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CIUDAD REAL: SEGUNDA CORRIDA DE FERIAS

Pegar pases hasta el infinito

No sé yo, ni quizá sepa nadie, qué concepto tendrán las figuritas actuales (y aspirantes al puesto) de lo que es torear. Torear es -siempre hemos creído- responder a la embestida del toro con el tipo de lances o pases que aquélla necesite, y en el terreno, la distancia y la cantidad que determinen las condiciones de la res.Pero para los toreros de hoy todos los toros deben ser iguales, pues a todos les aplican la misma faena, con un repertorio reducidísimo, mientras compensan el erial de sus conocimientos en tauromaquia con la repetición, hasta el agotamiento, de esas suertes, que no pasan de dos o tres. Es decir, que pegan y pegan muletazos hasta el infinito¡ como si la embestida de los toros y su boyantía fueran infinitas.

Plaza de Ciudad Real

Segunda corrida de feria. Cinco toros de Juan Mari Pérez Tabernero y, sustituido el primero por cojo, un sobrero de Bernardino Jiménez, todos flojos y manejables. Segundo y sexto, sospechosísimos de pitones, Dámaso González: pinchazo y media estocada caída (aplausos). Estocada corta, caída, y descabello (silencio). Niño de la Capea: estocada tirando la muleta (dos orejas). Pinchazo sin soltar, dos pinchazos bajos y bajonazo (algunas palmitas). Paco Ojeda: estocada (algunas palmas). Buena estocada (vuelta al ruedo).

Así ayer, en Ciudad Real, en las seis faenas. Cuando ya parecían vistas y que sus autores las daban por terminadas, resulta que volvían a empezar. ¿Para variar el repertorio? -¡Ni por asomo! Para insistir -«iVais a ir al infierno! », gritaba uno- en los dechazos y en los naturales (que podían ser circulares, claro, Y todos los dieron), con la incrustación de molinetes, de esos que se ven venir, según se ha puesto de moda. En tauromaquia, el molinete es un recurso pinturero para resolver ciertas embestidas, o remate de una serie de pases; pero los toreros de ahora lo convierten en suerte aislada y fundamental, y avisan: «Veréis, veréis ahora; voy a dar un molinete. ¡Atentos, que no se mueva nadie! ¡Eh!, aquel que está en absorta contemplación de las piernas de la señora que tiene más arriba, que atienda. ¿Listos? ¡Ya!». Y pegan el molinete. Después, sin que nada tengan que ver con el muletazo anterior, se ponen a pegar pases. Serán naturales, o serán derechazos (deformados al circular, si quieres), buenos o malos; mas lo que importa es que sean muchos, docenas, cientos, miles, hasta el infinito.

Dámaso González no con siguió, como otras veces, embrujar a sus toros y las faenas le salieron algo, deslucidas. Paco Ojeda toreaba desacompasado, y sus trasteos resultaron una suma de barullos. Es cierto que se para, que clava las zapatillas en la arena, que quiere interpretar el toreo desde la verticalidad de su figura pero cuando no va la muleta por un lado y el toro por otro, se deja enganchar la tela. Acaso el toreo el verdadero, aún no le ha entrado en la cabeza y está verde. En cambio, los volapiés los ejecutó a ley.

Al Niño de la Capea le correspondió en primer lugar (como a Ojeda en último) un animalote prácticamente acorne, con síntomas alarmantes de afeitado hasta las orejas -que dicen los taurinos-, y le practicó la faena fllométrica que era de esperar, sin unidad, sin el más leve asomo de construcción -pienso que ni lo intenta-, pero más reposada de lo que acostumbra. En el quinto, que no tenía fuerza, para soportar ni el picotazo que se le administró, se volcó en un huracán de tosquedades, enganchones, vueltas frenéticas, tirones, y siempre con ese su cite característico del zapatillazo en la arena. Si pegó doscientos pases, cuatrocientos zapatillazos pegó. Parecía que no se dedicaba tanto a torear como a matar cucarachas. Y debe tener cuidado, pues, visto el género que suele salir por los chiqueros, en un descuido podría calcular mal, pisar al toro y ¡chas, rachachás!, dejarlo hecho una plasta.

Como los toros no tenían fortaleza para pelear con el caballo y los toreros se inhibían con el capote, mientras con la muleta no veían la hora de acabar, resultó que cada último tercio duraba más del doble que los dos primeros juntos. Y a eso le llaman lidia. Mejor dicho: no le llaman lidia. En realidad no le llaman nada, porque nada es. Si acaso, paliza, eso puede ser.

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