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Ulster; dos comunidades irreductiblemente hostiles

En el informe del cuartel general del Ejército y en los panfletos, revistas y libros de los republicanos se habla mucho de las cárceles, porque esta es otra de las expresiones claves del conflicto. En 1976, el Gobierno inglés decidió no reconocer carácter político a los atentados y partió del siguiente silogismo: no hay delitos políticos (puesto que hay libertad de prensa y de expresión), luego no hay presos políticos. Inmediatamente, en la cárcel de Long Kesh, cerca de Belfast, comenzó una fase de «no cooperación» que se ha convertido en uno de los frentes más activos de esta guerra del Ulster. Los presos republicanos se negaron a vestir el uniforme de presos comunes; la dirección de la prisión dispuso la aplicación del reglamento; los presos se negaron a salir fuera de sus celdas, ni siquiera a las letrinas, o salían en cueros; se entabló una durísima batalla entre dos obstinadas voluntades, la inglesa y la irlandesa; la situación de la cárcel de Long Kesh se transformó en un infierno, y las celdas en un estercolero. «Uno no podría permitir que un animal permaneciera en estas condiciones, y menos aún un ser humano», declaró el cardenal O'Fiaich, primado de Irlanda, tras una visita a Long Kesh, en agosto de 1978.Los ingleses dicen que la cárcel no es mala, que es similar a otras del Reino Unido, que los servicios, sanitarios están asegurados, etcétera, que los que son malos son los presos. A lo cual responde el Sinn Fein que la acción de los presos no va sólo contra la cárcel y la represión policial condenada por Amnistía Internacional, sino que defiende el derecho a ser considerados prisioneros políticos.

La visita del cardenal O'Fiaich a la cárcel de Long Kesh y sus declaraciones posteriores irritaron a los ingleses, e incluso a algunos miembros de la comunidad católica, más cercanos por sus negocios o su cultura a los protestantes. Un importador, católico-apostólico y romano, que va a misa con su familia cuatro y cinco veces por semana y está metido en organizaciones católicas, pero que negocia y convive con los protestantes, me comentaba con toda seriedad que el cardenal -nacionalista cultural, entusiasta de la lengua gaélica, que se ha manifestado alguna vez indirectamente partidario de la unión política con Irlanda del Sur- es favorable al IRA.

Los protestantes no perdonan

Pero quienes más irritados se mostraron fueron los protestantes irlandeses. Para muchos de ellos el apoyo de todos los católicos al IRA viene a ser una certeza. Para el pastor presbiteriano Paisley, el viaje del Papa es un viaje político, reto al protestantismo, desafío a la corona inglesa, aparte de ser el viaje de un «idólatra», «hijo del pecado» y «anticristo». Los protestantes no perdonan al papado que Benedicto XV recibiera y apoyara a Plunckett en 1916, en vísperas de la rebelión final que llevó a Irlanda del Sur a la independencia. «Si viene no será bien recibido», dijo sin miramientos Paisley en agosto, lanzando su cruzada en un discurso famoso que, más que el terrorismo, hizo cambiar los planes del Papa. «Si hubiera venido le hubiera podido pasar algo», me diría Mr. Robinson, líder, con Paisley, del partido más rabiosamente anticatólico. En Irlanda no se quiere admitir abiertamente que el enfrentamiento entre las dos comunidades sea un enfrentamiento religioso. Sólo Mr. Robinson, el hombre más votado de Belfast, aceptó que se trata de un problema religioso, aunque añadiera que también de un enfrentamiento de personalidades. En la sede del Sinn Fein, en pleno ghetto católico, me negaron decididamente que el problema tenga un trasfondo religioso, y acusaron a los protestantes de agitar los viejos fantasmas de la guerra sectaria.

Uno va de un lado a otro por las atormentadas calles de Belfast buscando la verdad, y se encuentra con continuas acusaciones lanzadas de una comunidad a otra: para los católicos, los protestantes son crueles, imperialistas, clasistas; para los protestantes, los católicos son obcecados, juerguistas, sin sentido estético, poco trabajadores y muy viva-la-virgen. Los republicanos acusan a la policía de torturar a los detenidos y no respetar a los más elementales derechos humanos; los protestantes unionistas acusan a los republicanos del IRA, y el Sinn Fein de «guerra sucia», de provocar, por ejemplo, intervenciones tipo llamada anónima por teléfono diciendo que hay un comando en tal sitio, a lo que sigue el despliegue de fuerzas Ejército-policía que al llegar se encuentran con que en la casa hay un entierro con mujeres llorando, gente angustiada con sus problemas y la sola presencia de los soldados irrita e hiere. Los taxistas unionistas no se atreven a llevarte a barrios católicos y te dicen «le dejaré a usted en tal esquina cercana», o «coja usted un taxi negro, de los que pagan impuestos al IRA»; y los taxistas católicos eluden pasar por barrios protestantes y te hablan de los otros como delatores, etcétera.

