Franco estaba convencido, en 1945, de que Gran Bretaña necesitará el apoyo de España contra la Unión Soviética
El Gobierno del general Franco y los Gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra habían llegado a un acuerdo secreto el 2 de mayo de 1944, mediante un intercambio de notas por el que el Gobierno español se comprometió a limitar las exportaciones de wolframio a Alemania, reduciéndose a veinte toneladas durante los meses de mayo y junio y elevándose un mes después a cuarenta toneladas, con las apropiadas deducciones por el mineral exportado de contrabando; la retirada de la misión militar japonesa y el cierre del Consulado alemán en Tánger, con la marcha de todo su personal fuera de España; el sometimiento a arbitraje de la cuestión de los barcos de guerra italianos anclados en puertos españoles y la entrega de cinco de otros siete barcos mercantes italianos asimismo fondeados en puertos españoles tras la capitulación; la retirada final de cualesquiera unidades españolas del frente ruso; la continuación de todas las facilidades necesarias para la compra y exportación de productos españoles por parte de Gran Bretaña y Estados Unidos, y la expulsión de España de los agentes de espionaje y sabotaje alemanes. A cambio, Inglaterra y Estados Unidos se comprometían a reanudar el suministro de petróleo, cuyo coste intencionado había tenido como finalidad el poner fin al régimen del general Franco, pero la falta de liderazgo y cohesión en las alternativas de gobierno, así como fallos previos garrafales de los servicios especiales de Estados Unidos en España y norte de Africa, indujeron a los británicos a cancelar la operación conjunta preparada.Este acuerdo secreto habrá que tenerlo muy presente para la justa evaluación de algunos hechos que posteriormente expondremos. El Gobierno del general Franco, la Falange, el Alto Estado Mayor y la policía española pensaban increíblemente que los aliados y sus servicios de inteligencia podían ser despistados con mayor o menor facilidad o con palabras altisonantes de neutralidad. El acuerdo secreto no fue cumplido en su totalidad. Este incumplimiento era consecuencia de otros pactos secretos anteriores con la Alemania nazi, de los flujos de patriotismo que inducía el dinero alemán y en no menos medida de la satelización de muy influyentes sectores, para los que una derrota alemana e consideraba como la ruina de su situación política y del nuevo Estado falangista surgido tras la guerra civil. Veamos esto con algún detalle.
Girón quería la guerra
Ya durante 1943 destacados ministros falangistas, como José Luis Arrese y José Antonio Girón, habían propugnado en Consejo de Ministros la entrada de España en guerra al lado de Alemania. Si bien esto no pudo ser conseguido, se hizo todo lo posible por parte de muy influyentes sectores falangistas y germanófilos que controlaban los aparatos del nuevo Estado para seguir sirviendo lo mejor posible a Alemania. Todo ello sobre un sustrato hoy día documentalmente irrefutable: la complacencia del general Franco y su continua falta de apreciación de las realidades internacionales, que se puso de manifiesto en 1944 en hechos insólitos. El general Jordana, que había trabajado de forma consciente y entre dificultades sin cuento para una mejora de las relaciones con los aliados, era sustituido, tras su muerte, ocurrida el 3 de agosto, por un germanófilo reconocido en el mundo internacional, José Félix Lequerica, embajador español ante la Francia de Vichy. En el mes de noviembre, el duque de Alba entregaba al secretario de Estado británico una carta del general Franco, fechada el 18 de octubre, en la que solicitaba una clarificación de las relaciones entre España e Inglaterra y ofrecía el apoyo español a Gran Bretaña en contra de Rusia.
Esto no significa que el general Franco no recibiese información desinteresada sobre el curso de los acontecimientos internacionales; pero las opiniones y apreciaciones del general Franco eran increíbles. En los primeros meses de 1944 no estaba convencido de la victoria de los aliados. A su juicio, la guerra sería larga y terminaría probablemente con una paz de compromiso. Así lo manifestaron al agregado militar británico tanto el general Martínez Campos como el general Kindelán. La razón no era otra que la influencia que ejercían el general Vigón y el germanófilo Alto Estado Mayor sobre el general Franco. Los informes españoles daban como imposible un éxito en la invasión aliada de Europa y que en cualquier caso Alemania permanecería fuerte en Europa, no previéndose su derrota. Por ello Franco no estaba dispuesto a reorientar su política. Además, no creía que los aliados estuviesen determina dos a una rendición incondicional de Alemania y la destrucción de su Ejército, que, en su opinión, necesitarían contra la amenaza soviética.
