Un gran torero se va a malograr
El mismo taurinismo va a acabar con uno de los mejores toreros que han surgido en las últimas décadas. Pepe Luis Vázquez, arte, elegancia y técnica en una amalgama perfectamente equilibrada como sólo puede producirse muy de tarde en tarde, no podía venir a Madrid, a estas alturas, con la especie de becerrada que le prepararon ayer.Y menos, para alternar con un veterano matador de alternativa, que tuvo para la lidia dos torazos de impresionante trapío. El taurinismo no se entera nunca de nada.
Aunque parezca paradójico, echarle esa especie de becerras a Pepe Luis equivalía a echarle a los leones. Las Ventas no es Sevilla. En Madrid hay que salir con el toro, porque así lo exige el público. Venir ahora con dos animalitos escogidos con lupa entre lo más agradable que pudiera haber en la ganadería y además sin fuerza es, con perdón, una idiotez supina.
Plaza de Las Ventas
Octava corrida de feria. Festejo mixto. Dos toros de Bohórquez (rejones), dos de Sepúlveda (con gran trapío), y dos novillos de Marcos Núñez, chicos. João Moura: palmas y oreja. Curro Romero: cuatro pinchazos bajos y rueda de peones (bronca). Estocada caída (división). Pepe Luis Vázquez: Media desprendida (petición y vuelta con protestas). Pinchazo, estocada corta ladeada y rueda (ovación). Lleno de «no hay billetes».
El taurinismo, en este caso representado por la casa Camará, que apodera al novillero, no se ha dado cuenta de que tiene en sus manos al único espada que podría poner de nuevo en la cima el arte de torear. Seguramente han visto en él un filón, la posibilidad de llevarse en poco tiempo el dinero de las taquillas, y por eso lo cuidan a su modo.
Cuidar a Pepe Luis -que debe hacerse- no es llevarlo entre algodones. Es -debe ser- ponerle de una vez por todas, frente al toro de trapío. Y si el problema es que no se atreve, que se vaya, porque entonces nada pinta aquí. Un montaje con reses intolerables como las de ayer es engañarle y empujarle al borde del abismo.
Su primera faena fue una filigrana. Cada muletazo era la interpretación soñada de las suertes y todo el trasteo la esencia misma de la tauromaquia, porque lo construyó a la perfección, para acoplarlo al fin último del toreo que es el dominio del toro. No faltó ni un muletazo, ni sobró ninguno. Todo era medido, oportuno, inspirado. Naturales y redondos, en series cortas, los de pecho ligados, cambios de mano, recortes, trincheras y pases de la firma, se sucedían con espontaneidad, hasta culminar en aquel monumental ayudado por bajo a dos manos, que cuadró al quedadote novillo -¡ay si llega a embestir más pronto y alegre!- y remató en apoteosis la faena. Cuando Pepe Luis detuvo la magia de la muleta y su obra, fugaz e intangible, estaba ya hecha, el tiempo se detuvo también y sentimos la caricia de una brisa de gloria.
Después, en el otro toro, protestadísimo con toda razón por amplios sectores de aficionados, volvió a bordar el toreo y ligó tres naturales de sensación, y el de pecho, con una belleza Y al propio tiempo una hondura como hace muchísinio tiempo no habíamos visto por esas plazas. También brilló a gran altura Pepe Luis con el capote. Sus verónicas al primer novillo -unas cargando la suerte, otras juntando las zapatillas- levantaron clamores, y lo mismo las de un quite, que remató con el capote a una mano. Este es el torero; esta la calidad de toreo que el taurinismo es incapaz de apreciar porque su ciencia, se cierra entre las coordenadas del mangoneo, la finta a la autoridad y a los legítimos intereses del público, el atropello de la razón. O cambia radicalmente la administración de Pepe Luis o un gran torero se va a malograr.
Otro diestro de excepción había en la plaza: Curro, el único. Tuvo dos torazos, uno difícil, al que no quiso ni ver, y otro pastueño y flojo al que instrumentó con arte la docena de pases que tenía, y aún quiso prolongar -por cierto, hasta ponerse pesado- una faena que ya era imposible. Hubo en los primeros muletazos varios enganchones de la franela, pero el arte, como siempre, estaba por encima de los pequeños defectos. Quiso, incluso, matar el sobrero, y el público le aclamó. Madrid es tan currista como la propia Sevilla.
Otro genio en la tarde fue Moura, que toreó de ensueño a su segundo toro y redondeó una de sus más completas actuaciones en esta plaza. Corría al toro con el caballo de costado, así lo ponía en suerte, templaba y sin solución de continuidad -¡ligando, como en el toreo a pie! - hacia la suerte de frente, reunía al estribo. En numerosos pasajes de su tarde memorable puso al público en pie.
Vino después la petición del sobrero, a la que se unió Pepe Luis, y luego el propio empresario, y la gran bronca del público a la presidencia por no concederlo. Se habían visto momentos extraordinarios en la tarde y la gente, que está deseando que vuelva el toreo bueno, pues tiene verdadero hambre de arte en estos tiempos taurinos tan mediocres, quería más y más.
Babelia
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