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El ejército que derrotó a Estados Unidos no ha conseguido acabar con la guerrilla "jmer"

Desde el Norte, cerca de la frontera con Laos, en las montañas de Dangrek hasta el oeste del país, en la, cordillera de los Cardamomes y a lo largo de toda la frontera tailandesa, la guerra de guerrillas azota a toda Camboya y desborda, incluso, sus fronteras. En el norte de Laos los «rebeldes» meos se enfrentan también con las fuerzas armadas de Hanoi, y en la frontera chino-vietnamita los incidentes son casi diarios.Por haber querido penetrar con la mayor rapidez lo más lejos posible, el ejército invasor vietnamita dejó atrás numerosas bolsas de resistencia que, un a o, -después de su ofensiva-relámpago, no acaba de liquidar. «Thieu y sus veinte divisiones superarmadas se hundieron, en 1975, en cincuenta días, ante la presión vietnamita, Pol Pot y su puñado de combatientes siguen resistiendo a los doce meses.» La comparación suele, ser hecha, no sin algo de regocijo, por expertos militares occidentales.

El ejército pesado y convencional de Hanoi se encuentra, manteniendo las proporciones, en una situación algo similar a la de las tropas norteamericanas enfrentadas en Vietnam del Sur con una guerrilla activa y escurridiza. Más grave aún: aquellos vietnamitas, que en un principio fueron acogidos como auténticos «liberadores» del «infierno» jmer rojo, son ahora considerados por los camboyanos como ocupantes.

El fracaso de Hanoi

Dos motivos. por lo menos, explican que Hanoi no haya conseguido suscitar la adhesión de los camboyanos al régimen de Hang Samrin. que instaló en el poder tras deponer a Pol Pot.

Primero, los camboyanos no tardaron en descubrir que sus «liberadores» eran, en contra de lo que afirmaba la propaganda de las nuevas autoridades de Pnom Pelin. casi todos vietnamitas que pretendían implantar, aunque con otros métodos, una sociedad colectivista semejante para los supervivientes del genocidio al régimen anterior de los jmers rojos.

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«Tenían que habernos dejado respirar, coger gusto a las pequeñas cosas olvidadas, al placer de poseer algunos objetos, un pequeño terreno para sembrar y reencontrarse con la familia», dirá más tarde un intelectual camboyano exiliado en un campamento tailandés.

Es más, preocupados porque su ofensiva de invierno había impedido sembrar el arroz para la cosecha de la primavera y que importantes reservas alimenticias habían sido saqueadas o llevadas consigo en su retirada por los guerrilleros, las autoridades vietnamitas en Camboya decidieron, en abril de 1979, reanudar una «nefasta costumbre» jmer roja, vaciando las ciudades que empezaban a repoblarse y obligando a sus habitantes a participar en las tareas agrícolas.

Esta segunda «desurbanización» provocó, en mayo del año pasado, la primera huida masiva de refugiados a Tailandia.

El segundo «error» de Hanoi consistió en exacerbar el nacionalismo de los camboyanos, empezando por todos los empleados del Estado, puestos bajo la tutela de «consejeros» vietnamitas, con los que deben consultar las más mínimas decisiones.

Kang Sanerat, director de publicaciones con el régimen de Heng Samrin, y que optó a primeros de diciembre por huir a Tailandia, declaraba a este propósito: «Esperábamos que los vietnamitas, nuestros libertadores, instalaran paulatinamente una administración representativa del pueblo y que su presencia se redujese. Ha ocurrido exactamente lo contrario. Los vietnamitas controlan hasta el mas pequeño eslabón de una ad que el pueblo desprecia.»

En resumen, el desastre agrícola era demasiado grande, el traumatismo demasiado profundo, la «Iiberación» del país demasiado poco camboyana y las presiones extranjeras demasiado palpables para permitir un renacimiento nacional.

Los alimentos, politizados

Tras haber resucitado la tradicional hostilidad de los camboyanos por sus vecinos del Este, Hanoi, en un último intento de controlar a la población, empezó, a partir del último verano, a distribuir los alimentos en función de criterios políticos de adhesión al nuevo régimen.

La penuria de víveres, agravada por el racionamiento político, incitó a numerosos camboyanos a emigrar a Tailandia. En septiembre de 1979, 350.000 refugiados se agrupaban ya a lo largo de la frontera tailandesa.

