Réplica a Borges
Con asombro, no exento de indignación, he leído un artículo, llegado a mí con retraso, publicado el 26 de agosto en EL PAÍS, en el que un periodista argentino entrevista al también argentino Borges, con motivo del ochenta aniversario del escritor. El diálogo entre ambos argentinos es absolutamente irritante y, a veces, divertido, por lo malintencionado y tendencioso y deja traslucir todo el resentimiento y la envidia hacia España, pese a lo mucho llovido desde el tiempo de la conquista.Lope reparó ya en este odio y envidia hacia lo español en La cortesía de España: «Aunque es el español, por sus blasones/en guerra y paz y por su gloria y fama,/ aborrecible a todas las naciones,/él a todas las quiere, estima y ama ... »
Sobre el tema literatura española, Borges hace un recuento y opina que «empieza espléndidamente con los romances que son lindísimos». Hace tabla rasa de nuestras letras en las que ve solamente dos momentos inobjetables: «la grandeza del Quijote y la poesía mística», y eso con reparos, ya que considera a Sancho un elemento superfluo y facilón. Entrevistado y entrevistador, de tácito y mutuo acuerdo, con desatinadas y enojosas citas y omisiones imperdonables, van despojando a nuestros grandes escritores de su gloria, a la vez que nos revelan su desconocimiento de la literatura española. La cosa alcanza un grado de divertida comicidad trayendo a colación un comentario de Lugones: «¿Para qué lee literatura española? Es como si usted se dedicara a la literatura búlgara. Lea la gran literatura y olvídese de esas piezas de museo de la literatura española, búlgara etcétera.»
Afortunadamente, los grandes filólogos y críticos no opinan así. De mi eminente maestro Dámaso Alonso: «La poesía culta de España se desarrolla durante los siglos XVI y XVII, los siglos de oro en forma de un prodigioso arco, en el que cada dovela es una creación poética distinta y de gran intensidad... Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Lope de Vega, Quevedo Calderón, que durante esos dos siglos apenas tiene paralelo en la literatura del mundo. »
Trataré de contestar a los comentarios e insultos de Borges lo más ordenadamente posible. En primer lugar, la literatura española no empieza con los romances, de una relativa modernidad, sino que tiene su origen en las jarchas mozárabes del siglo XI y es, de todas las líricas conocidas, la primera en despertar: «Vienen de fondo oscuro de la Edad Media y llegan hasta nosotros tibias, dulcemente encendidas de una luz diaria y de una belleza nueva» (Dámaso Alonso).
De los romances pasa a la mística. No sé cómo ha podido ignorar al candoroso Berceo; al genial y exuberante Arcipreste de Hita, cuyo Libro del buen amor, el más audaz y divertido de toda la Edad Media, le coloca en una de las cumbres de la creación literaria. Al festivo Arcipreste de Talavera, modelo de gracejo en el lenguaje. A Jorge Manrique y sus Coplas, cima de la poesía medieval, y a esa obra clave, La Celestina, que es la despedida genial de la Edad Media y que marca un hito en la literatura mundial. Celestina es un símbolo, uno de los grandes mitos universales, junto a Don Quijote y Don Juan, Otelo y Hamlet, Fausto y Segismundo. Parece ignorar la, picaresca, género sin precedentes fuera de España, que brotó, creció y floreció durante el Siglo de Oro, dando abundantes y sazonados frutos, como El lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, La pícara Justina, Rinconete y Cortadillo y El Buscón. No sé cómo ha podido olvidar la picaresca, de tan gran resonancia en el poema nacional argentino El gaucho Martín Fierro. Los primeros revalorizadores y comentaristas del poema, Unamuno, Salaverria y Azorín, coinciden en señalar la influencia de la picaresca española: hasta en el nombre de Picardía, el hijo de Cruz, nombre simbólico que viene de picaresca. Y estamos en el Siglo de Oro con los dos géneros opuestos: la mística y la picaresca, el haz y el envés, la cara y la cruz; la escalada a las regiones estelares de lo sublime y el descenso a los abismos del ser humano y de la sociedad hampesca. No se puede pedir más. Ese mundo tan amplio, que va de lo sublime a lo miserable, no se da en ninguna otra literatura. Es el dualismo de lo español reflejado en Ribera, el maestro del tenebrismo, en su doble aspecto: los santos en éxtasis y los mendigos harapientos. Y en el siglo XVII, el de los mayores logros estéticos, que Borges omite, hay dos genios incomparables que logran fundir esos dos mundos antagónicos: Lope de Vega, el padre del teatro moderno, y Velázquez, con su realismo idealista, el creador de la pintura moderna, el maestro de Picasso: «Mis maestros fueron Velázquez y la naturaleza. »
Le remito a José Bergamín: «La incomparable Dorotea lo es tan incomparable como El Quijote o tomo los lienzos velazqueños de Las Meninas o Las Hilanderas, y en las cuatro obras maestras españolas nos parece encontrar el nivel más alto a que ha podido llegar la poesía y la pintura en el mundo.» El Quijote, que marca el punto cenital de la literatura universal, es la fusión de lo sublime y de lo grotesco. Sancho, el contrapunto, está ahí para realzar la grandeza de Don Quijote y hacer su figura más desmesurada e hiperbólica.
