El monopolio de la ciencia y la técnica
LA CONFERENCIA de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Técnica al Servicio del Desarrollo (CNUSTED) terminó en Viena con lo que se llama «acuerdo de compromiso». En el lenguaje diplomático usual significa que no ha dado ningún resultado práctico a no ser el de la exposición, una vez más, de los diferentes puntos de vista entre los países desarrollados y los no desarrollados sobre la extensión y el equilibrio de sus diferencias, en la búsqueda del denominado «nuevo orden económico internacional». Las equívocas y abusivas palabras «ciencia» y «técnica» (que ocultan en realidad relaciones de poder industrial e indudablemente militar, de intercambio de productos por materias primas, de cobro de royalties por patentes, de importación de «cerebros» de los países ricos, procedentes de los pobres, a los que se envían en cambio «técnicos» altamente remunerados que no suelen difundir sus secretos tecnológicos) se consideran básicas en el lenguaje de la separación entre desarrollo y subdesarrollo.Las Naciones Unidas habían dado un énfasis especial a esta Conferencia, que ha costado tres años de preparación a unas 5.000 personas en calidad de funcionarios especializados y un presupuesto, agotado, de cincuenta millones de dólares; el resultado no ha estado a su nivel. En general, todo se reduce a una cuestión de dinero. Las cifras que han facilitado las Naciones Unidas durante la Conferencia tienen otros signos: hablan de especialistas y de presupuestos. Enfrentan el número de dos millones de científicos y técnicos que trabajan en los países desarrollados con los 290.000 que investigan en los subdesarrollados; discriminan el total del presupuesto mundial consagrado a la investigación entre el 97,1% que gastan los países desarrollados (un total de 93.600 millones de dólares) con el 2,9% (o 2.800 millones de dólares) que se gastan en los países, subdesarrollados. Para éstos -representados frecuentemente en la Conferencia por la intervención de la delegación de Túnez- la cuestión comenzaría a resolverse con una subvención global de 10.000 millones de dólares repartidos en cinco años -hasta 1985-, que se elevaría a continuación a 20.000 millones para los cinco años siguientes. La subvención sería vertida por los países altamente industrializados que inmediatamente se oponen. Y es evidente que no daría el resultado apropiado. Puede estimarse, en primer lugar, que esos países tomarían el dinero de su propia industria, que elevaría los precios de sus productos terminados para resarcirse, con el consiguiente perjuicio de los países consumidores, y el de los royalties, que conducirían a lo mismo.
En segundo lugar, las cuestiones de investigación no se resuelven solamente con dinero. Hace falta una infraestructura importante, que se origina en la misma escuela primaria, y aún se puede saber que los niños que acudan a las escuelas necesitarían una alimentación adecuada y un contexto -familiar, urbano- suficientemente impregnado y estimulante. Para llegar a un nivel de investigación con rendimiento son precisas varias generaciones -salvo los genios aislados, que, sin duda, se dan: cada vez menos, porque todos se incluyen ya en equipos-, durante el transcurso de las cuales en los países desarrollados científicamente la técnica experimentará una aceleración geométrica -cada punto nuevo de desarrollo produce, en el ambiente preciso, cien nuevos puntos en las ciencias y técnicas paralelas-, de forma que la distancia parece ser irremisiblemente mayor cada año que transcurriese.
Queda también la cuestión de que una gran parte de las tecnologías que se ponen en marcha en el breve universo desarrollado operan a su vez sobre una estructura preparada para recibirlas, y no necesariamente pueden dar el mismo rendimiento en quienes no lo están. Pongamos por ejemplo ciertos desastres producidos por la utilización abusiva de ordenadores en países de desarrollo medio, donde la falta de una programación adecuada termina por falsear su utilización, aumentar los costos con respecto al empleo de trabajo humano y, sin duda, acrecentar el paro. Es uno de los temas que se han estudiado en la Conferencia con el nombre de «tecnologías apropiadas»; es, decir, a las condiciones de vida del país que pueda importarlas. Se ve en todo ello que estos países lo primero que tienen que producir es su propia inteligencia. Pero también el contexto preciso para que esa inteligencia se desarrolle.
El reparto de 2.000, de 4.000 millones de dólares anuales durante los próximos diez años en la totalidad de los países subdesarrollados -77 están representados en el grupo principal de la Conferencia, el que lleva por nombre su propio número- no parece suficiente ni siquiera para lo que se ha llamado « primer paso » y, aun así, queda le¡ os de lo ofrecido
Es inútil decir que este problema es esencial en el mundo de hoy y que no se le ve solución práctica alguna. La parte de dominio del mundo capitalista sobre el Tercer Mundo no es más que fragmentaria; los países de régimen comunista que han participado en la Conferencia tampoco han hecho manifestaciones de oferta solidaria de la tecnología que poseen a quienes necesitan de ella. Esta parte de la diferencia entre desarrollados de diversos géneros y subdesarrollados aparece también en la Conferencia de los No Alineados de La Habana. Donde tampoco va a encontrar solución, como se sabe, aparte de los términos más o menos entusiastas o triunfalistas que puedan aparecer en los comunicados.
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