Un nuevo espacio escénico
Ops, autor de una abundante obra de dibujo, que traduce al espacio algunos de los más inquietantes símbolos del surrealismo; una sensación de inquietud por la, inseguridad óptica, unas revelaciones de pesadilla. La antigüedad de su línea podría buscarse en Arcimboldo, desde luego en El Bosco; lo más próximo, en Ensor o Magritte -la escuela belga-, en el contemporáneo Roland Topor, no sólo dibujante, sino escritor, novelista, autor de teatro. El arte, el pensamiento, las dimensiones de Ops dominan el espectáculo titulado Ejercicios para equilibristas, compuesto de dos piezas. Son sus personajes típicos, sus elementos, los que están en el escenario y se mueven: el hombre del reflector en la cabeza, entre minero y bombero; el terrible observador del hongo y el traje de principio de siglo, evocador de los viejos polizontes; las cañerías que surgen de la pared como vísceras, como algo orgánico. Es curioso verlo en movimiento: parecía que la quietud, el carácter de instantánea, el mundo cuajado, formaba parte imprescindible de esa forma de arte, cuya narración existe, pero está congelada.
Ejercicios para equilibristas, de Luis Matilla
Espacio escénico y figurines de Ops. Intérpretes: José Pedro Carrión, Petra Martínez, Roberto López Peláez, Alfonso Asenio, Antonio Chapero, Jesús Sastre, Miguel Gallardo, Malena Gutiérrez. Dirección: Juan Margallo. Estreno: Bellas Artes (Centro Dramático Nacional). 13-5-1980
En el teatro, abre un nuevo espacio escénico. Sobre este mundo de Ops ha trabajado, Juan Margallo, un director de escena que ha logrado siempre, con muy pocos medios, espectáculos excelentes, sobre todo en El Gayo Vallecano, sala a la que. ha dado el prestigio del que justamente goza. Esta vez ha podido disponer de más elementos y ha sabido utilizarlos. Sus actores habituales dan un rendimiento excelente.
Ops y Margallo ofrecen esta creación a partir de una propuesta de Luis Matilla. Propuesta es un término reciente de una clase de teatro: se supone que la persona que antes se llamaba autor pierde esa autoridad, ese carácter de creador absoluto, y ofrece una base a los demás participantes del espectáculo: en parte, esta fórmula procede de la busca de una eficacia que supo encontrar el cine, pero principalmente es un punto de vista doctrinal, filosófico, político: la disolución del líder, la negación de la especie de deidad del autor, la creencia de que lo colectivo es más justo y más honesto.
La propuesta, en este caso, procede de dos antiguos textos, reunidos bajo un solo nombre, que carece de relación con ellos. Uno es el titulado, ahora, Ejercicio Uno, llamado en otros tiempos El Observador, y es una impresión del hombre bajo la dictadura: vigilado, acechado, espiado. Es inevitable relacionarlo con Kafka -como en general todo este espectáculo- y se ha representado algunas veces, y editado otras, a partir de 1967. El Ejercicio Dos tiene casi un arranque de sainete -la pareja engañada por una agencia inmobiliaria-, para luego exagerar su humor hacia una trascendencia mayor. Desgraciadamente, lo que tienen de antiguas la situación va reapareciendo en esta degeneración de vida que conocemos ahora.
El texto, en inferioridad de condiciones
Con estas dos piezas se ha cumplido lo que era la idea de Matilla: su construcción definitiva, sus cambios -algunos, radicales- en personajes y situaciones por la influencia del director, del escenógrafo, quizá de los actores. La consecuencia es que el texto queda en inferioridad de condiciones; no tiene la calidad, la penetración, que ganan los elementos plásticos. Probablemente, hasta ahora, y mientras haya otros desarrollos del arte dramático, la propuesta es todavía insuficiente. Para conocer la condición de autor de Matilla habrá que esperar otra ocasión. Conozco de él la que creo que es su última obra, Como reses, en colaboración con López Mozo, que me parece mucho más importante y mucho más digna de ser representada que estas dos breves propuestas. La representación de José Pedro Carrión y Petra Martínez, la presencia de Roberto López Peláez en la primera pieza, las de Alfonso Asenjo, Malena Gutiérrez y Jesús Sastre en la,segunda, con Antonio Chapero y Miguel Gallardo, responden perfectamente al espectáculo y mezclan cotidianeidad y mistelio, frialdad y congoja. Juan Margallo se anota una excelente dirección y Ops irrumpe con fuerza en el teatro: no sólo con su plástica, sino con sus ideas de creador.
Dentro de la frialdad oficial del público de los estrenos del Centro Dramático se advirtió un considerable entusiasmo por parte de las zonas más jóvenes de los espectadores: es una buena esperanza. El conjunto merece el premio de los aplausos.
Babelia
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