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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Una conferencia que puede resultar esclarecedora

Los documentos de la conferencia recientemente celebrada en París por veintidós partidos comunistas de Europa oriental y occidental me sugieren los siguientes comentarios:1. El objetivo esencial de los principales promotores de la conferencia (y me refiero obviamente a los soviéticos, no a los polacos y franceses) era explicitar, de una u otra forma, el alineamiento de los partidos comunistas europeos en torno a las posiciones de política exterior de la Unión Soviética en un momento particularmente delicado de la situación internacional. Alineamiento, por tanto, con uno de los dos bloques militares que existen hoy en el mundo.

En cierto modo, el trasfondo «teórico» de la conferencia ha sido expuesto por el delegado soviético Boris Ponomariov: no existe tercera vía; o con el imperialismo o con el Pacto de Varsovia; no cabe otra posición para el movimiento obrero y revolucionario.

Es intentar colocar lo que yo llamaría «las gafas de los campos» sobre dicho movimiento obrero y revolucionario para que intente mirar al mundo a través de ellas. Ahora bien, esas gafas son hoy totalmente deformantes. Impiden ver la realidad contemporánea y, por tanto, actuar sobre ella, elaborar una estrategia progresista y revolucionaria.

Vivimos en una época de la historia del mundo en la que se enfrentan el socialismo y el capitalismo. Pero el socialismo es algo diferente, es mucho más que el bloque militar encabezado por la Unión Soviética.

Asimismo no es posible reducir el capitalismo al conjunto de países integrados en el pacto de la OTAN, dirigido por Estados Unidos.

Fuera de la dialéctica de los dos bloques está esa parte gigantesca y tan dinámica del mundo actual, representada principalmente por los pueblos, por los cientos de millones de mujeres y de hombres que se han liberado en el último período de las cadenas del colonialismo, que han sido hasta ayer meros objetos de la historia, pero que hoy afirman una creciente voluntad de protagonismo en los destinos del mundo. Y ese Tercer Mundo (independientemente de lo inadecuado del término) se sitúa básicamente en el movimiento de los no alineados.

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No puedo por menos de recordar una experiencia personal que conocí cuando asistí como asesor, en nombre del Partido Comunista de España, de la delegación de nuestro país en la Asamblea de la ONU, el mes de octubre pasado, en Nueva York. Cuando Hussein de Jordania habló en dicha Asamblea, lanzando airadas acusaciones contra la política de Estados Unidos por los acuerdos de Camp David, prácticamente toda esa Asamblea se puso en pie, en una actitud de crítica y de condena de la política de Estados Unidos. Pues bien, esa misma Asamblea es la que ha votado, por una mayoría aplastante, una condena de la intervención soviética en Afganistán, y la demanda de que las tropas de la URSS sean retiradas de dicho territorio.

El anti colonialismo, al margen de bloques

Los principales pasos que se han dado en los últimos tiempos en la liberación de los pueblos de las dominaciones coloniales e imperialistas -me refiero a Irán, Zimbabue, Nicaragua (y mañana el pueblo saharaui)- se han producido fuera de la dialéctica de los bloques. Y, por tanto, querer encerrar la visión del mundo actual en un juego exclusivo Estados Unidos-URSS, Pacto de Varsovia-OTAN, es ignorar y colocarse de espaldas a algunas de las principales transformaciones progresistas que (dentro de contradicciones inevitables) están teniendo lugar.

Hay que decir que estas mismas gafas de los «dos campos» se las colocan también los dirigentes norteamericanos cuando atribuyen todo progreso revolucionario, todo cambio que no les place, a la siniestra mano de Moscú.

En resumen (y es una de las ra zones básicas por las cuales el Partido Comunista de España, y probablemente otros partidos, se han negado a asistir a la conferencia de París), si el movimiento obrero europeo se dejase encerrar en la dialéctica de los dos bloques, de hecho renunciaría a toda capacidad de influencia en el ámbito internacional y, sobre todo, se cerraría el camino hacia lo que es en mi opinión, la cuestión decisiva: avanzar hacia un acuerdo, una alianza, de las fuerzas obreras y democráticas de Europa occidental con los pueblos del Tercer Mundo en lucha por su independencia política y económica.

