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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arafat, aquí

LA VISITA oficial a España de Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina, es, sin duda, un acontecimiento nacional e internacional de primer orden que merece un comentario cuando menos cuidadoso. En apenas un año, el presidente Suárez ha logrado a un tiempo meter a la política exterior española en la mayor de las confusiones pensables y hacer dos cosas a las que nadie se ha atrevido entre los jefes de Gobierno de países occidentales: visitar a Castro y recibir a Arafat. Al mismo tiempo, su partido se declara abierto partidario del ingreso en la OTAN, crece nuestra dependencia económica y estratégica de Estados Unidos, es bien venido Ceaucescu a Madrid, se, retrasa de continuo la visita del jefe del Estado a la Unión Soviética, somos recibidos con palmas y honores en China, vendemos armas a Somoza y ayudamos luego al recién establecido régimen sandinista.Sin embargo, aquí está Yasser Arafat, y su presencia merece la bienvenida de los españoles. Los estereotipos de la propaganda no deben desfigurar la imagen del líder político que ha sabido sacar la justa causa de los palestinos del gran pozo de la desesperación y elevarla a una gran audiencia mundial. Yasser Arafat ha intentado, y conseguido en gran medida, modelar a la OLP, conteniendo, aunque no eliminando, sus acciones terroristas -tan condenables, por lo demás, como las de ETA o GRAPO- y dándole, en cambio, un sentido político a lo que amenazaba con convertirse en un bandidaje común. No son menos recusables por eso los asesinatos y crímenes de la OLP; pero desconocer el papel positivo que Arafat ha jugado en la organización y la situación de guerra real que existe en el Próximo Oriente no sería posible a la hora de hacer un análisis equilibrado de los hechos. La forma en que Arafat ha llegado a perforar el entramado propagandístico y defensivo de Estados Unidos, entrevistándose con el malogrado embajador Young -un hombre al que América y el mundo alguna vez tendrán que mostrarse reconocidos-, siendo recibido por la Internacional Socialista -donde Israel tiene notable presencia e influencia-, denotan que el líder de la OLP no es un vulgar terrorista, como la extrema derecha mundial insiste en calificarle, sino que tiene capacidades de estadista inteligente e incansable. Si su verbo es rudo y ardiente en las conferencias y reuniones, y a veces tiene gestos espectaculares, es porque representa un contexto nacional de esas características y porque lucha por una causa que estuvo durante mucho tiempo perdida y cuyas víctimas se cuentan a miles. Pero detrás de su lenguaje existe un negociador de primer orden, avalado por una fuerza que crece: la de los países árabes, con sus fuentes de energía, sus materias primas y una galvanización de sus posibilidades nacionalistas, raciales y religiosas.

La visita de Arafat, entonces, puede tener un sentido -pese a la confusión en que se inscribe-, y lo más reprochable al Gobierno es que no ha dicho qué sentido tiene, en primer lugar, y en segundo que, para tenerlo, en última instancia, está precisado de una premisa añadida y urgente solicitada desde tiempo atrás: el reconocimiento del Estado de Israel. Lo propio de un país como el nuestro buscador de unas relaciones universales y predicador de un sistema de libertades, es inscribirse en la órbita de aquellos países que mantienen relaciones diplomáticas con el Estado judío y amplio entendimiento y colaboración con los países árabes y la propia OLP. En España hay ya una comunidad judía muy importante, con gran influencia económica y profesional, al tiempo que este país mantiene una deuda secular con el pueblo judío, machacado ya antes por la Inquisición y por formas prematuras del nacionalcatolicismo que por el holocausto hitleriano. El reconocimiento del Estado de Israel no empaña la necesidad de la crítica de los métodos inciviles y violentos de su Gobierno, del carácter racista de algunas de sus políticas, de su inflexible actitud ante el problema palestino, de la servidumbre a losjuegos de las grandes potencias a un lado y otro del Jordán o del Tiberíades. Junto a esas condenas, Israel también merece algunos plácemes, y es un ejemplo de organización interna igualitaria y socialista, de democracia y libertades, frente a los feudales regímenes árabes sostenidos por la magia contradictoria de la revolución y el apoyo logístico soviético. Ninguna de las complicadas realidades del Próximo Oriente, ninguna de las condenas, juicios, promesas, ayudas y reconocimientos históricos que puedan hacerse, ni el sufrimiento de la diáspora judía, ni su matanza incomprensible y abominable por las hordas nazis, ni la desesperada y justa causa del pueblo palestino, nada de eso puede empañar la realidad existente tanto del Estado de Israel como de la OLP, la necesidad del reconocimiento de ambos y la posibilidad de que un país que fue judío y árabe, como España, pueda quizá jugar algún elemento mediador. Con una sola condición: que no deje volcarse la balanza de uno solo de los lados, que no haya sometimiento a miedos ni chantajes de los países árabes o de Estados Unidos.

Arafat representa una realidad y una realidad creciente. Querer presentarle, como la extrema derecha israelí pretende, como un delincuente internacional es no sólo una injusticia, sino un grave error. Israel es, sin embargo, también una realidad. Muchos españoles repudian la OLP y lo que representa. Otros muchos padecen igual repudio sobre Israel. Pero, aparte las pasiones, hay-juicios políticos y juicios éticos que establecer. La política reco mienda mayor equilibrio dc España en el tema del Próximo Oriente. La ética, mayor prudencia a la hora de establecer la historia de las naciones como una simple lucha entre buenos y malos. Y por encima de todo está la de sumarse a las realidades. De entrar en ellas, con las cautelas que convenga, pero nunca dándoles la espalda.

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