinchazo sin soltar, media trasera tendida atravesada, rueda de peones y tres descabellos (silencio). Pinchazo, metisaca baja, dos pinchazos sin soltar y tres descabellos (silencio). Paco Aguilar: Bajonazo (silencio). Dos pinchazos y media baja (silencio). Pedro Giraldo, que confirmó la alternativa: Estocada contraria y ocho descabellos (silencio). Media delantera (silencio). Un toro de Manuel Cobaleda, de bella estampa, para el rejoneador Luis Miguel Arranz: Vuelta protestadísima.

Una vez que alguien perdió la cara del garciarromero, salió por los aires. Le ocurrió a Aguilar, que había brindado al público la muerte del tercero. ¿Por qué el brindis? ¿Qué secretas bondades había descubierto en la seria y terciada anatomía de la fiera? Lo cierto es que en uno de los muchos achuchones, cuando le sorprendió menos alerta, el garciarromero prendió al malagueño Aguilar por un muslo, en el suelo rebañó cornadas por garganta, clavícula y toda la perchería, sin acertar, afortunadamente, y no hubo más porque el torero se agarró a un cuerno.

Así como los matadores pasaron fatigas, los subalternos también, y hubo en la lidia grandes sobresaltos, acrecentados en el tercio de banderillas y aminorados cuando bregaban, por ejemplo, Curro de la Riva, Parrita o Madriles. Lo cual ya hace suponer que no era posible el lucimiento para nadie. Y, sin embargo, la empresa sirve garciarromeros hasta el empacho. Canorea criticaba a la empresa que le antecedió por atiborrar de garciarromeros a la sufrida afición y nos hartó de ellos. Berrocal hizo lo mismo con Canorea, y que si quieres garciarromeros: hasta en la sopa. El ganadero era Jeromo, de quien siempre dice el maestro Cañabate que es el hombre que con mayor prestancia lleva calado el sombrero de ala ancha. Quizá tal sea el motivo por el que subyuga a los asalariados de las sucesivas empresas de Las Ventas que están dedicados a comprar las reses . El sombrero y quizá también el centelleante iris de sus ojos camperos, habituados a contemplar cómo crece la hierba -es decir, que se las sabe todas e impone-, les mueve a esos asalariados a comprarle cuanto tenga en la finca, hasta el gato.

Antes del asunto de los productos del señor Jeromo hubo un Cobaleda precioso, no despuntado como anuncian los carteles, sino aserrado por la mitad de los cuernos, con el que bulló el rejoneador Luis Miguel Arranz, y que alcanzó la grupa de las cabalgaduras a derrote limpio cuantas veces quiso.

Entre la afición se cruzan apuestas acerca de si la empresa de Las Ventas conseguirá montar para el domingo próximo un cartel con menos atractivos que el de esta corrida de garciarromeros. Parece imposible, pero con Berrocal nunca se sabe.

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