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LOS ESPAÑOLES EN PARO

Andalucía padece el 25% del desempleo registrado en España

Andalucía ofrece hoy, tanto o más que nunca, las cifras de paro más alarmantes de España. Al sur de Despeñaperros vive uno de cada cuatro españoles desempleado. La cifra de parados en aquellas ocho provincias alcanza a 317.300 trabajadores. El sector de la construcción es el que arroja las mayores pérdidas de puestos de trabajo en los últimos años; la actividad agrícola sigue siendo el foco de las situaciones humanas más dramáticas; la crisis del sector industrial se concentra de forma especial en la bahía de Cádiz. La renta media andaluza sigue estando hoy en el último puesto del ranking nacional

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.«En Andalucía hay paro, sí. Y mucho. Pero no es un desempleo que afecte sólo a la clase trabajadora. Detrás de él, o encubierto en él, existe un paro de dirigentes andaluces que han colaborado de forma decisiva a que ahora las ocho provincias tengan un número de parados próximo a los 320.000. Los dirigentes del Norte, en los años de rápido desarrollo en España, fueron más habilidosos. Esto se tendrá que purgar aquí, en Andalucía, durante mucho tiempo aún.»

La idea, de un empresario estrella de Granada se puede corroborar en la historia de las últimas décadas de la actividad económica y laboral andaluza. Desde el comienzo de la década de los sesenta el desarrollo industrial localizado en el norte de España -Asturias, País Vasco, Cataluña y País Valenciano- se nutrió, entre otras, con mano de obra andaluza. La infraestructura de aquellas regiones, apta para la instalación de grandes focos siderúrgicos, relegó al olvido los campos del Sur. Andaluces de las ocho provincias hicieron las maletas y se establecieron en aquellos polos.

Los Gobiernos sucesivos de Franco consideraron un logro digno de encomio, después del período autárquico, que España se convirtiera en la décima potencia industrial del mundo. Todos los esfuerzos y propaganda se dirigieron en función de esa intención de penetrar en los sectores económicos más influyentes en el comercio mundial; de forma especial en la industria pesada. El campo andaluz, latifundista en las provincias más occidentales y minifundista en las demás, no protestó por su abandono. Andalucía se convirtió entonces -hoy también se puede decir lo mismo- en la «reserva de mano de obra barata del polígono industrial». Una caja de socorro que en la actualidad está repleta de parados.

La nación del espectáculo

«Somos la nación del espectáculo». Al sur de Despeñaperros surgió el poema; de la mano de José Carlos Rosales. El espectáculo de un ejército de parados como no hay ningún otro en el resto de la geografía española: 317.300 trabajadores, mano sobre mano; el 25% del total de desempleados existentes, 1.200.000, según las estadísticas oficiales. «El escenario son campos vacíos, ciudades congeladas.» Campos sevillanos y gaditanos en los que se ve actividad en las épocas de recolección, mientras que el resto del año se desocupan de presencia trabajadora y dan paso a la máquina. En el año 1977, la cuarta parte del suelo andaluz lo ocupaban 229 fincas con más de 2.500 hectáreas cada una. Por aquellas fechas, en Andalucía estaban parceladas otras 279.120 fincas con menos de cinco hectáreas.

«Nuestra mejor propaganda es la miseria.»

Un importante funcionario de la Administración del Estado en Sevilla, que prefiere el anonimato, asegura que el hambre de Andalucía es hambre del año 1979, «el pago de las letras». Para uno de los concejales del pueblo malagueño de Antequera «hay hambre física en la provincia». En octubre de 1978 vivían en Andalucía algo más de seis millones de personas; los que trabajaban, mayores de catorce años, eran 1.684.200, lo que significa que del trabajo de tres andaluces vivían en aquel año siete personas.

«Largos años de explotación inundan esta historia.»

La renta media andaluza es la más baja de España. Tema que se remonta, para citar casos concretos, a 1969, en que un andaluz disponía de una renta media de 36.298 pesetas, mientras que la del catalán llegaba a las 73.590 y la media nacional se situaba en 54.671. En 1975 la renta media nacional era de 144.731 pesetas, mientras que para el andaluz se rebajaba a 103.102. En aquel año, por cada cien pesetas que se tenían en Andalucía se disponía de 179 en Cataluña, 192 en el País Vasco y 140 en el conjunto nacional.

«Voces secas imponen su voluntad de estirpe.»

Hace años que los andaluces emprendieron las rutas del Norte en una emigración que en la actualidad está detenida porque las legislaciones de los países miembros de la CEE ponen trabas a la contratación extranjera o, simplemente, la prohíben, y porque los centros industriales españoles comienzan a padecer los problemas de una recesión que tiene caracteres generales. Entre 1960 y 1973 se colocaron 788.000 andaluces en Cataluña, 250.000 en Madrid, 170.000 en Valencia y 50.000 en el País Vasco. Europa recibió, en ese período, a 1.200.000 andaluces; 600.000, fueron a Francia; 300.000, a Suiza; 200.000, a la República Federal de Alemania, y 100.000, a otros países.

«Nuestra mayor vergüenza es el silencio.»

Aún hoy es fácil oír comentarios acerca del sentimiento trágico de la vida que tiene el andaluz, incluso de su atávica predisposición al conformismo material. Pero puede suceder que «eso que se toman muchos a cachondeo», dice un líder sindical de la Andalucía oriental, con un importante historial al frente del movimiento obrero desde 1970 y que hoy prefiere mantenerse en el silencio, «incluso eso, el barril de pólvora, puede que estalle». Porque «si se angustia algo más a la familia, aquí puede ponerse en peligro hasta la propia democracia».

