Carmen Larrañaga, "revival" del teatro pictórico
No hace todavía mucho tiempo se afirmaba -y se aceptaba generalmente- que el retrato humano había pasado de las manos del pintor a las cámaras del fotógrafo, aunque la verdad era que nunca faltaron los muy buenos retratos: ahí están, como ejemplos, los que pintaron, ya en nuestro siglo, los fauves y Picasso, y hoy, algunos de los de Hockney.Es curioso que con el auge actual de la fotografía como obra de arte -promovido por museos y galerías a falta de otra cosa que mostrar- coincide un revival del interés por el retrato pictórico. Surgen ahora exposiciones en los mayores museos que, simplemente, reúnen ejemplos de muy diversas épocas y estilos.
Pero lo cierto es que no abundan hoy los pintores, capaces de dominar el rostro y la figura humanos, a la vez como tema de su propia creación artística y como representación de un ser que está allí presente, en su exterior y en su interioridad. Es Carmen Larrañaga una destacada cultivadora, singular, de ese tan difícil género. Puede hacerse sin riesgo esta, afirmación, pues basta con ver algunos de los retratos que expone ahora en la galería Propac, de Madrid, en los que a su raro poder de captación de los rasgos individuales de la persona une su capacidad para dar vida al rostro, al busto o la figura.
Pero Carmen Larrañaga no se limita al retrato; sus paisajes urbanos parisienses y sus bodegones, que también presenta en esta exposición, prueban que ha vencido la posible, ingrata, dualidad del retrato de las personas y la representacion de las cosas sin menos cabo de una u otra creación. Especialmente en los bodegones, une al equilibrio en la composición y la aguda sensibilidad cromática un nada común talento para fundir en cerrada unidad todos los elementos del cuadro.
Carmen Larrañaga está logrando un mundo propio, un mundo en el que frutos y vasijas, luces y sombras se conjugan para darnos, ellos, el firme retrato interior de su artista creadora.
Babelia
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