La vida como drama o la desgracia de cada día
No dejaremos de clamar por la vida de Javier. Cuando ya hace días nuestro hermano fue secuestrado, su suerte pasó a ocupar el primer lugar de nuestra voluntad, pero ya entonces, esta preocupación no podía dejar de situarse al lado de la renovada y larga obsesión por la paz en el País Vasco, siempre sentida entre nosotros y a la postre convertida en íntimo dolor familiar. Generalizar un dolor y hacer que nunca pueda ocultar la comprensión del sufrimiento ajeno, estrechamente relacionado con el nuestro en esta ocasión, en modo alguno supone oportunismo táctico. Por el contrario, tal actitud responde a la contradicción profunda de los que padecen tanto en su historia como en su carne y que, por querer a Javier vivo, no olvidan la necesidad de paz para todos.Enunciar así las cosas oculta realmente las dificultades múltiples en llevar a la práctica una sinceridad peligrosamente flanqueada por las innumerables crispaciones de esta situación límite. Así, es difícil no molestar a nadie ni dar muestras de un egoísmo sagrado: ese que tanto acaba por molestar a los políticos y que puede ser presa fácil de la histeria que simplifica. Sólo pensamos en Javier y en su vida, pero si seguimos el curso de los días desde que desapareció, obtenemos una sensación de escalada y una lista de horrores acumulados que se une a otra, anterior y ya casi silenciada, en que la violencia y la muerte ocupan un lugar predominante. Si fuésemos capaces de retroceder fríamente para ver todo el panorama, o de olvidarnos de él como familiares, consideraríamos el secuestro de Javier sólo como una fatalidad más.
Pero por mucho que nos cueste no debemos renunciar a tal visión general, que, repito, no responde a ninguna clase de oportunismo, sino a una lúcida y contradictoria actitud que llevada al absurdo -porque absurdo es racionalizar el secuestro de un hermano-, nos conduciría a afirmar que todos tienen razón. O que todos sufren, lo cual ya no es lo absurdo, sino la áspera realidad. De este modo, aun teniendo nuestro hermano secuestrado y temiendo por su vida, su sufrimiento y el de su familia, se conecta con el del pueblo vasco, con el de las Fuerzas de Orden Público y sus familiares y con las inauditas dificultades planteadas a un Gobierno democrático y a un Consejo General Vasco.
Todo está bien hecho, si todo acaba bien. El desenlace nos dirá si estuvimos acertados o no, pero, en cualquier caso, nada ni nadie podrá objetarnos que no fuimos sinceros, o que incluso en los peores momentos no nos esforzamos en mantener nuestras ideas y sufrir con todos los que sufren. Es nuestra carne, pero también nuestra historia la que nos conmueve. Por ello, el dolor es doble y nos encontramos encenagados, como todos aquellos que tienen buena voluntad, en el pantano de las dualidades irreconciliables. Como todo está presidido por el horror hoy parece prácticamente imposible elegir entre las penalidades del pueblo vasco y de las Fuerzas de Orden Público, y luchar por la salvación de Javier, pero sin olvidar las condiciones de los presos vascos, tratar de conciliar la firmeza del Gobierno con la paz de Euskadi..., y así hasta el infinito. Esto mismo lo han reconocido diputados abertzales, porque, por ejemplo, ¿quién es capaz de continuar una campaña de torturas interrumpida por el secuestro de mi hermano y luego por el asesinato de tres guardias civiles?
Creemos firmemente que la salvación de Javier sería aquella solución que traería las demás por añadidura, o la solución en que estarían contenidas las otras. Queremos que Javier viva, pero también queremos la paz para el pueblo vasco y la vida para las Fuerzas de Orden Público. Nada de lo que ocurre nos puede ser ajeno y, por ello, siempre hemos tratado de rechazar el extremismo ciego, todo apresuramiento en la búsqueda de chivos expiatorios y cualquier explicación parcial. Considerar el problema de las dualidades irreconciliables y tratar de superarlo -con toda la precariedad de la situación que padece nuestro hermano y con la angustia que a todos nos domina-, supone un esfuerzo que de algún modo pensamos será fructífero. En este asunto, como en tantos otros, hay tantas razones dudosas como sufrimientos claros e irrebatibles. Nuestro dolor no nos evita la necesidad de aprender algo y de hacer algo también. Por ello tanteamos en el camino que puede desterrar el drama como componante principal de la vida española y eliminar la desgracia que desde hace tiempo acude a visitarnos cada día, puntualmente.
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