2. En otro orden de cosas, la conferencia de París ha puesto de relieve los hechos siguientes: la fuerza de las tendencias centrífugas dentro mismo del Pacto de Varsovia, atestiguada por la ausencia de Rumania.

Las ausencias de Yugoslavia, cuyo papel es decisivo como cabeza de los no alineados; del PCI, el más fuerte del mundo capitalista, y de otros, como los de España, Gran Bretaña, Holanda o Suecia, han evidenciado una diferencia seria en cuanto al propósito mismo de celebrar un encuentro de ese género.

Y, al mismo tiempo, la voluntad de algunos partidos, y más concretamente del Partido Comunista de la Unión Soviética, de hacer pública esa diferencia, de explicitar la existencia de actitudes opuestas como precio imprescindible para presentar, como mínimo, un alineamiento de un cierto número de partidos en torno a la Unión Soviética.

Creo que es muy significativo que los órganos de prensa soviéticos no hayan publicado, o lo hayan hecho con una parquedad, una timidez extraordinaria, los nombres de los partidos comunistas que no han asistido a la conferencia de París. Este hecho indica, en mi opinión, que el alineamiento buscado en la conferencia de París tenía, al menos, una fuerte intencionalidad de política interior. El escasísimo efecto que una conferencia de ese género podía tener en la política internacional era algo tan evidente que pocas personas podían abrigar ilusiones al respecto. En cambio, estamos muy acostumbrados a percibir la importancia que los soviéticos dan, con vistas a su propia opinión pública, a «gestos» en el plano internacional, aunque sean muy artificiales y vacíos de eficacia real.

3. Es sintomático, por otra parte, que los resultados escritos, el documento aprobado en la conferencia de París, abogue por un nuevo acuerdo con otras fuerzas, socialistas, socialdemócratas, cristianas, para una lucha común por la paz. Cuando, precisamente, en las argumentaciones dadas por varios partidos negándose a acudir a la convocatoria de París, se decía que lo importante, lo decisivo en estos momentos era avanzar hacia ese amplio agrupamiento entre comunistas y otras fuerzas igualmente interesadas en la causa de la distensión, la paz y el desarme.

Podría parecer, por tanto, que en este orden hay coincidencia entre los que han asistido a la conferencia y los que no han asistido. Yo creo que esto sería una forma superficial de ver las cosas.

Vayamos al terreno concreto: ¿es que alguien puede imaginar que el acuerdo, la aproximación, la posible acción común con socialistas, socialdemócratas y cristianos, se puede lograr a partir de un alineamiento con las posiciones del Pacto de Varsovia, con la política exterior de la Unión Soviética? Creo que basta hacer la pregunta para contestarla.

Llegamos entonces al punto más sustancial de la diferencia: ¿se trata, para los partidos comunistas, concretamente de Europa occidental, de hacer propaganda de las posiciones que defienden en el terreno diplomático, en la vida internacional, los Estados del Pacto de Varsovia? ¿Se trata de hacer llamamientos a reuniones amplias para, en cierto modo, «aparentar que somos los buenos»? ¿O se trata de hacer política?; es decir, de desplegar una actividad de propuestas, de iniciativas, de conversaciones, de encuentros abiertos desde el principio a otras fuerzas, socialistas, socialdemócratas, progresistas, con vistas a construir de verdad un nuevo agrupamiento, una nueva posición en Europa occidental ante los problemas de la paz, de la distensión y del desarme; una nueva posición que no puede ser ni el apoyo a la política aventurera y demencial en la que se hunde cada vez más el imperialismo norteamericano; y que tampoco puede ser el apoyo a la política soviética, caracterizada en el último periodo por la intervención militar en Afganistán.

Un eurocomunismo no propagandístico

4. La posición eurocomunista, que creo es la que hemos mantenido el PCE y una serie de otros partidos, se diferencia, pues, en algo que es fundamental: en la concepción de lo que debe ser el papel del movimiento obrero y democrático de Europa occidental; no un papel de propaganda de la política que elaboran y definen otros, sino un papel propio, autónomo, independiente, capaz de influir en un cambio real de la situación, y de contribuir, por tanto, junto con otras fuerzas, a la superación de la terrible crisis que estamos viviendo en la situación internacional, de alejar los peligros de guerra, de ayudar al retorno de un clima que permita tender puentes, poner mesas para negociar, volver a la distensión y propiciar, incluso, una forma nueva de abordar los problemas del control y reducción de los armementos.

