"Es lástima que fuera mi tierra"
El día 13 de junio pasado se cumplieron cuarenta años de la llegada a Veracruz (México) del buque Sinaia. Ese buque llevó los primeros refugiados españoles que habían luchado contra el fascismo, en lo que sería la primera batalla de la segunda guerra mundial.En México se han celebrado, hace unas semanas, diversos actos conmemorativos con este motivo. Entre otros, se descubrió una placa con los versos del poeta Pedro Garfias: «Como en otro tiempo por la mar salada te va un río español de sangre roja, de generosa sangre desbordada... Pero eres tú, esta vez, quien nos conquistas, y para siempre, ¡oh vieja y nueva España! » Por su parte, Lázaro Cárdenas dijo en 1957: «Y al llegar a esta tierra nuestra entregaron su talento y sus energías a intensificar el cultivo de los campos, a aumentar la producción de las fábricas, a avivar la claridad de las aulas, a edificar y honrar sus hogares y a hacer junto con nosotros más grande la nación mexicana.» Por el contrario, en esta España actual de tantas y tantas sombras -o sea, en el país del que provenían aquellos transterrados-, apenas se le ha prestado atención al acontecimiento. No ha habido ninguna iniciativa desde los organismos oficiales, lo que resulta lógico, ni, lo que sí nos parece grave, tampoco por parte de las fuerzas progresistas. La televisión, la radio, los suplementos de artes y letras -pese a que una buena parte de los refugiados españoles en México eran profesionales de la cultura-, los semanarios, los periódicos parece que estaban y aún continúan estándolo, muy ocupados en otros negocios. Nuestro comportamiento, en cualquier caso, es un lamentable indicio de la desmemoria histórica en la que nos encontramos cada día más y más sumergidos.
A mí me ha parecido oportuno traer aquí el recuerdo de la llegada del Sinaia a México y la constatación de que en la España contemporánea nos olvidamos de aquel viaje -viaje dramático, viaje real y, al mismo tiempo, pleno de simbolismos, ya que fue como una nítida y brutal frontera entre la esperanza derrotada en tierra española y el terror para los que se quedaron, y la incertidumbre para los vencidos que podían irse... Y me parece conveniente y necesario recordarlo, pues si bien la historia nunca se repite igual, pienso que existe un hilo conductor entre aquel viaje hace cuarenta años y el más reciente, actual, de los latinoamericanos hacia Europa huyendo del terror. La falta de memoria del país en su conjunto y la despreocupación y negligencia del Estado español quedan ignominiosamente situadas entre ambos viajes.
Lamentablemente, tenemos que decir, una vez más, que España tiene una obligación, ante todo, ética para con los refugiados del mundo, en general, y con los latinoamericanos, en particular. Pero dejaremos de lado ahora los aspectos meramente jurídicos de la cuestión; eso lo tenemos todos muy claro: falta un estatuto del refugiado amplio y generoso, un estatuto que no sirva solamente para que UCD y el Gobierno se prestigien ante la comunidad intelectual, sino que contemple realmente los problemas de las mujeres y hombres que por haber combatido contra las dictaduras, o simplemente por no soportarlas, se vieron obligados a abandonar sus naciones de origen. Falta también que el Gobierno respete las leyes vigentes que homologan a los trabajadores latinoamericanos con los españoles. Pero como el estatuto no existe, y las leyes no se respetan, se hace, por tanto, imprescindible que las personas democráticas, los partidos políticos, los sindicatos, manifiesten claramente su protesta. Quiero decir, y esto no es un juego retórico, que todos aquellos que, al parecer, se olvidaron de rememorar la llegada del buque Sinaia a México tomen postura frente a los latinoamericanos. Porque el exilio español de ayer y el exilio latinoamericano de hoy no se deben medir solamente con el tiempo cronológico, sino con el tiempo histórico, pues se trata, en última instancia, de las vidas de quienes lucharon, luchan y resisten contra la barbarie.
Por ello digo que no caigamos en la trampa de pensar que la cuestión de los latinoamericanos en España es una cuestión meramente jurídica, porque en Verdad es, primero, un problema ético, y en segundo término, una cuestión de Estado. Etico, porque defender y amparar a quienes luchan contra la barbarie es una obligación que nos dignifica y que nos diferencia claramente de los dictadores e inquisidores de cualquier tipo. De Estado, porque si el Estado español contemporáneo se quiere diferenciar del aparato estatal franquista tiene que demostrarlo, y de una vez por todas. Y la mejor forma no es considerando sospechoso a todo el mundo, sino partiendo de la premisa de que en una democracia todo el mundo es inocente o nadie es culpable hasta que no se demuestre lo contrario. Y tampoco es una forma honesta no hacer lo que se debe y, mientras, escribir encendidas palabras, como las aparecidas el día 12 de octubre en un artículo de Abc donde se dice que se trata de formar «una nueva hispanidad»; y que la hispanidad significa «capacidad integradora y solidaridad; comprender que, más allá de nuestros problemas domésticos, el sufrimiento y la alegría de cualquier comunidad hispana son nuestra alegría y sufrimiento». Firmado: Adolfo Suárez, presidente del Gobierno. Sin comentarios.