Luego vendría el desembarco en Normandía, y el general Franco mantuvo sus convicciones, pasados los meses de agosto y septiembre, cuando la derrota de Alemania parecía inminente. Los consejeros militares más cercanos, el general Muñoz Grandes y el general, Vigón, le indicaron que Alemania todavía tenía posibilidades en la guerra y algunos acontecimientos, que se habían iniciado con la V-3 y otras armas secretas, podían hacer volver el viento a su favor. Para el general Franco, los consejos del Alto Estado Mayor, ligado con un acuerdo secreto al Estado Mayor alemán que perduraba, eran más importantes que las observaciones del Consejo de Ministros. Los británicos tenían, además, pruebas de que «muchos individuos del Alto Estado Mayor han estado recibiendo dinero alemán, que ha influenciado sus acciones y actitudes» (1).
Este convencimiento de la dificultad de una derrota alemana, en opinión de la inteligencia militar británica, ya no existía en el mes de febrero de 1945. Sin embargo, perduraron ciertas constantes. Unas semanas antes de la capitulación alemana, en conversación con el señor Matéu, ex alcalde de Barcelona, el general Franco se presentó como el paladín de la cristiandad contra las hordas ateas bolcheviques, el único jefe de Estado que no era masón y el último generalísimo de las fuerzas occidentales en una inevitable y final batalla contra la URSS, afirmando tener un conocimiento especial y secreto del conflicto que estaba avecinándose por un micrófono que estaba oculto en el despacho del general De Gaulle El duque de Alba, por su parte, salió también asombrado de sus entrevistas con el general Franco. En el mes de febrero le manifestó que las únicas naciones viriles que que.darían en Europa occidental serían Gran Bretaña y España, dada la situación de caos de Francia e Italia; Gran Bretaña, aseguró, necesitaría el apoyo de España contra Rusia. En el mes de abril, Franco llegó a afirmar que no estaba convencido del colapso de Alemania, ya que cuando los ejércitos británico-norteamericanos se encontrasen en Alemania con el ejército soviético comenzarían a luchar uno contra otro (2).
Empero, algunos cambios tardíos se fueron introduciendo, pues el general Franco nunca jugaba a una sola carta, si bien con una importante característica, cambios que en su opinión no sirviesen para debilitar la estructura del nuevo Estado que inevitablemente habría de unirse con Gran Bretaña y Estados Unidos en su lucha contra la Unión Soviética.
A finales de septiembre de 1944 fueron enviadas a la Prensa unas directivas procedentes de El Pardo, a través del jefe del departamento de prensa y propaganda de la Falange, señor Aparicio, sin previa consulta con José Luis Arrese, ministro secretario del partido. En ellas se instruía a la Prensa para que evitase cualquier orientación germanófila en los comentarios políticos y diese preferencia a los comentarios de guerra aliados, cesando toda crítica sobre Rusia; si bien la Falange emprendió una violenta campaña de propaganda distribuyendo panfletos que advertían del peligro comunista y del supuesto eco que la oposición española en el exilio («los comunistas») encontraba en la Cámara de los Comunes británica. La Falange de hecho sufrió muy pocos cambios. Al mismo tiempo que se ofrecía a Raimundo Fernández Cuesta el puesto de ministro secretario del partido en lugar de José Luis Arrese, con el fin de convertir la Falange en una organización menos significada políticamente, se nombraban en el mes de noviembre nueve gobernadores civiles tan fervientes falangistas como sus antecesores.
La burocracia falangista resistió el envite. En este momento, se calculaba que incluía a 20.000 personas, es decir, 20.000 personas que recibían salarios regulares del partido. De éstos, cerca del millar eran agentes fijos del servicio de inteligencia falangista, sin incluir los miembros falangistas del cuerpo de Policía y los informadores de todo tipo que apoyaban al partido. Sobre esta estructura y los acuerdos de 1940, la Gestapo había conseguido controlar la policía española con el apoyo asimismo de los elementos germanófilos del desaparecido Alto Estado Mayor, ya que los más importantes puestos de la Dirección General de Seguridad estaban asignados a mandos militares. A fines de 1944, la Dirección General de Seguridad seguía cooperando y apoyando los intereses alemanes, permitiéndoles seguir escuchando las conversaciones telefónicas de cualquier ciudadano u organismo oficial, la apertura de cartas y telegramas e incluso el interrogatorio de detenidos.
1. Para el acuerdo secreto con los aliados, véase FRUS 1944 V.IV, pp.410 y ss., N. A., OSS 66125; F. O. 371, 49589/Z9333; F. O. 371, 39677/C12749; para las opiniones del general Franco y la actitud del desaparecido Alto Estado Mayor, a falta de documentación española, véase F. O. 371, 39716/C1400; F. O. 371, 39736/Z2742; N. A. 0SS/L-51691; el juicio birtánico en F. O. 371, 49587/Z1593.
2. F. O. 371, 49629, 78; 4961l /Z2972/Z3253; 49610/Z2099.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.