Los ambientes de paro andaluces viven una violencia latente que

Andalucía padece el 25% del desempleo registrado en España

no escapa a la observación de dirigentes sindicales y empresariales. El trabajador se niega a aceptar aquella vieja historia de que están «acostumbrados» a permanecer largas temporadas mirando al sol. De cuando en cuando, en comentarios informales, se habla de «prender fuego a las máquinas o a las cosechas». Máquinas que en algunas provincias, Cádiz y Sevilla, por ejemplo, son un serio obstáculo al empleo de mano de obra. En las zonas minifundistas el empleo de la máquina supone un coste que no puede mantener el pequeño agricultor dueño de una parcela.«Andalucía es hoy una enorme interrogante», asegura Pura Sánchez, licenciada en Derecho, sevillana. El paro es impresionante y nadie parece ver soluciones a esa mano de obra inactiva. De momento el parado tiene las manos metidas en los bolsillos. Lo que tenemos que preguntarnos es qué puede pasar si un día deciden sacarlas para hacer algo. Algo como..., no sé, para hacer algo.» Para José Cid, secretario general de Comisiones Obreras en Granada, estas afirmaciones no se pueden echar en saco roto. «Por lo pronto, si los 29.000 parados de la construcción granadina se pusieran a dar gritos, me temo que no les podría callar nadie.»

La actualidad política andaluza gira en torno al Estatuto de Autonomía. En él centran los partidos políticos su atención. En los ambientes ciudadanos la idea autonomista ha prendido con eficacia dentro de una actitud manifiestamente escéptica en cuanto a resultados; en los medios agrícolas las secretarías políticas de los partidos están dando marcha atrás en sus posiciones triunfalistas.

«La autonomía nos dará trabajo a todos», venía a ser el lema de presentación del Estatuto. Cualquier político responsable deja de mostrar hoy la autonomía como el maná laboral. Manuel Gracia creyó un tiempo en ello; vive a caballo entre la recogida de aceituna y de algodón. A sus 48 años comenta que al principio «pensaba que esto de la autonomía iba a ser bueno. ¡Fíjese que si nos diera trabajo a todos! Pero no sé. Me paso la vida yendo de un sitio a otro. A mí me gustaría trabajar en un lugar nada más y acomodarme, ¿sabe usted? Pero tan pronto estoy aquí como allá. Hago lo que me echan. Por eso sólo creo ya en lo que veo. Y lo que no veo, pues bien venido sea. Pero a mí lo que de verdad me importa es trabajar y sacar a mis chicos adelante».

La huerta de Europa

El paro agrícola en Andalucía tiene tres zonas diferenciadas. Una dominada por el latifundio sevillano y gaditano, en que reina la presencia de la máquina durante todo el año, a excepción del tiempo de recolección en que se contratan cuadrillas de jornaleros en gran número; una parte minifundista malagueña y granadina en que la mecanización no resulta rentable; y las zonas «imposibles» hoy día, que se concentran en sierra de Ronda y las Alpujarras, y en las que la introducción del regadío se ve con cierta incertidumbre de futuro.

Frente a ellas existen unas zonas costeras, en Málaga y Almería, en que los productos extratempranos han demandado mano de obra en los últimos años.

A nadie se oculta que Andalucía puede convertirse en «la huerta de Europa». La idea está vendida desde hace tiempo. Se comenta, incluso un equipo de técnicos agrícolas italianos así lo ha manifestado, que el valle del Guadalquivir es el más rico del continente. Sin embargo, en la provincia de Sevilla hay una población activa agrícola de 60.000 personas, 7.816 de las cuales, según las últimas estadísticas oficiales, están en paro. Son trabajadores cuya actividad depende de las épocas de recogidas.

La geografía del valle del Guadalquivir pasa por Los Palacios, un pueblo situado a una veintena de kilómetros de Sevilla, que tiene un censo de 24.500 vecinos y cuenta con 6.000 cartillas agrícolas. La mayor parte de los jornaleros estaban hasta hace unos días -la recolección de la aceituna comienza ahora- en paro. Lo cuenta uno de estos trabajadores. Le dicen el negro. Tiene puestos sus ojos en una veintena de hombres que corren detrás del balón. «Nosotros, dice, y señala a otros presentes, venimos aquí a pasar el rato. Y nos divertimos. A mí me gusta mucho el fútbol. Ahora comienza la campaña de la aceituna y volveré a trabajar una temporaíca. Pero mientras tanto, como no tengo otra cosa mejor que hacer, me vengo aquí; yo me lo paso bien aquí.» Allí, en el campo municipal, se entrena el Betis, equipo de Primera División, «manque pierda».

En el largo valle del Guadalquivir la propiedad de la tierra está repartida entre pocas personas. En Málaga y Granada los propietarios de veinte o veinticinco hectáreas de terreno pueden considerarse afortunados. Los problemas y soluciones que plantean estas características de propiedad son distintos. Mientras que se habla con prudente ligereza de un reparto de la propiedad de la tierra, allí donde las grandes familias de conocidos apellidos tienen sus predios, se propone el cooperativismo para los agricultores minifundistas.

En Málaga giran alrededor de 7.000 los jornaleros agrícolas en paro, en Granada la cifra casi se sitúa en los 10.000. Los propietarios de las parcelas no quieren oír hablar de cooperativas, aunque algunas -como el caso de Los Pastoreros, en la vega de Granada- sean un ejemplo de actividad floreciente. Para José Antonio Valdivia, secretario general de la Federación de Trabajadores de la Tierra, la ausencia de líneas rápidas de financiación o el retraso en los pagos son algunas de las causas de este retraimiento ».

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