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Hans Küng explica por qué aceptó su separación de la facultad de Teología de Tunbinga

El teólogo suizo Hans Küng, profesor en Tubinga desde hace veinte años y experto conciliar en el Vaticano II, abandona su cátedra en la facultad de Teología de la ciudad alemana, aunque seguirá vinculado a la universidad en una situación especial. Con ello termina momentáneamente una polémica iniciada hace cuatro meses, cuando el ex Santo Oficio vaticano retiró a Hans Küng su licencia para enseñar, lo que se tradujo en presiones eclesiásticas sobre la Universidad de Tubinga, dependiente del Estado, para que eliminase al teólogo de su cuadro de profesores. El propio King explica por qué, finalmente, ha aceptado su separación de la facultad de Teología de Tubinga.

Como teólogo católico continuaré luchando por un cristianismo más orientado en el sentido del mensaje de Jesús, por un entendimiento ecuménico y una renovación de mi iglesia católica, a quien me sé unido tanto ahora como antes en cuanto sacerdote, pastor y científico.Asimismo, me preocuparé de que se lleve a cabo la revisión de un «proceso» inquisitorial que ha desmerecido desde un principio de la justicia y fraternidad cristianas. Gracias a todos los que me han apoyado.

En base a la irreductibilidad de notables obispos alemanes y la falta de apoyo, por múltiples motivos, de una mayoría de los compañeros de facultad, me he visto obligado, en tanto no se produzca eventualmente un nuevo permiso docente de la Iglesia, y tras una pertenencia de veinte años a la facultad de Teología Católica, a hacer que mi cátedra y el Instituto de Investigación Ecuménica, anejo a ella, queden desvinculados de esta facultad y en lo sucesivo dependen directamente del senado de la universidad. He de agradecer a mi universidad, a su presidente y al ministro de Ciencia y Arte el que me hayan garantizado libertad de cátedra y de investigación académica en otro marco universitario.

En lo sucesivo, me veré obligado a renunciar, exceptuando las pruebas de licenciatura y de habilitación de mis actuales y futuros alumnos, al derecho de dictar lecciones académicas, a realizar exámenes ya tomar parte en tribunales examinadores. A pesar de ello, se me ha dejado en libertad para dedicarrne con todas mis fuerzas a mis propias tareas teológico-científicas, junto con mis colaboradores del instituto que durante este tiempo difícil han permanecido fielmente a mi lado. Por consideración a la causa de la teología, y también a la paz de la Universidad, me ha parecido, como teólogo, inadecuado en las actuales circunstancias elegir el camino legal e implicar con ello a mí y a la universidad en largos años de procesos, cuyos resultados son imprevisibles. El que las autoridades eclesiásticas hayan tratado en mi caso hacer valer sus razones mediante el recurso a medidas de fuerza, es algo que, como cristiano, considero que no impedirá el que, con el tiempo, pueda resplandecer la verdad por sí sola.

Mis serios reparos jurídicos contra la actuación eclesiástica son, a mi modo de ver, plenamente justificados en su conjunto. El ministro de Ciencia y Arte se encuentra, en mi opinión, en el deber, tanto ahora como antes, de examinar en qué medida, y en mi caso, las objeciones eclesiásticas pueden ser tenidas en cuenta como base suficiente de una decisión administrativa requerida del Estado. Porque, por lo que parece, ni Roma ni los obispos tratan en mi caso de iniciar un proceso jurídico ni buscan una solución constructiva de cuestiones que, honradamente, no me las he sacado de la manga. Más bien, se han limitado a exigir de hecho la renuncia a ciertas cuestiones críticas y la total sumisión al sistema docente eclesiástico, superado en muchos aspectos. Tales exigencias no eran para mí compatibles ni con la libertad de conciencia de un cristiano ni con la honradez científica con la que, en cuanto teólogo católico, me siento obligado.

Mi caso indica con suficiente claridad que es necesario clarificar básicamente si,está suficientemente garantizada en las actuales circunstancias la libertad de investigación y de cátedra en las facultades de Teología católicas, libertad reconocida por la Constitución. Y ello, debido a una directa intervención romana que, por otra parte, no legitima el concordato. Mi caso no es un caso aislado, aunque haya suscitado problemas básicos de interpretación del Concordato de 1933. Se ha hecho más visible ahora el peligro de que nuestras facultades de Teología católicas, integradas en las universidades civiles, se conviertan en instituciones eclesiásticas financiadas por el Estado en cuanto a la investigación y enseñanza, y de que la autoridad civil «vinculada a la eclesiástica» considere a sus profesores como empleados de la Iglesia pagados por él. Con ello se plantea la cuestión de si cuadra con los derechos y deberíes de ambas partes signatarias del concordato en relación con las facultades de Teología católicas el que el Estado deba asumir todas las cargas de tales medidas eclesiásticas.

Durante los últimos tres meses se ha informado sobre estos hechos con gran tendenciosidad y falsamente por parte eclesiástica. Por ello he de agradecer a mis compañeros Norbert Greinacher y Herbert Haag que hayan preparado una edición muy documentada de un libro que aparecerá en este mes de abril. Los esfuerzos de la Universidad de Tubinga, los llamamientos de numerosos católicos, de grupos católicos y de asociaciones, y mis propios intentos de llegar a un acuerdo, fracasaron sobre todo por la irrteductibilidad de determinados representantes del episcopado alemán. Esta documentación pretende hacer luz sobre el contexto, responsabilidades y efectos del «caso Küng», que, en realidad, es un «caso de la Iglesia Jerárquica».

Al margen de la solución puramente universitaria, pues, siguen en pie los problemas fundamentales, y la confrontación no desaparece, sin más. Sigue en pie la cuestión de la infalibilidad, que ni Roma ni los obispos han terminado por contestar. Sigue en pie el problema de una predicación cristiana digna de crédito en la escuela y en la Iglesia. Sigue en pie la cuestión de la comprensión entre las distintas confesiones, del reconocimiento mutuo de las funciones y de las celebraciones eucarísticas. Sigue en pie el problema de las tareas de reforma más urgentes: desde la regulación de la natalidad, matrimonios mixtos y divorcio hasta las ordenaciones de mujeres, celibato obligatorio y la catastrófica situación de falta de sacerdotes que se deriva de él. Sigue en pie, sobre todo, el problema de la dirección de la Iglesia católica: ¿Hacia dónde lleva a «nuestra» Iglesia? ¿Por el camino de Juan XXIII y del Vaticano II, hacia un espacio católico más amplio, más humano y cristiano? ¿O por el camino del Vaticano I, de regreso a los papas Píos y su gueto autoritario?

Quisiera seguir esperando en la victoria del espíritu de una catolicidad más verdadera y evangélica sobre el antiespíritu de un catolicismo jurídico-enclenque, doctrinario -anquilosado y triunfalista-medroso. En el espíritu de esta catolicidad verdadera continuaré realizando seminarios e impartiendo lecciones, investigando, enseñando y publicando, como profesor de Teología Ecuménica y como director del Instituto de Investigación Ecuménica en la Universidad de Tubinga.

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