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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Laberinto terrorista en Euskadi

ALGO ESTA cambiando, y muy rápida y profundamente, en la situación política de Euskadi, tras la campaña en tomo al referéndum y la votación del 25 de octubre. El asesinato del militante socialista Germán González en Villarreal de Urrechua, a manos de un «comando autónomo», de alguna forma emparentado con el independentismo radical, ha recibido no sólo la contundente réplica de la primera huelga general organizada en el País Vasco contra ese tipo de crímenes, sino también la sorprendente condena de Herri Batasuna, que ha considerado «un grave error político» esa sangrienta represalia y que implícitamente niega la conexión orgánica de los homicidas con ETA militar.Ni que decir tiene que en nada se alteraría el carácter del asesinato del pasado sábado, en términos estrictamente éticos y humanos, si la orden de matar a Germán González hubiera también provenido esta vez, como en decenas y decenas de ocasiones anteriores, de los santuarios de ETA en el sur de Francia. Como acaso pueda decirse del asesinato ayer mismo de un guardia civil en Portugalete. Desde ese punto de vista, puede ya resultar bizantina la discusión acerca de si los autores de los crímenes han respetado los «conductos jerárquicos» de la organización terrorista, que utiliza para sus atentados tanto a grupos clandestinos como a comandos legales, a los que suministra las armas y el dinero necesarios para cumplir su tarea, o forman parte -como parece más probable- de una banda cimarrona de «autónomos» en sentido estricto, integrada por etarras disidentes que combinan la fidelidad a la ideología del independentismo radical con brotes anárquicos. Porque una constante de las causas que conflan su progreso a la crítica de las armas es que comienzan con la vana ilusión de soineter a la disciplina y a la estrategia de la dirección política su «frente militarxi y terminan, a través de la infernal dialéctica de las escisiones y los enfrentamientos intemos, en la diseminación del bandolerismo. Y también parece obvio señalar que las creencias ideológicas, la militancia política, la ocupación profesional y el lugar de nacimiento de las víctimas -ya sean trabajadores socialistas o miembros de las Fuerzas de Orden Público- constituyen un dato irrelevante a la hora de condenar esos asesinatos.

Ahora bien, desde otra perspectiva, inoperante para las consideraciones morales, pero cargada de significación política, el crimen de Villarreal de Urrechua y el de Portugalete, los primeros cometidos después de la aprobación del referéndum, ofrecen algunas notables singularidades. Ante todo, el hombre abatido en la primera emboscada era un cuadro del PSOE y de UGT que se había destacado en la organización de la campaña socialista en favor del Estatuto de Guernica. De añadidura, Germán González, asalariado de origen castellano y avecindado en Zumaya, formaba parte de ese «pueblo trabajador vasco», compuesto por «los hombres y mujeres que viven y trabajan en Euskadi», al que ETA y sus compañeros ideológicos dicen defender de sus opresores. Siguiendo la lógica de los vanguardistas grupusculares, un «comando autónomo», probablemente desvinculado de ETA, decidió el pasado fin de semana no sólo privar de su carta de ciudadanía nacional y proletaria a Germán González, sino, además, quitarle la vida. Los extremos siempre se tocan. Mientras la ultraderecha pretende despojar de su condición ciudadana y arrojar a la anti-España a quienes no comulgan con los delirios tridentinos un sector del independentismo radical abre las fronteras del «pueblo trabajador vasco» únicamente a quienes exhiben el pasaporte ideológico del asentimiento ciego a sus tesis. La enérgica condena del crimen por Herri Batasuna revela -lo cual no deja de ser positivo- que los populistas que se enardecen con Telesforo Monzón y gritan «¡ETA, mátalos! » han retrocedido esta vez ante un asesinato que, sin embargo, no ha hecho sino llevar hasta las últimas consecuencias, aplicando una lógica energuménica, los planteamientos básicos del ala más radical de esa coalición.

Por otra parte, el asesinato del guardia civil Fuertes Fontán ha servido -aunque lo sea desdichadamentepara que por primera vez el PSOE y el PC de Euskadi, junto con la Convergencia Socialista Vasca, convoquen una manifestación de protesta por el asesinato de un servidor del Estado en el País Vasco. Todo el país espera la reacción del PNV ante lo que resulta, ante todo, un atentado contra el proceso autonómico democrático.