Incomprensible esta omisión de Lope y del siglo XVII: «El alma de España se ha manifestado durante ese periodo áureo en su poesía culta, pero se ha expresado también, con apasionada hermosura, en su cancionero y romancero de tipo tradicional... Una suma de poesía popular como no puede ofrecer ningún otro pueblo de Europa» (D. Alonso). Ambos hechos, el caudal de poesía culta y el tradicional, van a juntarse en esos mismos dos siglos, XVI y XVII, en los que la actividad espiritual de España es una llamarada, un arrebatador torbellino.
Inconcebible este olvido de Lope y del teatro áureo. Ya que tanto admira la literatura francesa debería haber tenido un recuerdo para los modelos que calcaron, sin escrúpulos, los autores franceses, en el llamado, por ellos, Grand Siècle. El propio Corneille respondió con cínico desenfado a la Academia Francesa, al censurarle su inspiración en el «desarreglado teatro español»: «Quienes no desean perdonarme este comercio con nuestros enemigos, aprobarán, al menos, que los saquee. »
¿Cómo ha podido olvidar a Lope, a aquel «monstruo de la naturaleza», cuyo nombre ha sido universalmente proverbio de todo lo bueno. «prerrogativa que no ha concedido la fama a otro hombre» (Quevedo). «Vinieron muchos hombres de sus tierras sólo a desengañarse de que era un hombre» (Montalván). «En Italia y en Francia los representantes de las comedias, para aumentar ganancias, ponen en los carteles que van a representar una obra de Lope, y sólo con esto les falta coliseo para tanta gente y caja para tanto dinero» (Fabio Franchi). Estas son las opiniones de sus contemporáneos españoles y extranjeros. « La riqueza del Siglo de Oro encarna en la modalidad única de Lope de Vega. Su lírica, su personalidad y, sobre todo, su gran teatro nacional y popular sólo pudieron darse en España. Su teatro se ha comparado con el inglés y con el griego, pero como rica floración que todo lo abarca no puede compararse con nada» (A. Valbuena Prat).
Y después de este Lope de Vega todopoderoso, «poeta del cielo y de la tierra», que decían sus contemporáneos, y la creación de una importantísima escuela dramática, viene Calderón, a quien Borges llama «el payador», máximo representante del teatro barroco, con la aportación de nuevos e importantes elementos y una obra maestra: La vida es sueño, y un símbolo: Segismundo.
Cierto, el siglo XVIII representa un bache en las letras españolas. Pero basta la figura de Goya para redimir a España de esta crisis literaria.
El siglo XX, que Azorín considera como el segundo Siglo de Oro, coloca de nuevo a la literatura española en un lugar de excepción, pese a la opinión de Borges, que le concede un segundo puesto -después de la francesa, la inglesa y la alemana-. Traigo el testimonio de Alfonso Reyes refiriéndose a Madrid como centro cultural del mundo: «Diez años de intensa actividad en Madrid y qué Madrid el de aquel entonces, qué Atenas a los pies de la sierra carpetovetónica... Quise ser quien era y no remolque de voluntades ajenas. Gracias a Madrid lo logré.» Y en otra ocasión: «No olvides que España es el camino para nuestra América.»
Jorge Guillén nos dejó su impresión de la importancia cultural de Madrid y, en general, de toda España en las primeras décadas del siglo XX: «Ciencia y literatura desde Santiago Ramón y Cajal hasta Juan Ramón Jiménez y Ramón Pérez de Ayala, desde . Ramón Menéndez Pidal has ta Ramón María del Valle-Inclán y Ramón Gómez de la Serna. Cuántas erres susurrantes de Ramones. Entre Miguel de Unamuno, en Salamanca, y Miguel Hernández, pastor gongorino y calderoniano, se enraciman... en Madrid, en Barcelona, en toda España. Y Picasso, y Juan Gris y Ricardo Viñes ... »
Inexacto lo que dice de los catalanes que son odiados por los españoles y reputados de impostores por los franceses. Para desmentir lo primero baste decir que los catalanes son españoles y que en vez de ser odiados son admirados por su laboriosidad y capacidad creadora. Para refutar lo segundo, con citar unos nombres: Gaudí, Casals, Verdagüer y los pintores Joan Miró y Dalí, que con el malagueño Picasso y Gris -todos españoles- hicieron una revolución total de la pintura.
Como dijo ese gran andaluz universal y no «profesional», sino de corazón: «¡Qué maravilla, qué más puede pedir un país! ».
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