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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El melodrama que nunca muere

Eduardo de Filippo es un sainetero napolitano que fue enormemente popular en la época de su auge -los años cuarenta-, con obras difíciles de traducir a otros idiomas, por su color local y su especial comicidad; una de ellas es prácticamente mundial, Filomena Maturano -el año pasado, por ejemplo, se estaba dando en Moscú-, pasada al cine -Matrimonio a la italiana, con Sofía Loren y Mastroiani-, porque en este caso trasciende de lo local y entra en el ámbito universal del melodrama. Filomena Maturano, prostituta y madre ejemplar, que vive en concubinato con un hombre rico, inventa trucos para casarse y dar apellido a sus hijos -llega a fingir la muerte para el matrimonio in articulo mortis- y lo consigue explicando al hombre que uno de los tres hijos es de él; pero sin decirle cuál de ellos, para que todos tengan el mismo trato. Y el final agitado se sella con una familia feliz. En los parlamentos se canta a la familia y se niega el aborto.Con todo este material, se podría fabricar algo horrible. Pero Eduardo de Filippo es lo que puede llamarse un maestro del teatro a la antigua; domina el viejo oficio de la carpintería y produce teatro-teatro. Tiene un enorme sentido de la comicidad y del diálogo; la comicidad le sirve, sobre todo, para descargar de mal gusto las situaciones y para hacer creíble la historía. Parece que este tipo de teatro-teatral no ha pasado todavía: ni en España ni en el mundo. Sobre todo si se hace funcionar bien la máquina, como funciona en esta representación. Tiene dos actores extraordinarios dentro del género: Concha Velasco y José Sazatornil. A mi juicio, mejor aún este último, porque no se deja llevar tanto de la fascinación napolitana del personaje: sus gestos, sus manos, son comedidos dentro de la inevitable exageración a que fuerza el texto y la situación. Concha Velasco se deja llevar un poco más al principio de un napolitanismo que no es tan necesario para la comprensión del personaje; un poco más allá se olvida de ese inútil esfuerzo suplementario, recupera el equilibrio; y en cualquier momento su dicción es excelente, sus matices verbales a todo el diálogo -y a veces monólogo-, extraordinarios. El dúo continuo de Concha Velasco y José Sazatornil funciona perfectamente durante toda la representación; hay que atribuírselo no sólo a ellos dos, como actores muy expertos, sino también a la dirección de Angel F. Montesinos, que ha dado buen ritmo a la obra. Margarita García-Ortega une su contrapunto al dúo con calidad; los demás más bien pasan. No es sólo su problema, sino también el de la obra, construida también con arreglo a su época: obra de divos, obra para «monstruos sagrados», que descuida un poco el valor de los demás papeles.

Filomena Maturano,

de Eduardo de Filippo, versión de Juan José de Arteche. Intérpretes: JoséSazatornil, Modesto Blanch, Concha Velasco, Margarita García-Ortega, Carlos Kaniowsky, Isabel Romero, Rosalía Dans, Antonio Cerro, Javier Viñas, José Antonio Arnau, Javier Andonegui. Dirección: Angel F. Montesinos. Teatro de la Comedia; 10-IX-79.

Filomena Maturano fue estrenada en España muy poco después que en Italia; creo recordar que entonces tuvo ya el éxito de público que nunca le ha fallado a esta obra -que no le falla tampoco ahora-, y las reticencias normales de la crítica, que lógicamente prefería un teatro con alguna elevación mayor, con otra profundidad y con algo más de lo que podríamos llamar modernidad. Es curioso que ahora la crítica, por el fallo constante del otro teatro al que se aspiraba y se sigue aspirando, tenga que admitir enteramente Filomena Maturano como un gran ejemplo. Es una cuestión de contexto, de relación comparativa. Las virtudes de la teatralidad no han caducado, la vieja carpintería no falla -mientras se espera que pueda ser finalmente sustituida por otros valores, o que se limite a recalcarlos- y Filomena Maturano parece emprender otra vez una gran carrera. Que se puede agradecer en gran parte a la inversión del tiempo que estamos sufriendo; y en muchísima parte, además de a la versión de Arteche -diálogo rápido y eficaz-, a la interpretación y a la dirección.

El público -del estreno- pareció enteramente feliz con lo que se le daba: cortó con sus aplausos varias escenas, subrayó parlamentos, rió con estrépito en muchas ocasiones, y ovacionó al final.

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