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Tribuna
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Desde la imaginación a la crítica de la razón dialéctica

Sartre fue una conciencia especular, afincada en sí misma, pero proyectada hacia el mundo. Era muy dificil salir del «yo», cuando se han descubierto los tesoros de sus riquezas espléndidas. Ya desde Esquisse d'une teorie des emotions (1939) concibe la conciencia en una relación permanente con el mundo, sin embargo, soberana y trascendente en su proyección perpetua. Pero, sobre todo, insiste en rechazar la pasividad de la simple presencia del mundo y, al mismo tiempo, clamaba su horror ante la plenitud del ser de la vida, el estremecimiento pavoroso ante el contacto con los otros, las cosas, la viscosidad porosa de la materia.A esta concepción filosófica originaria le da forma visible en una novela, La náusea, y en un cuento Erostrato. Más tarde, en L'imaginaire (1940), describe los estados preconscientes de la conciencia: alucinaciones, sueños, imágenes que brotan de su misterio. En este medio sueño del despertar consciente, Sartre la describe en cantándose a sí misma y creando sus propios fantasmas, como si la conciencia fuese un personaje de novela, un «yo» encarnado. Es el principio de su secuestro interior y de su lucha contra la materialidad objetiva. Entonces, comenzó a existir desde la conciencia, creyéndose liberado de la costra pegajosa y horripilante del mundo exterior. «La conciencia», dice Sartre en El ser y la nada ( 1943), « no tiene nada de sustancial, es una pura apariencia, en el sentido de que ella no existe, sino en la medida en que aparece y se muestra. Sin embargo, puede ser considerada como lo absoluto». Así comienza Sartre a dudar de su ser, de la con ciencia de existir. Proyectarse hacia el mundo, que es existir conscien temente, supone desconfiar de su propia realidad, de la posibilidad de vivir sólo para sí. ¿Cómo existe, para los otros, el ser que no existe realmente? En una justa reciproci dad de apariencias, de conciencias, mero contacto intersubjetivo. Por similitud de forma, Sartre se reconoce a sí mismo como presencia ajena, pero sin salir del coto cerrado, íntimo de la subjetividad, reflejando en si al otro sin verle.

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Sartre el secuestrado de París, voluntariamente confinado en la Rue de Bonaparte, comenzó a asomarse a la verdadera realidad. No obstante persistía la neurosis, como él mismo llama a su secuestro voluntario. Henri Lebfevre señaló proféticamente «que la descripción fenomenológica o existencial de la conciencia le llevará a una investigación de las relaciones de la conciencia con el otro». Por consiguiente, su «yo» subjetivo tenía que buscar una amplia totali dad donde insertarse. Así, en Questions de méthode declara que abandona el existencialismo, como una ideología personal, para bus car un saber real, una totalidad uni versal y comprensiva del mundo, que encuentra en el marxismo. Es ta conversión filosófica de Sartre al marxismo, profetizada ya por Heidegger, «la fenomenología y el existencialismo podrán entablar un diálogo fecundo con el marxismo», es la lógica consecuencia de una progresiva evolución de su pensamiento hacia un conoci miento objetivo y realista del mundo. Sin embargo, en La crítica de la razón dialéctica (1960) se em peña ferozmente en justificar la vigencia de los descubrimientos del existencialismo porque, para él, el marxismo viene a ser como una concepción del mundo totalizadora, siendo necesario conservar la verdad concreta, personal, para vivificarlo y llenarlo de contenido humano.

Lucha y se afana en esta obra, contradictoria y dramática, por incorporar su subjetividad viviente a un movimiento universal y tras cendente. Pues si bien es un hombre que sufre la neurosis filosófica, recluido en la reflexión aisladora, el marxismo fue para él una venta na abierta al mundo y la liberación ,de la opresión subjetivista, al mismo tiempo se resistió a anegar o disolver su individualidad en la totalidad material del mundo. Por esta razón, rechazó la dialéctica de la naturaleza y sólo admitió, del marxismo, sus principios funda mentales humanistas. En un mo mento, se creyó salvado de la neurosis, cuando descubrió, en aquel espléndido prólogo a una obra de André Gorz, El traidor, que el peligro de las masacres particulares estaba desapareciendo.

Esta obra, Crítica de la razón dialéctica, es el esbozo de una antropología estructural y dialéctica que dejó, en parte, incompleta. Y decimos, en parte, porque El idiota dé la familia (1971) constituye una respuesta cabal a la Pregunta de Kant «¿qué es el hombre?» Un sujeto, responde Sartre, producto de la familia, de la lucha de clases, de los complejos psicológicos interindividuales, átomo responsable e inconstiente de la historia.

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