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La escalada de la crisis EEUU-Irán

La noche más larga del presidente Jimmy Carter

Eran las 4.57 de la tarde del jueves -las 11.57 de la noche en Madrid- cuando el presidente Carter, hablando por teléfono desde el despacho principal de la Casa Blanca, ordenó al secretario de Defensa, Harold Brown, que le escuchaba al otro lado del hilo en el Pentágono, que suspendiese la operación de rescate en Irán.

Pero sólo ocho horas más tarde, a las ocho de la mañana, hora de Madrid, Jody Powell, portavoz de la Casa Blanca, anunció a los periodistas convocados en la sala de prensa, ubicada en el ala oeste de la presidencia, que la misión había fracasado. Durante todo el tiempo que duró la intervención, Carter se desplazó constantemente entre su despacho y la sala de reuniones, conversando con el vicepresidente, Walter F. Mondale; el secretario de Estado, Cyrus Vance; su consejero para Asuntos de Seguridad, Zbigniew Brzezinski; su jefe de Gabinete, Hamilton Jordan; su portavoz, Jody Powell, y algunos otros miembros de su círculo interno.

Todos ellos fueron, minuto a minuto, informados en la sala de reuniones de todo lo que ocurría en Irán, incluido el choque entre un helicóptero y un avión de transporte Hércules C-130, que se saldó con un balance de ocho muertos.

Fue un largo día y una larga noche para Carter, quien se quedó en el ala oeste de la Casa Blanca hasta después de la una de la madrugada.

Carter después. se retiró, levantándose tan sólo tres horas y media después, las 5.30 -12.30 hora de Madrid-, para releer el texto de su alocución televisada a la nación.

Durante todo el tiempo que duró la operación, el presidente, que aparentemente no había descansado, pareció tranquilo. Al principio, cuando la misión no había todavía sido cancelada, aparentaba tal frialdad exterior que uno de sus colaboradores, que se entrevistó con él a próposito de un asunto sin relación con la operación, de la que ignoraba todo, dijo que en ningún momento sospechó lo que pasaba.

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Mientras se desarrollaba la misión, la Casa Blanca estuvo en contacto permanente con el mando de la operación, incluso cuando los aviones y los helicópteros aterrizaron en el desierto, a unos quinientos kilómetros al sureste de Teherán. Pero el presidente Carter, que tenía la posibilidad de comunicarse directamente con el mando de la misión en Irán, prefirió que las informaciones fuesen transmitidas y recibidas en el centro de mando del Pentágono por el secretario de Defensa, Harold Brown, y el general David C. Jones, presidente del Estado Mayor Conjunto.

Hubo momentos de mucha tensión casi dramáticos, y otros de terrible mal humor, a lo largo de la jornada. Al principio de la misión, cuando los helicópteros sobrevolaron el desierto, se supo que uno de ellos había tenido que efectuar un aterrizaje forzoso, a causa de una tormenta de arena, quedándose inmovilizado en el suelo durante treinta minutos. El presidente se quedó maravillado ante la valentía del piloto, que esperó solo en tierra a que pasase la tormenta. «Si había alguien que tenía un pretexto para dar la media vuelta era él», dijo Carter a sus colaboradores; «pero siguió adelante». A las 3. 15 de la tarde -10.15 de la noche, hora de Madrid- la Casa Blanca fue informada de la aparición de un autobús con cincuenta pasajeros, que fueron detenidos e interrogados por los norteamericanos. En ese momento el presidente pudo haber decidido dar por terminada la misión, pero tanto él como sus colaboradores decidieron continuar, al constatar que los iraníes no oponían resistencia.

La decisión de dar por terminada la operación fue matemática. Había sido acordado suspender la misión si se disponía de menos de seis helicópteros para transportar a los hombres.

Claro está, señala un funcionario, que si los protagonistas en el desierto hubiesen aconsejado continuar, Carter hubiese, probablemente, ponderado sus recomendaciones.

Pero se supo que el equipo de rescate estaba de acuerdo con la cancelación. Su opinión fue transmitida a la Casa Blanca y Carter asintió a los pocos minutos.

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