Quevedo y mi señorito
A mi señorito, a nuestro señorito, aquí Juan Luis Cebrián, le sacaron periodista del año en una de esas sofemasas navideñas, lo cual que con motivo de la elección dijo este párrafo:-Hoy vemos que tenía más poder Quevedo, en la cárcel, que el Conde-Duque, su carcelero.
Ha tocado aquí nada menos que la cuestión de la libertad/poder del escritor. ¿Están en proporción directa libertad y poder, libertad e influencia, cuando se escribe? Están más bien -ay- en proporción inversa. Buero y Arrabal tienen hoy menos influencia (y quizá menos poder) que bajo la ficción franquista o la realidad del exilio.
¿Quiere esto decir que la censura sea buena y la represión necesaria? ¿Que nos crecemos en el castigo? Quiere decir, la frase sobre Quevedo, primero, que Olivares tenía poder fáctico, pero Quevedo tenía poder fáustico, creador. Y segundo: que la cárcel añade influencia al escritor e incluso estilo a lo que escribe.
La raíz cuadrada de Freud, cultura=represión, había sido desmentida por Fourier y Voltaire antes de que él la formulase, y ha sido desmentida después por sus apóstoles y anticristos: Reich, Marcuse, Tausk. Pero sí es cierto que, viniendo aquí y ahora, hay unos escritores políticos que tienen horror a la libertad, como la naturaleza tiene horror al vacío. Y -lo que me interesa más- el escritor, el periodista, el político teórico (no fáctico, naturalmente), tienen más influencia y poder jugando a la contra, escribiendo desde la cárcel del alma, como Marcelino Camacho en Argel y Cervantes en Carabanchel. El desencantado de los partidos de izquierda es un beato sadomasoca que, más que líderes, necesita mártires a los que rezar.
Buena fuera la libertad total, pero creo que hoy, en esta libertad vigilada de la democracia (vigilada por violadores nocturnos y policías más oficiosas que paralelas), toda la diferencia entre un periodista y otro, entre un escritor y otro, está en saber o no saber que vivimos todos el régimen mediopensionista del Lute, con vuelta a casa a la hora de Cenicienta y sin dejarse ningún zapato perdido en Mayte.
Hay los apocalípticos de la ultraespaña o España extrema -García-Serrano, Ruiz-Gallardón, Antonio Izquierdo, Pérez-Varela, Vizcaíno y un etcétera añil- que nos creen a todos despeñados en el abismo del liberalismo absoluto y demasié, y entonces escriben cabeza abajo, con el vértigo de la caída, con la aceleración violenta del gran tortazo histórico. Luego están los integrados en las libertades parciales de una democracia que alguien no quiere total, los instalados en ese café con leones que hay frente al Palace como en el mejor de los cafés posibles, y que escriben desde la suficiente libertad conquistada, o como si tal: Meliá, Apostúa, Abel Hernández y un democristiano y bendecido etcétera.
El escribir desde ese café decimonónico y parlamentario, pidiendo recado de escribir y teniendo los leones a la puerta, como los caballos que han de tirar de su berlina hacia la Moncloa, les da un estilo ambiguo, europeizante, conteste, administrativo, que hace que un cronista se parezca a otro cronista, como decía d'Ors que un premio Adonais se parece a otro Adonais.
¿El estilo es el hombre? El estilo es la cárcel. Sólo el que sabe que, liberados de la prisión menor de la dictadura, paseamos por el patio soleado (con burbuja de Harrisburg) de la prisión mayor del multicapitalismo y las Tri, sólo ese acertará con el estilo carcelario y testimonial que es el mejor estilo y preceptiva literaria, de Cervantes a Wilde, de Quevedo a Pavese o Gramsci. El poder, sí, querido director, lo tiene el escritor y no el poderoso. Poder sobre el futuro, poder que sólo le da la falta absoluta de poder: la cárcel.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.