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Pasó la época del taurino: la Fiesta necesita verdaderos gerentes

Estos últimos días se han cumplido años de alternativas o confirmaciones de alternativas que fueron sonadas. Rara vez nos ocupamos de las efemérides, pero es oportuno hacerlo ahora para resaltar cómo ha variado, en muy poco espacio de tiempo, la programación de las temporadas por parte de los empresarios. O quizá es que no han sabido acoplarse a la evolución de la vida misma. El taurino, ese señor surgido del propio mundillo, acostumbrado a manejarlo según unas pautas dentro de las que hay más tópicos que ideas, está desfasado.Un 12 de octubre confirmó la alternativa en Madrid Manolete; un 12 de octubre la tomaron, en Valencia, Aparicio y Litri, y aún podríamos citar otros acontecimientos relevantes que tuvieron lugar en esta fecha, o incluso en alguna posterior. Lo cual quiere decir que en Madrid, Valencia y otras plazas había ambiente taurino aún bien entrado el otoño, porque los empresarios de entonces lo cuidaban o lo promovían.

La respuesta del tauríriísmo actual a este planteamiento suele bifurcarse así: en los últimos años la afición ha decrecido (lo cual no es sino manifestación de su propio fracaso para mantenerla); tiempo atrás había toreros de cartel a quienes no importaba actuar en plazas de compromiso cuando la temporada estaba a punto de terminar (lo cual no es sino un sofisma, puesto que son las empresas las que cuadriculan carteles y temporada antes de que ésta empiece).

De otro lado está el régimen de exclusivas, verdadero coto cerrado mediante el que sólo unos cuantos toreros cubren la mayor parte de los festejos importantes, y la consecuencia es que únicamente ellos adquieren popularidad. Diestros que triunfan en alguna de sus escasas actuaciones, aunque sea en la mismísima plaza de Las Ventas, después del éxito continúan donde estaban, y casi en el anonimato, pues aquél no les vale para conseguir contratos numerosos y sustanciales, ya que los copan los exclusivistas.

Como los taurinos son incapaces de aportar ideas para mejorar el espectáculo y mantenerlo en los adecuados niveles de popularidad (curiosamente, la fiesta es popular por evolución y estructura, y quienes la manejan, en su incompetencia, están destruyendo esta característica), su futuro no puede ser más problemático. Pasó ya la época del taurino, y hay que dar entrada al empresario nato, al que tiene una formación empresarial de base, al que conoce las técnicas propias de esta actividad y posee el empuje necesario para hacer clientela y abrir mercados. Cualquier gerente de las diversas sociedades mercantiles que operan en este país sabría dar a los toros el impulso necesario para que los festejos volvieran a tener calidad y prendieran en el público.

Porque hay que ver las miras de ciertos empresarios taurinos o sus representantes. Fuera de los tópicos y de la peseta del día, son incapaces de entender nada sobre lo que se podría hacer para relanzar el espectáculo. Lo que asombra es cómo está en sus manos un negocio de tanta envergadura.

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