Desde entonces, la reanudación de las operaciones militares vietnamitas, coincidiendo con la estación seca a partir de noviembre, la definitiva apertura de la frontera tailandesa a los refugiados un mes antes y la llegada masiva de la ayuda sanitaria, y alimenticia occidental, no han hecho sino incrementar la atracción suscitada por Tailandia. A ambos lados de la frontera camboyano-tailandesa se aglutinaban, a finales del año pasado, cerca de un millón de refugiados.

De una población que contaba en 1975 casi siete millones de ciudadanos, y aun cerca de cuatro a principios del año pasado, tras tres años de masacres perpetradas por los jmers rojos sólo quedan ahora en el interior de Camboya, según cifras facilitadas por el propio secretario general de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim, 2,5 millones de personas.

Más grave aún: la tasa de natalidad de esta población es casi nula. Un informe de la Unicef hecho público en Ginebra en septiembre asegura que en Camboya hay muy pocos niños de menos de cinco años de edad y que el número de mujeres embarazadas es muy pequeño. Las enfermedades y el hambre merman las escasas fuerzas productivas del país. El holocausto en Camboya no tiene precedente desde el final: de la segunda guerra mundial.

En un país que se debilita demográficamente por días, cuyas élites intelectuales, han sido diezmadas por el régimen de Pol Pot y donde gran parte de la población aún en vida erra en busca de comida o de familiares supuestamente desaparecidos, resulta imposible asentar un régimen como el de Heng Samrin.

La presencia vietnamita es cada día más indispensable, y Hanoi se encuentra cada vez más comprometido en lo que algunos califican de «atolladero camboyano». Expertos occidentales calculan que unos 100.000 vietnamitas -la mitad del cuerpo expedicionario- cumple tareas administrativas u organizativas.

En estas condiciones no es de extrañar que impedimentos de tipo material dificulten la distribución de la ayuda alimenticia. Pero, a pesar de los mentís formulados por las autoridades provietnamitas de Pnom Penh, no sólo las deficiencias de infraestructura obstaculizan el reparto de víveres en Camhoya.

De los testimonios concordantes de numerosos refugiados camboyanos recién llegados a Tailandia se desprende que su huida obedece a motivaciones alimenticias, al no haberles sido distribuida la ayuda internacional en zonas controladas por el Ejército vietnamita.

Algunos de ellos aseguran que el arroz repartido en algunos pueblos o campamentos en presencia defuncionarios internacionales les fue posteriormente retirado por representantes de Pnom Penh, que justificaron la medida argumentando que las Naciones Unidas no reconocían al régimen de Heng Sarann.

Si algunas organizaciones humanitarias, como la Unicef u Oxfam, se declaran satisfechas del reparto de víveres, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha acusado en varias ocasiones a las autoridades provietnamitas de Camboya de «distribuir una ínfima cantidad de los socorros internacionales».

Datos fidedignos hechos públicos en Bangkok ponen, por ejemplo, de relieve que 23.000 de las 30.000 toneladas de arroz entregadas a Camboya en septiembre último por la Unicef y la Cruz Roja seguían almacenadas tres meses después en el puerto camboyano de Kompong Song y empezaban a ser devoradas por las ratas.

En base a estas informaciones, el Departamento de Estado norteamericano y las Naciones Unidas, cuya ayuda canalizan la Unicef, la Cruz Roja y el Alto Comisariado para los Refugiados, decidieron, el jueves pasado, interrumpir provisionalmente sus entregas de alimentos a Camboya.

Con anterioridad al anuncio de esta suspensión, el embajador estadounidense en Bangkok, Morton Abramovitz, basándose en observaciones transmitidas por satélites norteamericanos, afirmó que la cosecha de invierno en Camboya alcanzaría sólo la quinta parte de una cosecha normal.

Si Pen Sovan, ministro de Defensa, considerado generalmente como el verdadero «hombre fuerte» del régimen de Pnom Penh, declaró recientemente en la capital vietnamita que le hacía «reír oír decir que la gente muere de hambre» en su país, el propio jefe de Estado camboyano, Heng Samrin, le había desmentido de antemano al descubrir la situación de la siguiente forma: «Camboya se enfrenta con dificultades insuperables; tenemos que yugular el hambre y nos falta de todo: ropa, casas y medios de producción. »

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