Decía que asistimos a una deshistorización en la sociedad española. No se trata de hacer reconvenciones melancólicas como aquella de que «todo tiempo pasado fue mejor», sino de no olvidar ese pasado, que todos sabemos que fue distinto, si no peor, para mejor trabajar sobre el presente. Y decía que veía una estrecha conexión entre cosas aparentemente distintas. El problema de los latinoamericanos es un claro ejemplo.
Mientras no exista una legislación adecuada y ánimos para traducirla por el mejor lado, todos aquellos serán sospechosos de lo que deseen las instancias oficiales y las tendencias reaccionarias. Algunos sospechan, por ejemplo, que nos están deformando el castellano, la lengua imperial; otros, que nos roban los puestos de trabajo -¿cuántos robarían los casi dos millones de españoles que viven en América y la gran cantidad que emigró hacia Europa?
Hace poco, Diario 16 no dudaba en afirmar que ETA se adiestraba en Uruguay con los Tupamaros. Conociendo un poco la situación uruguaya es fácil deducir que se trata, en el mejor de los casos, de una ingenuidad o, visto con otro cristal, de un insidioso dato para alentar un chauvinismo tan latente como inquietante. Destructores del lenguaje, maestros de guerrilleros, ladrones del empleo: los latinoamericanos sirven para todo; para desviar la atención de la ineficacia de ciertos organismos del Estado o de la ineficiencia gubernamental para combatir el paro.
Es que el chauvinismo, lamentablemente, existe; y existe en un país que cuenta y ha contado durante su historia con millones de emigrantes hacia casi todos los continentes. ¡Tremenda paradoja! Y creo que este chauvinismo está en íntima relación con la derechización de la sociedad española. Esto, dicho así, puede parecer una provocación a quienes tienen una fe, o una necesidad de fe, invariable en la democracia. Pero la democracia, como casi todo, debe construirse con hechos y no con intenciones, y mucho menos con negaciones de la realidad. Y si persistimos en no ver los signos cada vez más reiterados del crecimiento de una conciencia conservadora en la España de ahora mismo nos podremos encontrar en un futuro más bien cercano practicando la melancolía por una democracia que no pudo ser. El desencanto de la izquierda, los 400.000 fascistas reunidos hace poco en la plaza de Oriente madrileña, la incertidumbre que causan las cada vez más reiteradas denuncias de violaciones de los derechos humanos, el juego parlamentario por arriba y la desmovilización de la conciencia política y cultural por abajo. Las luces de alarma son muchas. Y dentro de las más visibles, el chauvinismo hacia los latinoamericanos no es de las menores. He escuchado a gente de izquierdas decir que los latinoamericanos llegaron en «mal momento» o que, «bueno, sí, que vengan, pero no tantos». Decididamente: no hay malos ni buenos momentos para solidarios. ¿Es que en su día los voluntarios, los brigadistas internacionales vinieron a luchar por la República agredida o simplemente a realizar turismo heroico?
Si el Gobierno es tan democrático como pretende ante las audiencias internacionales y a la hora de las campañas televisadas, es fundamental que lo confirme, entre otras, en esta parcela. Al Estatuto del Refugiado tiene que acompañarle la apertura de la universidad para los profesionales latinoamericanos, la agilización de la pesada máquina burocrática para todo trámite que facilite su integración en el país. Y la izquierda, al igual que todo tipo de organización o asociación de la sociedad civil, debe pronunciarse claramente. El PSOE, afortunadamente, ha prometido públicamente durante las Jornadas de Intelectuales Latinoamericanos que auspició recientemente que volvería a presentar ante las Cortes el amplio proyecto de Estatuto del Refugiado que en su día le boicoteó UCD. Los demás partidos de izquierda y democráticos deben apoyar esta propuesta. Que Santiago Carrillo recuerde los años de exilio y que recuerde que si otros pueblos -Argentina, México, Chile, Francia- no hubiesen sido solidarios con él y sus camaradas quizá hoy no estaría donde está. Por otra parte, son necesarias otras iniciativas generosas como la que ha tenido el PSOE al organizar estas jornadas el pasado 8 y 9 de diciembre, porque han sido punto de encuentro para ese proyecto de integración sin pérdida de los signos de identidad que tanto los latinoamericanos como muchos españoles deseamos.
Es necesario hablar y actuar, reiterar que aún tenemos voz y que no somos ventrílocuos del poder. Se me dirá que «ya tenemos bastantes problemas». Sí, pero cuando nos fijemos atentamente veremos que defender la causa de los latinoamericanos en España es luchar también por nuestras propias libertades. Una cosa se interrelaciona con la otra: la libertad aquí y, extensivamente, en los países de donde ellos fueron arrojados. Y mientras no se solucione este problema seguiremos caminando por el callejón regresivo del autoritarismo, aquí y allá. Y entonces, exiliados en nosotros mismos, muchos españoles tendremos que repetir con ese poeta desterrado, genial y maldito que fue Luis Cernuda: «Es lástima que fuera mi tierra».
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