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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Afganistán y la política exterior española

Afganistán es un país pobre, sin recursos naturales, que limita al Norte con la Unión Soviética, al Oeste, con Irán; al Sur y al Este, con Pakistán, y tiene un breve punto de contacto himalayo al Noreste con China. No tiene frontera marítima. Su población es de catorce millones de habitantes y el índice de analfabetismo asciende al 90%.En el contexto internacional, Afganistán es un cruce complejo de caminos e influencias y ha sido siempre, en su historia, una zona de conflicto sometida a las presiones de los poderes colindantes.

En la crisis actual, según la versión soviética, el Gobierno afgano pidió ayuda para defenderse de las guerrillas alimentadas desde Pakistán y China. Según la versión americana, el Gobierno afgano no es un Gobierno independiente y no está cualificado para pedir ayuda militar a nadie.

El interés estratégico- político de Afganistán para la Unión Soviética nace del hecho de ser un país fronterizo. El interés para Estados Unidos es más remoto, en razón de la distancia que los separa. Pero como potencia mundial, considera que cualquier movimiento importante, en cualquier parte del mundo, afecta a sus intereses nacionales.

En contraposición, para España, Afganistán es un país que está fuera no sólo de la zona de sus intereses actuales, sino de toda posible definición razonable sobre cuáles pudieran ser estos intereses en el futuro.

Por esta razón, y porque es presumible que muchos de nuestros ministros carezcan de un conocimiento exacto de lo que fue y es Afganistán. resulta desconcertante que el Gobierno español haya tomado una posición tan condenatoria y, sobre todo. tan simplista.

¿Por qué y para qué el Gobierno ha actuado así?

No puede ser, obviamente, por quijotismo. Basta contrastar la férrea postura del Gobierno en su condena a la Unión Soviética, por su intervención en Afganistán, con la actitud tibia, permisiva y agresiva de neutralidad que mantuvo y mantiene el Gobierno español sobre la invasión del Sahara y el exterminio de los saharauis -antiguos ciudadanos españoles por Marruecos. Este conflicto, el del Sahara, sí afecta en profundidad no sólo a nuestros intereses inmediatos y futuros, sino también a nuestra conciencia moral próxima.

No es Don Quijote, pues, sino Sanchopanza, quien dirige, parece, nuestra política exterior. Pero un Sanchopanza con muy poca imaginación.

La pertenencia de España al grupo occidental de naciones es evidente. Pero entre pertenecer al mundo occidental y someterse a las erráticas necesidades de un presidente Carter, condicionado a las presiones de un período electoral, hay un abismo.

En esto, como en otros cosas, hay que tomar ejemplo de la capacidad de maniobra de Francia.

Francia recomendó en su día al ayatollah Jomeini y hoy mantiene una excelente relación con el nuevo Irán, a pesar de su enfrentamiento con Estados Unidos; y Francia, que es, sin duda alguna, aliado profundo de Estados Unidos, no incurre en la irresponsabilidad de condenar la actuación soviética en Afganistán con la celeridad y simplicidad del Gobierno español.

Francia actúa así no por veleidades prosoviéticas, sino porque supo siempre mantener un notable grado de independencia en la definición y defensa de sus intereses nacionales. Incluso la misma conducta americana, a pesar de los exabruptos publicitarios, ha cambiado sustancialmente y en muy pocos días. Hoy se habla de revertir la decisión sobre apertura de nuevos consulados soviéticos en Estados Unidos. Hoy está olvidado cualquier intento de boicotear los Juegos Olímpicos de Moscú. Hoy es previsible que se revierta la decisión de embargar las ventas de cereales a la Unión Soviética.

Y frente a este panorama político real destaca, por su incoherencia y su simplicidad, nuestra posición.

La política exterior española, por honorabilidad entre otras razones, pero si éstas no bastan, por razones de credibilidad y de eficacia, tiene que desprenderse de su simplismo, de sus miedos y de su aceptación incondicional de intereses coyunturales de terceros países. Tiene que salirse, en fin, de su más-papismo-que-el-papa.

España necesita, no a pesar de, sino precisamente, por estar inmersa en el mundo occidental, mejorar y desarrollar ampliamente sus relaciones con la Unión Soviética en todas las áreas; al menos hasta llegar al nivel de relación que hoy mantienen Italia, Francia, Alemania y Japón y tantos otros países desarrollados.

La necesidad y legalidad de la intervención soviética en Afganistán no es el tema de debate. El tema es el de nuestros intereses nacionales, porque una nación no tiene amigos ni enemigos permanentes: sólo son permanentes sus legítimos intereses.

Juan Garrigues Walker, abogado y hombre de empresa, es presidente de CIEX, compañía dedicada al comercio con la Unión Soviética.

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