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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Miguel Angel Colmenero y Emil Tchakarov

Orquesta Nacional de España.

Solista: Miguel A. Colmenero. Director: Emil Tchakarov. Obras de Mozarty Shostakovitch. Teatro Real. 25, 26 y 27 de enero.

Miguel Angel Colmenero, solista de trompa de la Orquesta Nacional de España (ONE), expuso, una vez más, sus calidades técnico-estilísticas al interpretar el Concierto en mi bemol, de Mozart. Leve de peso, aireado, ligero de andamento, expresivo, la Opus K. 447 del salzburgués llegó a todos en la pureza de su sustantividad musical. Lo que valió a Colmenero y a los instrumentistas de la Nacional y su director invitado largos aplausos.Emil Tchakarov es un maestro búlgaro de 32 años que a partir de su doble éxito en los concursos Karajan de Berlín realiza una interesante carrera internacional. Le escuché en 1971, cuando ganó un tercer premio en la competición berlinesa y, al año siguiente, con su Orquesta de Cámara, con la que se clasificó en segundo lugar en el Concurso Internacional de Orquestas Juveniles, organizado igualmente por la Fundación Karajan.

Al lado de Franco Ferrara y del propio Karajan, Tchakarov completó su formación y definió un estilo situado en un punto medio entre la tradición germana y el gusto latino. Lo que se demostró en su versión de la séptima sinfonía, Leningrado, de Dimitri Shostakovitch, que la ONE programaba por vez primera, aunque ya ha sido interpretada por la Sinfónica de RTVE. Obra de grandes proporciones, viene a continuar, con matices propios, el posromanticismo europeo a través de un sinfonismo poemáfico en el que brilla no sólo el excelente oficio de su autor, sino, en muchos momentos, una indudable capacidad inventiva.

En todo caso, como sucede con este tipo de sinfonías monumentalistas, el peligro para los intérpretes y, por tanto, para el público es el de densificar y retorizar el monumento, más aún de la retórica y la densidad que comportan. En una palabra: exagerar. Tchakarov evitó cualquier exceso y no decimos que «quitó hierro» porque en ninguna parte está escrito que Shostakovitch lo quisiera. Del mismo modo ennobleció algunas ideas conformistas hasta rozar la vulgaridad, peligro en el que antes que él cayeron otros muchos grandes y menos grandes.

De modo particular pudimos apreciar uno de los mejores valores de la obra: su pensamiento orquestal, original y variado. Lo que es cierto es que el sinfonismo de Shostakovitch conectó por igual con el público de su país y demás naciones de «economía dirigida» (por seguir el breve análisis de Coria) que con la mayoría melómana del mundo capitalista o de «economía liberal», al margen de los respectivos y correspondientes planteamientos políticos,

Fue así, desde el primer momento, porque el compositor ruso enlazaba directamente con la tradición, hablaba un lenguaje conocido y manejaba una coherencia que no obliga al oyente a mayores esfuerzos.

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