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La discusion acerca del grado de «autonomía» organizativa e ideológica respecto a ETA de los comandos asesinos debe servir para ocultar, cualquiera que sea su conclusión, la cancerígena naturaleza del fenómeno terrorista en el País Vasco. La violencia armada es «ahora una compleja constelación de planetas y satélites cuya per tenencia a una misma galaxia es, sin embargo, indiscutible. ETA militar constituye la combinación de grupos clandestinos profesional izados y de comandos legales que reciben sus mortíferos utensilios de la organización regular. ETA político-militar se esfuerza, tan inútil como sangrientamente, en hacer compatible en la práctica política ese gigantesco embeleco, que tan engrasada mente funciona en el discurso teórico, de la complementariedad entre la «lucha de masas» y la «lucha armada». Finalmente, los «comandos autónomos» en sentido estricto, integrados por los disidentes de ambas organizaciones y tal vez también por mercenarios procedentes de áreas más remotas y turbias, no hacen sino ejecutar, en el sentido literal del término, las sangrientas conclusiones instaladas en las premisas de algunos de los que ahora condenan, en el seno de Herri Batasuna, el asesinato del militante socialista.

Esta laxa textura del terrorismo en el País Vasco hace todavía menos disculpable la frivolidad política del señor Tierno Galván al lanzarse por su cuenta y riesgo, pero comprometiendo al partido que le ha hecho alcalde de Madrid, a una imprudente campaña en pro de la amnistía inmediata en Euskadi, aunque las armas sigan hablando. El cruel azar de que la primera de las dos víctimas después de su demagógico gesto haya sido un compañero socialista seguramente le habrá creado al señor Tierno, tan preocupado siempre por las dimensiones éticas de la actividad política, graves problemas de conciencia e incluso la tentación de retirarse a la vida privada píira ser coherente con la imagen de responsabilidad política y altura moral con la que se ha abierto paso en la vida pública. En cualquier caso, la estrepitosa entrada del alcalde de Madrid en la cacharrería del conflicto vasco no hace sino resaltar la prudencia de los líderes del PNV al encarar, como un todo indisociable, la reconciliación de los vascos entre sí y con los demás españoles, el cese del terrorismo, el afianzamiento de las instituciones de autogobierno y las eventuales medidas de gracia que la razón de Estado, y no los caprichos de un alcalde, pudieran aconsejar cuando la paz se hubiese definitivamente logrado en todo el territorio.

Aunque el referéndum autonómico y la huelga general del pasado lunes demuestran un notable ensanchamiento de las bases populares de los partidarios de la democracia en el País Vasco y una contracción de los apoyos sociales al terrorismo, la pacificación en libertad de Euskadi no es una tarea sencilla ni se va a lograr de inmediato. Por lo demás, las torpezas y errores del Gobierno o los torpedos lanzados desde dentro del aparato del Estado -recuérdese Pamplona y Rentería- contra la estrategia de reconciliación pueden provocar serios retrocesos en ese camino. Las necesarias medidas de orden público contra los terroristas no tienen por qué obstaculizar el desarrollo de las soluciones políticas, cuyo único objetivo debiera ser la rendición de los adversarios de la paz.

No se trata de augurios gratuitos. Existen preocupantes indicios de que las labores de investigación policiales vuelven a utilizar procedimientos taxativamente prohibidos por el artículo 15 de la Constitución, y los sucesos donostiarras de comienzos de septiembre se hallan de masiado cercanos para que pueda descartarse de un plumazo el riesgo de su repetición. Si la nefasta y contra producente política de orden público del anterior régimen renaciera como siniestra ave Fénix al calor del consenso, los progresos conseguidos por las fuerzas de mocráticas desde el 25 de octubre podrían desvanecerse. Hay que avanzar rápida y decididamente por la vía estatutaria, especialmente en lo que se refiere a la transferencia de responsabilidades para proteger la seguridad ciudadana, y hay que consolidar las instituciones vascas de autogobierno, en el marco de una España constitucional y democrática, para conseguir que las perspectivas de paz, tan claramente dibujadas con la aprobación del referéndum, se materialicen de forma definitiva.

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