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Paloma Mata y Sacha Pitoeff reaparecen en París con una obra de Chejov

El Festival de Otoño de París, concluido recientemente, propició la reaparición de dos actores que, por razones diferentes, habían abandonado el teatro a finales de los años sesenta: la española Paloma Mata, protagonista de una «rara» trayectoria artística, y el francés Sacha Pitoeff, heredero este último de una célebre familia de comediantes de origen ruso, pero afincados y consagrados en la escena gala. Hace sólo unos días que terminaron las representaciones de la obra que interpretaron ambos en el Centro Georges Pompidou, en donde, por fin, la retrospectiva de Dalí ha podido abrir sus puertas al público, tras la interrupción de la huelga de los ochocientos empleados llamado drugstore de la cultura.

La señora del perrito, novela corta de Chejov convertida en obra teatral por Lazare Kobrynski, ya representada en varios países de Europa del Este y del Oeste, fue estrenada por los dos actores. El director del espectáculo, Arby Ovanessian, como Paloma Mata pertenece a la generación de gentes de teatro que, a lo largo de la década de los años sesenta lanzó por el mundo Jerzy Grotowsky, el creador y protagonista más significado, desde hace cuatro lustros de la vanguardia escénica europea: Grotowsky es el padre de! llamado «teatro pobre», que relega casi completamente todos los decorados y artificios tradicionales para magnificar el trabajo del actor. En Europa del Oeste, el conocido director británico Peter Brook ha sido su doble, aunque inspirado por otras tradiciones.

La aventura artística de la senora Mata de la mano del espectáculo y de las ambiciones personales más ordinarias en un primer tiempo, como discípula de Grotowski después aliado de Peter Brook más tarde, para convencerse a la postre que debía cambiar de profesión y, ahora volver otra vez a la escena, aunque motivada diferentemente, se revela como una muestra del actor diferente alumbrado por las convulsiones de un arte que se dice en crisis permanente.

Paloma Mata, 32 años, nacida en Madrid montañesa de origen, dos hijos, residente en París desde hace muchos años, bordeó el vedetismo enloquecedor durante los años sesenta: era conocida por todos los franceses gracias al folletón de TV Jacquou le croca;: en el cine hizo El diario de una mujer de blanco' en el teatro. El jardín de los cerezos (de Chejov), y también interpreta al lado de Pitoeff) Pero un buen día descubrió la existencia de Grotowski y de su «teatro pobre» y se trasladó a Polonia. Después Meter Brook, recuperado por los franceses para investigar sobre la vanguardia artística al lado de otros diez actores de diez países diferentes, la incluyó en el Centro Internacional de Creación Teatral que, por primera vez exhibió su trabajo en el Festival de Chiraz (Irán); En este punto a finales de los años sesenta, la señora Mata entiende que ha llegado al final de un camino: «Tuve un hijo», le explica a EL PAÍS, «y este hecho me reveló la «continuación teatral» que debía darle a mi vida. Simplemente, me enamoré de la obstetricia, y, durante seis años, realicé todos los estudios necesarios, sin volver a preocuparme del teatro para nada. Y ahora de repente, gracias a Jomeini puede decirse, el teatro ha vuelto a mi vida, aunque de manera diferente. En efecto, Ovanessian, el director de esta obra que acabo de representar, tenía dos teatros en Irán, pero los jomeinistas lo han expulsado y ha vuelto a Paris. Tal como me planteó el espectáculo (Grotowski y Brook, con quienes trabajó también, están en el origen de la realización escénica), me pareció lo más normal del mundo aceptar. Hablando con el me daba la impresión de que nunca habla sido actriz y, al mismo tiempo, de que nunca había dejado de serlo.» ¿Cómo se ha producido esta transformación? «Para mí, el teatro era un instrumento que me servía para intentar que la sociedad y mi entorno me aceptaran y me valoran. Ahora, después de una trayectoria artística que me condujo a la obstetricia, el teatro era una nueva continuación normal de mi vida, es una expresión personal, como lo puede ser mi oficio, pero por medios distintos. Antes el teatro era una obligación en la medida en que me servía de él para ser ante los demás. Ahora es una satisfacción que me ofrezco. El teatro como todas las artes, no debía ser una profesión, sino un placer. Yo ahora, tengo un oficio que me interesa que me alimenta. Y, después, tengo otro que me enriquece Con esta obra por ejemplo, he revivido trozos de mi vida mis frustraciones, mis aciertos y alegóricamente, me he liberado. Por primera he vivido como una mujer y no como una niña caprichosa. En resumen, yo diría que, fundamentalmente, en un mundo cada día mas consciente a pesar de todo lo que debiera servir para revelar claves que, a cada cual, le descubran que el también es un artista."

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