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LAS VENTAS

Pepe Luis Vázquez: la torería

Como si ya fuera una figura consagrada, le exigía el público a Pepe Luis Vázquez. Es muy bueno, y muy significativo, para un torero que se le exija, si tiene con qué corresponder, y a la afición le asiste todo el derecho de vigilar que no se produzcan, en beneficio del fenómeno de turno, ventajillas ni corruptelas.Pero la exigencia jamás debe degenerar en dureza extrema, y menos con un novillero que llega no con un historial de fraudes, sino, sencillamente, con las lecciones de la mejor tauromaquia bien aprendidas, y sobre sólo eso -nada menos que eso- empieza a cimentar su fama.

Abundan y aburren toreros pegapases, mientras escasean alarmantemente toreros de calidad y escuela, y he aquí que algunos sectores del público madrileño se empeñaron el domingo en cerrarle el paso precisamente a Pepe Luis Vázquez, que es novillero de estas características. El trapío, del tercer novillo era discutible, pero no menos que el de los dos anteriores, y, sin embargo, la bronca cerrada se produjo en aquella res, y no en las otras. El trapío del sexto no era discutible, se adecuaba a su condición de novillo, y si en la lidia se comportó como un mulo, no parece justo cargarle las culpas a quien le correspondió en sorteo.

Plaza de Las Ventas

Cuatro novillos de Juan Pedro Domecq, terciados, con casta, y quinto y sexto, de Pío Tabernero, mansos, sin clase. Andrés Blanco: estocada delantera tirando la muleta (ovación y salida). Estocada tirando la muleta (oreja). Antonio Ramón Jiménez: estocada delantera caída (aplausos). Pinchazo, estocada perpendicular y descabello (aplausos y salida). Pepe Luis Vázquez: estocada (oreja con algunas protestas). Dos pinchazos y espadazo bajísimo (fuerte división de opiniones).

Andrés Blanco, que tuvo una lucida y esperanzadora presentación, pudo torear sin problemas, con el beneplácito de todos, y lo mismo Antonio Ramón Jiménez, mientras que Pepe Luis Vázquez hubo de superar un ambiente enconado, la intransigencia total, la burla y hasta el insulto. Ese tercer novillo, cuyo trapío se ponía en tela de juicio, soportó más varas que las reglamentarlas, y, por tanto, no había lugar a que le llamaran becerrista a Pepe Luis.

Hubo momentos de desbarajuste; brega y torero se sumían en el desconcierto, y cuando empezó el último tercio, entre ruidosas protestas y abucheos, daba la sensación de que aquello sería el desastre. Pero surgió un Pepe Luis Vázquez insospechado; genio y casta torera de la mejor ley, para sobreponerse a todo. Con unos ayudados torerísimos fijó al novillo corretón, y en el arte de aquellos muletazos se le empezó a entregar el graderío. Luego vendría el toreo al natural. Tal como lo hizo es torear; así se ejecuta el pase natural. Ofrecer el engaño, cogido por el centro del estoquillador, cargar la suerte un punto antes del embroque, bajar la mano, templar, prolongar el viaje en semicírculo, ceñir la embestida, adormecer la suerte, rematar detrás de la cadera y quedar en posición para ligar el siguiente muletazo; así toreaba Pepe Luis.

Me recordaba a su padre, el famoso Pepe Luis Vázquez, por supuesto, pero también a Antonio Bienvenida, a Rafael Ortega, a toda la corte celestial, si queréis, de toreros auténticos, de escuela, maestros en el arte de lidiar reses bravas y estilistas del toreo al natural, que es la suerte culminante y básica de cuantas se ejecutan con la muleta. Algunos de los pases naturales que ejecutó Pepe Luis no se han visto, tan perfectos en cuanto a técnica, ni tan artísticos en cuanto a interpretación, durante toda la temporada ni en otras. Lo cual quiere decir que estamos ante un torero fuera de serie, al que, desde luego, hay que exigir, pero al que hay que cuidar también para que no se malogre, pues podría traer el renacimiento del arte de torear, hoy tan agrisado y decadente.

Todo ello lo decimos -cabe advertir- al margen de cualquier especulación sobre lo que pueda ocurrir el día de mañana. Ni somos profetas ni aspiramos a serlo. Hemos visto a Pepe Luis Vázquez torerísimo -el domingo y siete días atrás, la, tarde de su presentación en Valencia-, y este es un valor suficiente para emitir el juicio rotundo sobre su incuestionable calidad. Lo que vaya a hacer de aquí en adelante dependerá de él y naturalmente de las circunstancias.

Los ayudados, los recortes, los adornos que intercaló al tercero fueron también de escuela. Con el sexto, que parecía más burro que toro, en medio de un ambiente hostil, se desfondó. Cansado de perseguir al novillo, que huía, y a veces se caía, más por falta de casta que por flojo, y quizá también cansado de luchar contra la adversidad, desistió de hacer el toreo que había ensayado en unos buenos derechazos. Aquí erró, pues si le vapuleaban como si fuera figura consagrada, tenía la obligación de obrar en consecuencia. Su torería de excepción no admite renuncias.

Desigual, con problemas de colocación, algo ventajista por el abuso del pico, Andrés Blanco muleteó, sin embargo, con temple, empaque y gusto a sus dos novillos y ligó pases de excelente ejecución, sobre todo con la izquierda. En el primero se embraguetó en unas verónicas emocionantes, aguantando la embestida de largo y fuerte. He aquí otro novillero que puede ser importante. Antonio Ramón Jiménez, con el lote más difícil, derrochó voluntad y valor. Los juanpedros, en general terciados, exhibieron casta, cumplieron en varas y tenían mucho que torear. Los dos de Pío Tabernero eran mansos, sin clase. De nuevo la novillada resultó un espectáculo interesantísimo, y nada hacía echar de menos a las figuras; antes al contrario.

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