La Residencia de Estudiantes, convertida en un hotel para universitarios
Fundada en 1910, a instancias de la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes fue, hasta la guerra española del 1936, el principal bastión intelectual de la España del primer tercio del siglo. Allí se formaron García Lorca, Valle-Inclán, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Salinas, Guillén y otros muchos. Allí se leyeron los primeros versos de la Generación del 27 y de los estudiantes que allí residían se decía que tenían un adelanto de casi cincuenta años, en cultura y conocimientos técnicos. En la actualidad, bajo la dependencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la famosa residencia madrileña es apenas un hotel para profesores y universitarios adinerados, aunque siga ejerciéndose en la misma alguna actividad cultural.
«Residencia, dígame.»Con nombre abreviado, la telefonista presenta la institución que alojó en su día a los intelectuales, artistas y científicos más importantes de principios del siglo XX. Conviviendo con estudiantes, en un ambicioso proyecto de educación universitaria, para, según su fundador, «formar, y en el más breve plazo posible, las minorías directoras». Un proyecto de la Institución Libre de Enseñanza. De transformar la sociedad española a partir de la educación. Intento que la guerra y el franquismo clausuraron, separando en pasado, presente y cualitativamente, la funcionalidad de la Residencia de la calle de Pinar, 21, en Madrid.
Y de Residencia de Estudiantes, hasta el 1936, se convirtió en Residencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el 1942, pero ya sin actividades culturales, sólo un pensionado para profesores y opositores, porque «muchos», según su director actual, «prefieren alojarse aquí a un hotel».
Pasado y presente unificados momentáneamente en ese telefónico y ambiguo «Residencia..., dígame», mientras suena el conectar clavijas. Y tiempos.
La historia empieza en 1910, cuando don Alberto Jiménez Fraud, a instancias de Giner de los Ríos, funda la Residencia de Estudiantes, como colegio universitario, cuando hacía ya tiempo que habían desaparecido los colegios mayores de las universidades españolas. En el número 14 de la calle de Fortuny se estableció. Inicialmente fue el Colegio de los Quince, en homenaje a los pioneros. Y desde el principio, la Residencia se mantuvo sin subvenciones, sólo con las cuotas de los permanentes. «Era lo más caro que había, bastante más que alquilar un piso, pero por las facilidades de laboratorio y de aprendizaje tenía muchas solicitudes la selección se hacía no tanto por la familia y la posición, sino por los méritos y el examen de ingreso, exigiendo, sobre todo, nivel intelectual», dice doña Julia, la mujer de un antiguo residente.
"Fabricaba" cuadros dirigentes
Y en la calle de Fortuny empezó a ponerse en práctica la idea de formar cuadros dirigentes, complementando la enseñanza universitaria oficial con laboratorios, bibliotecas, cursos, conferencias. «Dar al estudiante una educación humanista y total», Facilitando el contacto con profesores, intelectuales, artistas, y aprender desde por la mañana hasta la hora de acostarse. Y empezaron a visitarla Onís, Eugenio d'Ors, Ortega, Menéndez Pidal, Ramón y Cajal... Y Unamuno, seguido por un séquito de estudiantes, reparte pajaritas de papel, dobladas maquinalmente entre el monólogo y sus pensamientos de eternidad. Pajaritas blancas o a cuadricula para ellos. Y llega Juan Ramón como residente a enseñarles sus versos y dirigir las publicaciones y a plantar las adelfas y los chopos.Cuando los hotelitos se quedaron pequeños a los fines de investigación y las solicitudes, se trasladan al final de la calle del Pinar. A la bautizada colina de los chopos por Juan Ramón. Y los tres pabellones de ladrillo rojo, construidos con las 250.000 pesetas de Instrucción Pública, permitieron ampliar hasta cien el número de plazas. Una de ellas, y durante diez años, fue para García Lorca. Llegó y tomó posesión del apaisado piano del salón, especialmente una noche que los romances populares se le escurrían por los dedos y la voz de la Argentinita. Y también llegó Dalí, que un día se tiró por la escalera agobiado de timidez y de hacerse ver. Y Buñuel, a quien metían arañas negras en la cama. Y Valle-Inclán, que contaba su anécdota de EEU U cuando le preguntaron si venía a matar al presidente y escribió: «A eso precisamente vengo.» Y Alberti, Emilio Prados, Salinas, Guíllén, Dámaso Alonso... Los primeros versos de la Generación del 27 fueron leidos entre las adelfas, florecidas en tres rojas y una blanca, y los estudiantes de ciencias y medicina. Y Einstein, madame Curie, Howard Carter, Valéry, Marinetti, François Mauriac, Stravinsky, Ravel..., las figuras mundiales del momento pasan como los jóvenes versos por el salón de «cursos y conferencias».