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En algunas zonas los protestantes cierran en domingo los bares y los cines, y en algún pueblo han llegado a encadenar los columpios de los parques, para que no jueguen los niños, interpretando de manera estricta el día de descanso, En domingo las calles católicas están relativamente animadas y las calles protestantes están en silencio o en un lado de la calle están en fiestas y en otro en silencio. Ha habido pueblos en el Ulster en los que esto ha dado lugar a conflictos entre los católicos y las autoridades protestantes, que se negaban a abrir las instalaciones deportivas municipales en domingo. En Irlanda del norte los católicosjuegan al fútbol irlandés, que es un tipo especial de fútbol con la mano; los protestantes, al rugby; el boxeo es católico, y el cricket, protestante... Esta rigidez, que es autodefensa, por un lado y otro, y que los extremistas cultivan para mantener divididas las comunidades, es la que intentan romper movimientos como Peace People, a dos de cuyas dirigentes concedieron el Nóbel de la Paz en el 77. «Será un trabajo de muchos años, tal vez cincuenta. Tenemos que conseguir primero que se conozcan y se hablen los líderes, que se conozcan y convivan las gentes de la calle.»

Conservadurismo

En algo parecen coincidir las dos comunidades y es en su conservadurismo fundamental, y eso a pesar de que el partido más votado por los católicos se llama Social Democratic Labour Party. (Este partido y el Independent, también católico y moderado, tienen cada uno un diputado en Westminster, mientras que el protestante moderado, Oficial Unionist Party, tiene cinco, el Democratic Unionist Party, de los extremistas Paisley y Robinson, tienen tres, y uno cada uno los también protestantes United Ulster Unionist y Ulster Unionist). Los comunistas no tienen nada que hacer y la DevIin, en su Partido Socialista Republicano Irlandés, que pone antes la reforma social, que la unión a Irlanda, tampoco, según los expertos.

En este cerco de autodefensa, de incontaminación, de exaltación religiosa de sus símbolos, en medio de un conservadurismo mucho más cerrado que el inglés, en el que se desarrolla la vida ciudadana, interviene el elemento doctrinal de las iglesias. Hay un sin fin de templos en Belfast pertenecientes a distintas confesiones. De cuando en cuando uno queda sorprendido por un gran anuncio luminoso con una frase evangélica o por el paso de un coche deportivo con un gran letrero en el cristal de atrás que dice «Dios es amor». Pero la sensación que da a quien llega allí desde fuera y quiere hacer balance de los datos recibidos es que las iglesias no hacen todo lo que podrían hacer.

Por ejemplo, ni las iglesias protestantes ni la católica ceden en un punto que según los sociólogos podría ser punto de arranque fundamental: el de que niños protestantes y católicos convivan juntos desde la escuela primaria. Los protestantes tienen terror a los matrimonios mixtos, de los que nacerán niños que deberán ser educados en el catolicismo; los católicos tienen miedo a la deformación de la fe. Sólo coinciden católicos y protestantes en la universidad, o en el trabajo, y allí ya no hay problema: han aprendido ya a convivir separados, han asimilado ya las leyes internas del grupo. (Por cierto, y es curioso, en los colegios católicos generalmente se da como segundo idioma el español, y en los protestantes el alemán).

Estas dos comunidades, que conviven separadas por juicios y prejuicios históricos, tienen como expresión extrema dos fuerzas de choque. Para los protestantes sus fuerzas extremistas son solamente fuerzas de defensa de una comunidad que reacciona ante la violencia de una minoría que no está de acuerdo con las leyes mayoritarias de esa comunidad. Desaparecida la provocación, dicen, desaparecería la reacción. «¿Terrorismo protestante?, ¿qué terrorismo?» Me contestó mister Robinson. «Es autodefensa. »

«¿Terroristas católicos?»

Para los católicos, y para la Iglesia Católica, el hecho de que se hable de los miembros del Ira como «terroristas católicos» es un dolor. «No son católicos, no son crístianos, han rechazado las instrucciones de la Iglesia y de la moralidad ordinaria. Se ha hablado de que habría que excomulgar a quienes se dicen católicos y protagonizan estos actos terroristas. Los católicos irlandeses no los apoyan. Sólo tienen el apoyo del terror que producen, o les producen.»

Me decía estas frases con indignación de viejo luchador que busca un término medio el anciano párroco de Santa Brígida, una parroquia de 2.000 católicos rodeados por 30.000 protestantes en un barrio acomodado (a pesar de lo cual ya ha sufrido dos bombazos de los protestantes). Monseñor Ryan, el párroco, es además vicerrector de la Queerin's University, y una de las figuras de la cultura del Ulster. Me recibió en su chalecito, uno de tantos, de una zona tranquila y protestante. (Paredes decoradas con pobres reproducciones de Velázquez y con fotos de cantantes de ópera). El hombre, con su sotana de botones rojos, su voz un poco tambaleante pero aún fuerte, y su visión clara de las cosas, se derrumbó en los últimos momentos de la entrevista con una frase que fue un sollozo y refleja todo el drama humano, social y religioso, de un impasse, o de un momento de grandes cambios futuros: «Oh, Dios mío, es un tiempo muy triste para una persona como yo, que ha visto tan alto el nivel moral del pueblo irlandés. Soy viejo y gracias a Dios que no seré sacerdote por otros cincuenta años. Sería terriblemente difícil hablar a los jóvenes ahora.»

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