Tomemos el tema de los euromisiles: a partir de una acusación a los soviéticos de que han logrado una superioridad al instalar los SS-20, los norteamericanos han logrado imponer que la OTAN decida la construcción de los Pershing-2 y de los Cruise. Es obvio que, si las cosas siguen por ese camino, el rearme nuclear de Europa, con las medidas de la OTAN, con las lógicas medidas que tomaría después el Pacto de Varsovia, llegaría a extremos aterradores. Se crearía de hecho una situación en la cual Europa, podría ser totalmente destruida en una guerra nuclear incluso sin la intervención de las armas nucleares estratégicas que poseen las dos mayores Potencias.

¿Cómo debemos colocarnos, los comunistas de Europa occidental, ante este problema? ¿Apoyando la posición del Pacto de Varsovia e insistiendo exclusivamente en que la OTAN no debe llevar a cabo sus decisiones de rearme nuclear?

Nosotros creemos que el camino es otro: los comunistas, las fuerzas de izquierda de Europa occidental, colocándose fuera de la lógica de los bloques, y en nombre de los intereses reales de los países europeos, deben exigir que se abra sin retraso una negociación sobre ese problema entre los dos bloques; negociación abierta, negociación en la cual se busque la definición de un equilibrio auténtico de un lado y de otro, en la que se pongan todas las cartas sobre la mesa, como ha ocurrido en las negociaciones SALT; negociación tendente a lograr que ese equilibrio se realice no aumentando de un lado y de otro las armas nucleares, sino disminuyéndolas y, en lo posible, haciendo desaparecer los euromisiles del horizonte europeo. Lo que implica que no sólo hay que exigir a la OTAN que anule las decisiones tomadas, sino probablemente también, si ello resulta de las negociaciones, exigir a la Unión Soviética, al Pacto de Varsovia, que suprima parte de su armamento nuclear.

Pero una posición de este tipo es inconcebible en una conferencia como la que han celebrado algunos partidos comunistas en París.

5. Ante las nuevas actitudes cargadas de peligro que se manifiestan en la política de Estados Unidos, por un lado con la operación demencial en Irán, por otro con la reafirmación de que está dispuesto a repetir acciones de ese género, se observa en Europa occidental una tendencia a una política de disminuir su subordinación.

La tendencia a la autonomía de Europa occidental difícilmente la pueden plasmar Gobiernos de la derecha, representantes de los grandes monopolios capitalistas. La derecha puede expresar esa necesidad objetiva de Europa, incluso a través de las veleidades y fracasos de sus Gobiernos; no puede realizar, crear la nueva política europea que es hoy imprescindible.

De ahí el gran desafío para la izquierda europea. En el seno de ésta, fuerzas que tradicionalmente han seguido la política norteamericana, por ejemplo, al iniciarse la guerra del Vietnam, están evolucionando hacia posiciones nuevas. En el seno de los partidos socialistas y socialdemócratas empiezan a configurarse actitudes que empujan hacia una autonomía de Europa occidental en la actual crisis internacional, buscando de colocar al Viejo Continente. no como un instrumento o una pieza de un bloque, sino como un factor capaz de ayudar a disminuir la confrontación de las dos superpotencias, a buscar vías de negociación, de distensión. Ello se ha reflejado en las resoluciones de la Internacional Socialista en su reunión de Viena, en el reciente documento del Pártido Laborista inglés sobre el eurocomunismo, etcétera.

Presentar la «euroizquierda» como algo que ya existe sería exagerado y erróneo. La izquierda europea está aún atravesada por dificultades, contradicciones y obstáculos que no ofrecen un cuadro muy optimista. Sin embargo, hay síntomas de que pueden resultar históricamente caducas las causas que provocaron las grandes escisiones de los años veinte; y de que el diálogo entre comunistas y socialistas debería centrarse hoy sobre las posibles alternativas a la crisis y, de un modo más urgente, sobre una contribución efectiva a la solución de los problemas internacionales, se abre paso cada vez con más fuerza.

Manuel Azcárate es el encargado de relaciones exteriores del PCE.

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