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Tribuna
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El pragmatismo, prioritario sobre el debate ideológico

No es fácil dar respuestas concluyentes a las preguntas que muy diversos sectores de la comunidad se hacen sobre la marcha del proceso revolucionario en Nicaragua. Sobre todo cuando lo que se plantea es saber si la patria de Sandino, después de cuarenta años de dictadura, va a encaminar sus pasos políticos hacia la democracia pluralista o hacia un sistema totalitario de izquierdas. Y en este punto se resumen, básicamente, las preocupaciones internacionales, sobre todo las del bloque de naciones alineadas con las presupuestas llamadas «occidentales». Lo más manido en la presente y difícil hora de Nicaragua es especular sobre si en dicho país se está produciendo o no un proceso de «cubanización». Nuestro corresponsal en América Latina, , acaba de visitar este país, dos meses después del derrocamiento de Somoza.

Después de visitar Nicaragua, dos meses y medio después de la caída de Somoza, un observador imparcial obtiene la conclusión de que este tema ocupa un rango muy bajo en la escala de prioridades. Salvo casos muy aislados, parece existir un tácito acuerdo para soslayar los planteamientos ideológicos y concentrar la atención en cuestiones más pragmáticas, como las directamente relacionadas con la recuperación nacional. No quiere esto decir que exista un monolitismo absoluto en lo que se refiere a la estrategia y los objetivos de la triunfante revolución. Las diferencias se hacen, a veces, descaradamente patentes, pero sin que el hecho pase nunca de lo aislado o circunstancial. Existen grupos que desearían, sin más circunloquios, el establecimiento de un sistema socialista químicamente puro en el país y, como esto no se produce, critican ácidamente a las personas que encabezan los centros de decisión. Hay otros sectores que piensan que los sandinistas ya han roto el pacto establecido entre ellos y la burguesía reformista que les apoyó en la lucha contra Somoza.

Los planteamientos de Tomás Borge, indiscutible líder del proceso, son una prueba palpable de esta búsqueda del equilibrio de la mayoría de los dirigentes actuales. El ministro del Interior (que tiene, sin duda, menos posibilidades carismáticas que Fidel Castro), no se muerde la lengua a la hora de criticar por igual a los troskistas, a los que llama «idiotas ultraizquierdistas», que a los somocistas, echándoles en el mismo saco de «contrarrevolucionarios». No se arredra el comandante Borge a la hora de expulsar del país a los integrantes de la «brigada Simón Bolívar», que habían incitado a los obreros nicaragüenses a expropiar cualquier propiedad privada, ni al responder a las acusaciones de que la actual Administración está utilizando «burgueses» en oficinas públicas, señalando que «hay burgueses honestos». Con la misma frialdad reconoce que la revolución ha sido, quizá, excesivamente blanda con sus enemigos, que acepta un descontrol, potencialmente peligroso, sobre el número de personas armadas del país. Gestos como estos en la persona sobre la que recae gran parte de la conducción revolucionaria del país son harto significativos.

A muchos sectores les gustaría que el Gobierno nicaragüense se comprometiera ahora mismo a fijar una fecha para la celebración de elecciones generales y que esa fecha fuera próxima. Objetivamente, existen condiciones que lo impiden: no hay censos fiables, y realizar uno significa un precioso esfuerzo humano y económico, que Nicaragua tiene que emplear ahora en otras tareas. No hay aún una cabal articulación de las ideologías que pueden configurar un sistema pluralista. Con Somoza existían dos partidos casi siameses, a pesar de las diferencias aparentes, a los que el pueblo había dado olímpicamente la espalda. La oposición, fuera de liberales y conservadores, la componían grupitos casi familiares que adoptaban la ideología de alguna de las corrientes internacionales al uso. Esos grupitos siguen existiendo ahora, pero sus dimensiones no se han ensanchado. Su espacio está ocupado por el sandinismo, que es más un sentimiento que una ideología o un conjunto de ideologías

Pero no está cerrado, a priori, el camino de los partidos ni su participación en el proceso político nicaragüense. Hace pocos días se fundó el Partido Socialdemócrata, que, dicho sea de paso, provocó una enorme polémica porque a sus dirigentes se les ocurrió añadir el adjetivo «sandinista» al título de su agrupación. La osadía de los socialdemócratas nicaragüenses dio lugar un decreto de la Junta de Gobierno en el que se señalaba que ninguna agrupación, fuera del FSLN, de quienes éste decidiera. podía usar en sus símbolos el apellido «sandinista». Tal decisión implica un propósito concreto del Frente Sandinista de que no se desnaturalice la enorme fuerza política de esta vanguardia nicaragüense.

Aun así, con todas estas dificultades, las autoridades han señalado que en dos o, a lo sumo, tres años, habrá elecciones en Nicaragua y que es posible que, si las circunstancias lo permiten, se celebren comicios municipales a finales de 1980.

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