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Las relaciones entre el PC italiano y la URSS son cada día más tensas

Juan Arias

Giancarlo Pajetta, encargado de relaciones internacionales del PC italiano confirmó ayer las tensiones en el seno del movimiento comunista internacional, al afirmar que «no puede hablarse de que la unidad comunista se rompe, puesto que tal unidad no existe». Por su parte, Georges Marchais, líder del PC francés, insistió en sus críticas contra «la llamada euroizquierda frente a un eurocumunismo al que se pretende moribundo». Además de las patentes divergencias entre franceses, por un lado, y españoles e Italianos, por otro, cabe señalar la alarma provocada en Moscú por los últimos movimientos de Berlinguer, con su próximo viaje a China y su negativa, respaldada por Carrillo, de acudir a la conferencia de partidos comunistas europeos de finales de mes, en París.

Las relaciones entre el Partido Comunista italiano (PCI), el más fuerte de Occidente, y la Unión Soviética se están haciendo cada día más tensas. Aunque los dirigentes del partido prefieren no confesarlo abiertamente, los síntomas son demasiado evidentes. Es más, los comunistas de Berlinguer prefieren que no se hable de este asunto para no agitar los ánimos de los soviéticos más de lo que ya están. Pero, por otra parte, les agrada esta situación. Es como decir a las otras fuerzas políticas, sobre todo a la Democracia Cristiana: «Ya veis que no somos tan prosoviéticos como pensáis; Moscú nos mira cada vez con peores ojos. »El desencanto del Kremlin por el Partido Comunista italiano viene de lejos, aunque, lógicamente, tratándose del comunismo europeo más fuerte y con mayor implantación popular, los soviéticos vigilan con particular atención a Berlinguer y a su política. Lo que parece haber colmado la paciencia soviética ha sido el viaje que llevará a cabo este mes Enrico Berlinguer a Pekín, que coincide con una polémica del PCI con el dirigente comunista francés, Georges Marchais. La negativa de Berlinguer, formulada también por Santiago Carrillo, de asistir a la conferencia comunista de partidos europeos a finales de mes en París, ha alarmado a los dirigentes de Moscú, según informaciones llegadas de la capital soviética.

Moscú sabe muy bien que no es posible que Berlinguer se vuelva atrás de una iniciativa tomada con tanto tiempo y preparada con tanto esfuerzo. Precisamente, todas las fuerzas políticas italianas han considerado esta apertura entre el Partido Comunista italiano y la nueva China como uno de los acontecimientos políticos más importantes en los últimos años en el PCI.

La Unión Soviética ha puesto en guardia a Berlinguer para que no caiga en la «trampa china». Lo ha hecho con muy poca elegancia: no ha publicado ni una línea en sus diarios o agencias; se ha limitado a difundir a través de la agencia Tass una frase recogida del diario japonés Asahi Shimbun, en la que se afirma que «la invitación del partido chino a Enrico-Berlinguer es una prueba más de los esfuerzos que los chinos están haciendo para arrastrar a su campo al mayor número posible de fuerzas, tanto a nivel de Estados como de partidos».

Un partido autónomo

Pero los dirigentes comunistas italianos han hecho saber que son un partido autónomo y que las iniciativas de política internacional las toman sin consultar con nadie, y que nadie debe darles lecciones. Añaden que esto vale, no sólo para Moscú, sino también para la Democracia Cristiana, que pretende siempre dar lecciones de democracia y someter a examen a un partido que, según los comunistas, ha dado pruebas más que suficientes y palpables de independencia y de democracia.A este propósito, el diario Repubblica publicó una viñeta de Berlinguer, afligido, que decía: «Hemos renunciado a la dictadura del proletariado, al marxismo-leninismo, al ateísmo, ¿debemos renunciar también a ser comunistas? »

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Lo cierto es que desde la intervención soviética en Checoslovaquia, el verano de 1968, cuando la crítica de los comunistas italianos fue tachada de «oportunista» por Moscú, hasta hoy, las relaciones se han ido haciendo cada día más tensas. La condena de la invasión de Afganistán ha sido mucho más dura que lo había sido la de Praga: el voto del PCI a la Cámara de Diputados a favor de la política atlántica, el encuentro con los socialdemócratas alemanes y, ahora, el viaje a China, están alarmando cada día más a los soviéticos.

Tranquilizar al Kremlin

Los dirigentes comunistas italianos, conscientes de esta tensión, multiplican los viajes a Moscú para «tranquilizar» al Kremlin. Pero incluso estos viajes y las continuas declaraciones de Berlinguer, que sigue considerando al socialismo soviético un socialismo «verdadero, aunque con grandes errores», van teniendo cada día menos efecto.Un episodio reciente de esta polémica ha sido el encuentro de Pietro Ingrao, en Moscú, con Boris Ponomariev, totalmente ignorado por la prensa soviética. No se puede hablar aún de ruptura, y los rusos han apreciado mucho, por ejemplo, la defensa que el PCI ha hecho de los Juegos Olímpicos de Moscú. Pero hay quien asegura que se va bajando la cuesta de unas relaciones cada momento más difíciles.

Pero es precisamente esto lo que preocupa, al mismo tiempo que agrada, a las demás fuerzas democráticas italianas.

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