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Tribuna
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De la barba de Jomeini a la calva de Kojak

Uno puede imaginarse perfectamente (y además es estimulante) un Irán donde no existiese un Jomeini; lo que en cambio es más difícil de imaginarse es un Jomeini todo after shave, con el cutis bien rasado. Estaba escrito que el ayatollah tenía que ser barbudo, o no sería. A tiempo pudo saberse que teníamos un sha de repuesto, aunque muy suyo.Los futurólogos de la CIA en cargados de escrutar la bola de cristal del andaryviene político se equivocaron como unos aprendices al no captarle las pro mesas a la barba de Jomeini. A través de su lectura habrían podido enterarse a buen tiempo que el ayatollah sería el ayatollah. Por lo visto, Fidel Castro no les en señó nada de nada. Quizá todo el problema se debe a la miseria de la psicología del Pentágono, al que parece serle ajeno el arte de la lectura de los signos. Para ellos, la barba es una adiposidad y basta. ¡Oh infelices!, la barba es mucho más.

Hasta no hace mucho la barba fue un símbolo social negado a los reclutas, al clero urbano y al personal de servicio, sin que el pretexto higiénico explicase el tabú. Más lógicamente, la prohibición de la barba se explicaba por las mismas razones que impedían a los reclutas adoptar los símbolos de la autoridad jerárquica, como la estrella de cinco puntas, por ejemplo, o las hombreras de purpurina, porque la barba era también un distintivo de la autoridad. Es decir: un general bien afeitado no podría dictar órdenes a un recluta barbudo sin que algún equilibrio natural no pareciera en contradicho. Con otras palabras, un subalterno barbudo era una incongruencia subversiva. En cuanto que signo del universo adulto, la barba y la obediencia (cualidades, al contrario, asociadas a la infancia) no eran compatibles. La barba ha sido siempre experiencia, madurez, o sea, autoridad.

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Por la misma, y por otras razones, la barba en la cara del sacerdote urbano era una improcedencia. Ningún beato párroco de barriada se ha atrevidojamás a la arrogancia, y la cosa se comprende. También el obispo urbano lleva el rostro bien afeitado. Ello se ha debido también al carácter subalterno de la autoridad eclesiástica, quiero decir: la Iglesia del continente civilizado ha sido tradicionalmente sostenedora de los poderes constituidos, y de ahí .que los obispos llevasen el cutis bien visible. La barba presupondría en ellos una ciertapasión por el desorden, peligrosas veleidades intelectuales, o bien, una cierta agresividad y una predisposición a la aventura que, en verdad, no se correspondía con una Iglesia integrada en el stablishment. El único lugar donde los obispos, e incluso el clero de base, no sólo podían permitirse la barba, sino incluso casi no podían negarse a ella, era en Africa. y en general en el Tercer Mundo. Allí la Iglesia era subvertidora del status pagano y, por tanto, la barba no contradecía su espíritu, en este caso revolucionario. Además, la barba era la aventura. O sea, ya por definición, la barba es misionera. La barba es para el misionero como el juramento de la bandera para el caballero legionario: testimoniaba su disposición para la aventura evangelizadora y, en última instancia, para el martirio.

La barba sugiere ya en sí misma el país tropical, los peligros de la jungla, el mau-mau, la lejanía de la civilización (del imperio de la gillette y del after shave) y la dureza de una existencia barbárica. El vegetal abandono del barbudo presupone ya aquella pureza de intenciones, y de desamor hacia sí mismo, que se sobreentienden en el misionero. Estoy diciendo: la barba es molokay. El misionero se deja la barba simplemente para demostrar, y demostrarse a sí mismo, que está dispuesto a todo. Por idénticas razones, el recluta urbano se afeita reglam entariam ente, mientras el recluta colonial (el legionario) se deja la barba. Ella indica la predisposición particular al martirio de lasfuerzas especiales, los misioneros de la bandera. Toda la agresividad del clero (dócil y contemplativo en la metrópoli) se reserva para el Tercer Mundo, tierra de aventura, caja de sorpresas apostólicas y de pasiones tropicales (desde la lepra hasta el mosquito tse-tse). Puesto que la evangelización en el llano (la Europa urbana) no presenta riesgos semejantes, la barba aquí es una improcedencia, en cuanto expresa una tendencia a la aventura del todo impropia y peligrosa, mientras sobre el rostro del candidato al suplicio africano la barba acredita una agresividad institucional socialmente prestigiosa y aceptable.

La barba es institucional o subversiva según la circunstancia geográfica de quien la lleva. Así, por ejemplo, al margen del escenario africano (donde la barba del europeo acredita su acatamiento a la consigna metropolitana de una yígorosa evangeliza-

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Salvador Sagaseta escritor canario autoexiliado en Suecia, es autor del libro La angustia sexual en las prisiones, donde cuenta su propia experiencia como recluso en los centros penitenciarios españoles.

