Los italianos se preguntan si el terrorismo ultraizquierdista defiende algo más que el caos
¿Por qué las Brigadas Rojas asesinan a los mejores? Esta pregunta se la están haciendo desde hace tiempo los italianos, y de modo particular, estos días. Porque bajo las armas del terrorismo de la ultraizquierda han caído tres de los mejores magistrados del país: serios, democráticos, preparados intelectualmente, con gran aceptación en la base de su carrera, nada sospechosos de métodos reaccionarios en su comportamiento.
Lo mismo habla sucedido en el campo estrictamente político. Las Brigadas Rojas asesinaron a Aldo Moro, que era lo mejor de la Democracia Cristiana, el estadista más dialogante con la izquierda. Lo mismo ocurrió con Mattarella, presidente de la región siciliana, el joven democristiano que estaba preparando el primer Gobierno regional con los comunistas, y lo mismo con el vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura, Bachelet, un católico progresista convencido defensor de la línea ecuménica del Concilio Vaticano II.Esto ha hecho pensar a una parte de la opinión pública que no se puede tratar solamente de las Brigadas Rojas, sino probablemente de algo más: ¿La CIA camuflada? ¿la Mafia?, ¿la gran industria?, alguien que desea que Italia vaya hacia la derecha. Mucha gente se pregunta: «¿Pero qué son en realidad estas Brigadas Rojas, que golpean a los mejores y dejan tranquilos a los ladrones y sinvergüenzas?»
Es verdad que en los propios medios políticos no siempre existe unanimidad en el análisis sobre las Brigadas Rojas. Sobre todo no hay acuerdo sobre el peso que en el terrorismo italiano puedan tener ciertas fuerzas extranjeras, o la Mafia, por ejemplo. El famoso escritor y diputado radical Leonardo Sciascia negó rotundamente que Estados Unidos pueda tener hoy interés en «desestabilizar» Italia. Tampoco es partidario de pensar que sea fundamentalmente la Mafia la responsable directa.
Sin embargo, son los observadores de la extrema izquierda y de la izquierda histórica quienes defienden con mayor fuerza y convicción que en realidad el terrorismo de las Brigadas Rojas y de Primera Línea es un terrorismo claramente de «izquierdas».
Un grupo de base, que durante algún tiempo militó en Autonomía y que después acabó separándose porque no estaba de acuerdo sobre la política de «clandestinidad», y un grupo de comunistas de base respondió de forma prácticamente idéntica. Podría traducirse así: lo que pretenden las organizaciones terroristas de la extrema izquierda es convencer a la opinión pública de que en Italia en realidad no existe libertad, no existe el Estado y las instituciones se mantienen en pie artificialmente, que existe una dictadura del poder y una corrupción que lo devora todo y que la clase trabajadora ha sido engañada.
Los terroristas piensan, según ellos, que el único modo para desenmascarar esta realidad es forzar las cosas para que exploten las contradicciones latentes. Obligar al Estado y a las fuerzas políticas a revelar su verdadero rostro, que para ellos es represivo y reaccionario.
Con sus atentados desean que el Estado se haga duro, que se dicten leyes cada vez más represivas de la libertad, que se cree la ingobernabilidad dividiendo a la izquierda, que se creen gobiernos cada vez más reaccionarios y que el clima se haga tan irrespirable que por fin la gente se dé cuenta que está en manos de una estructura incapaz de ofrecer la libertad y se llegue de este modo espontáneamente a un Frente Nacional, a una guerra civil para que pueda implantarse la dictadura del proletariado.
En esta línea, para ellos, no existen «mejores» ni «peores». Más aún, los personajes más democráticos y más preparados son los más peligrosos, porque impiden que se llegue al caos; pueden favorecer alianzas con la izquierda histórica que ellos consideran reaccionaria e impedir que suene la hora del desastre. Por eso interesaba eliminar a Moro y a Mattarella y golpear a los magistrados mejores. La reacción dentro de las instituciones es más dura.
Los comunistas manifestaron que esta situación crea un grave problema a la izquierda histórica, que se ve entre la espada y la pared. Por una parte, sabe que no es con medidas más duras y con leyes menos democráticas con las que se puede vencer al terrorismo, pero tampoco puede oponerse a estas nuevas leyes restrictivas de la libertad ante una opinión pública que pide públicamente que «se despelleje» a los terroristas y que se implante la pena de muerte. «Si nos opusiéramos a estas leyes nos acusarían de ser cómplices del terrorismo, sobre todo porque este se presenta como de izquierdas.»
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