El escritor uruguayo Mario Benedetti, en Madrid
Desde el lunes se encuentra en Madrid el escritor uruguayo Mario Benedetti, exiliado en Cuba desde 1976. Benedetti opone a su reconocida versatilidad (poeta, cuentista, dramaturgo, novelista, autor de canciones y guiones cinematográficos y periodista) una fidelidad imbatible: la poesía.
No en vano la mayoría de los admirados lectores que lo asediaban, el lunes por la noche, en la librería Argentina, llevaban bajo el brazo esa suma de su poesía, Inventario, en cuya primera página Benedetti deslizó tantas firmas como un brioso ejecutivo en un año sembrado de memorándumes.Sus cuarenta libros han sido traducidos a catorce idiomas. No obstante haber superado ya el millón y medio de ejemplares, la paradoja persiste: su nombre no figura nunca en el dudoso olimpo de los best-sellers.
Pero la superproducción y el éxito no son categorías literarias, sino económicas. Dos libros de poemas (Poemas de la oficina, 1956 y otro en el que está trabajando ahora, sin nombre todavía) abren y cierran, hasta hoy, más de veinticinco años de celebración poética. Casa de las Américas acaba de editar, hace tan sólo una semana, Todos los cuentos de Mario Benedetti, libro de más de quinientas páginas que reúne 61 cuentos escritos a lo largo de treinta años. A ello hay que sumar las novelas Quién de nosotros (1953), La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965) y El cumpleaños de Juan Angel (1971), quedando pendiente la enumeración de sus ensayos y obras de teatro.
Si a su fecundidad se la asimila con producción en serie, si a la reiterada fidelidad de sus lectores se la degrada en éxito, mal se podrá entender su trayectoria como escritor y, menos aún, su condición de hombre vigorosamente insertado en la realidad americana. Al poner la lente a foco se comprenderá la íntima relación que une su exilio (por animal político peligroso) y su ausencia de las listas de best-sellers (por animal literario incómodo). No es el único caso, sino un brote más de la epidemia. Otros -como Rodolfo Walsh- han pagado con la vida el derecho a no estar muertos; otros, como Haroldo Conti, han sido tragados por esa boca de tiempo negro: las desapariciones. Para un buen número de intelectuales latinoamericanos, la odisea del Cono Sur americano ha significado exilio, cárcel o muerte.
Mario Benedetti es uno entre miles de exiliados de aquella parte del mundo. Lo sobrelleva como todos; es decir, como puede. Pero lejos de bajar las armas (las suyas, que son las distintas formas de la palabra), este hombre, que ha sido vendedor, taquígrafo, traductor, empleado y después gerente de una empresa inmobiliaria, auxiliar de oficina y periodista; este hombre, que conoció la vida por el camino que va del asfalto a las bibliotecas, ha cumplido sesenta años con la dignidad de un hacer ininterrumpido.
Escalonado entre Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano, Benedetti integra junto a ellos la proa de la literatura uruguaya contemporánea. Un dato elocuente es que ninguno de los tres puede regresar a su país. Emergentes quizá más notorios, la lista no se agota con ellos, y aun a riesgo de omitir, cabe mencionar a Carlos Rama, Guido Castillo, Cristina Peri Rossi y Carlos María Gutiérrez, entre otros nombres de la intelectualidad uruguaya exiliados en España.
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