De la barba de Jomeini a la calva de Kojak

(Viene de página 9)ción), en la metrópoli misma 1 barba es un desafío al estatus Símbolo de la izquierda extraparlamentaria o de la pro testa intelectual, la barba es en Europa síntoma «inequívoco» de pasión por el desorden y vocación de poder paralelo. Las mejores barbas del Parlamento español pertenecen a dos rebeldes: la de un diputado vasco que no ejerce, la de Rojas Marcos. Todos los grandes aventureros, desde Cristo hasta Fidel Castro, pasando por Karl Marx y Ho-Chi-Minh, han sido barbudos. La barba ha sido siempre Sierra Maestra. También en la geografía del saber la barba expresa la voluntad intelectual de ir más allá, hasta la tierra peligrosa de la sabiduría anticonstitucional, es decir, hasta la subversión, más allá el comportamiento civilizado. Tanto es así que, incluso en la URSS, la barba, por aquí sinónimo de izquierdismo, allí lo es de derechismo. El poder nunca ha tolerado la barba, ni la barba ha tolerado al poder. La barba caprina de Solyenitsin demuestra que la norma es universal. El subversivo es siempre barbudo.

Y ya hemos llegado; los yanquis, muchos satélites artificiales muchos microfilmes, muchos 007, muchas Europa 1, mucha Coca-Cola, pero de psicología nozing. Se les coló por los archivos una barba desbordante, como la de Jomeini, que ya preanunciaba el curriculum venidero del personaje. Parece como si Thorstein Veblen, el agudo sociólogo autor de Teoría de la clase ociosa, no hubiese vivido ni escrito en Norteamérica. El Pentágono haría bien en no limitarse a la -lectura de Walt Disney. Thorstein Veblen les habría enseñado a buena hora que la barba es una supervivencia de los rasgos arcaicos, añoranza del pasado bárbaro heroico -depredador, que ya preanuncia las intenciones del sujeto. La barba es expresión de una nostalgia indígena, que tiende un puente a un estadio anterior al Homo sapiens. No se equivocó del todo el fascismo al ver en la barba un signo de belicosidad contenida. La barba salvajiza el rostro, llama en causa a nuestro pariente neanderthaliano, o evoca el pasado tribal. Modernamente, la barba formó parte de un todo estético burgués que incluía también el bastón (alegoría del garrote cavernario) y que tendía a resaltar la ferae natura del caballero, exigiendo respeto. El uso innecesario del bastón como accesorio estético (válido más bien para la amenaza), completaba la caracterización fierina del sujeto, evocando su pasado agresivo-depredador; su prehistoria bárbara. Incluso, en el momento de reflujo de la agresividad (el amor), la barba dejaba al bárbaro en su áspera soledad: por ejemplo, mataba al beso, trazaba una frontera táctil entre el mono desnudo (barbilampiño) y su pariente pilífero, y este distanciamiento reforzaba el respeto.

La costumbre del afeitado es relativamente moderna por, cuanto afecta a las clases altas. Además, se trata de un hábito heredado de las clases subalternas. El padre de familia del hogar victoriano era barbudo, mientras su ayuda de cámara tenía que afeitarse. La amputación de la barba tendía a amputarle el poder; la barba acreditaba la autoridad, y por lo mismo era reservada al caballero. Al contrario, ningún esclavo romano era barbudo. También un dios desprovisto de barba sería un dios devaluado, sin poder ni autoridad. En la Santísima Trinidad cristiana solamente el Espíritu Santo no es barbudo, por razones de fuerza mayor.

Aunque no se trata de darle una mano al Pentágono, yo que ellos no haría la vista gorda sobre otro fenómeno más de hoy, que además es made in USA, o sea, la moda Yul Brinner, relanzada por Kojak. O sea, tal como es hoy el rumbo de la moda, un ayatollah más podría colárseles también con el cráneo desnudo. La vocación barbárica no tiene hoy por qué expresarse forzosamente con el recurso (demodé) a la florida barba. Kojak ha acabado de imponer la moda tártara que Yul Brinner sugiriera. Algunos caballeros van por la vida con un zarcillo de complemento. Es bueno tenerlo en cuenta, porque un Atila vale un Jomeini. La intención demostrativa del rapado es prácticamente la misma de la barba, o sea, una vez más el subrayado de la ferae natura del sujeto. Si de buen tradicionalista Jomeini no ha adoptado la moda Kojak, sino la más clásica del no-afeitado, es porque ese hombre sin alegría encuentra demasiado frívolo el chupa-chups del comisario. Y porque no afeitarse es en él un algo inevitable. Hay caras que no soportan la gillette.

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