Cincuenta años de adelanto en cultura
«Todo el que salía de allí», dice doña Julia, «salía con cincuenta años de adelanto en todo. Con dimensión internacional. Por las visitas de figuras internacionales y por los viajes al extranjero. La Residencia facilitaba los intercambios a través del comité hispano-inglés, y otros, por su cuenta, viajaban a hacer tesis, a reuniones de intercambios de trabajo. Eran uno más entre los estudiosos europeos. Y entre los propios universitarios se notaba quién era residente y quién no, y se sentían acomplejados y resentidos, sabiéndose con una formación inferior. »Y en esa vida de dedicación al estudio y de sacar el máximo de rendimiento posible, también se sabían divertir. «Los sábados se iban al frontón Jay Alai, y después de las apuestas se bailaba al aire libre. También iban a Chicote, pero sólo cuando tenían dinero, a alternar con las chicas. Eran chicas conocidas en Madrid, pero muy liberales. Y en el verano llegaban las americanas y empezaban los concursos de baile en los jardines de la Residencia, y había palos por poder ser invitado a las fiestas de verano.» Entre los recuerdos de la Residencia vividos a través de su marido, doña Julia, en un tono de voz perfecto, bajito, dice: «Quién pudiera haber sido residente ... » Juan Ramón, reverencioso, la ofrece un ramo de rosas blancas, como aquella vez del poeta Valéry, aquel miércoles de 1924, de su conferencia y sus versos agradecidos. Y ella sonríe tras el café. Recuerdos.
«La guerra», continúa, «deshizo todo esto y los hombres de esa generación espléndida fueron sacrficados y castigados. Iban a buscarlos muy concretamente, por ser residentes; a la mayoría los mataron, a otros los desterraron o se exiliaron. Mi marido se salvó porque en la guerra hacían falta muchos médicos, y como le cogió en zona nacional, trabajó como cirujano militar, pero sin uniforme, para señalarlo. En 1940, cuando volvimos a Madrid, se negó a visitar la Residencia, porque estaba llena de moros que había traído Franco. Me acuerdo que dijo: "Esta no es mi Residencia." Pero tal vez algún antiguo residente, años después, ( una tarde melancólica o de primera primavera, escarpase la cuesta hasta llegar lentamente a la colina de los chopos a recorrer ventana, visillos, a respirar fuerte hasta dolerse de recuerdos y de historia.
Pero esa resonancia exterior de la Residencia, hoy no existe; hoy sólo es un centro de alojamiento aunque se produzcan contactos personales interesantes», dice el director actual, don Juan Antonio Arias Bonet. Y ese presente es un poco ver agobiarse el patio de las adelfas, encajonado en ese cuarto piso de más construido después la guerra. O la ausencia de laboratorios y biblioteca, sustituidos una televisión en lo alto de un armario de archivo, que conserva algunas carpetas como resto bibliográfico fantasmagórico de ese pasado de cultura.
Un poco como pasear por Recoletos, el largo pasillo de unión los dos pabellones que hay que correr para comer, para ir a estudiar la oposición, para subir a dormir.
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