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Entrevista:

Adolfo Schlosser, escultor: "El arte no puede ser un oficio"

Andrés Fernández Rubio

Adolfo Schlosser es austriaco. Estudió pintura en la Academia de Bellas Artes de Viena y luego se marchó durante tres años a Islandia. Allí dejó la pintura para dedicarse a la pesca de alta mar y a escribir. Hace unos diez años se estableció en Madrid y ahora reside en el cercano pueblo de Bustarviejo. A él se debe una de las exposiciones más interesantes realizadas en Madrid la pasada temporada (galería Buades). A partir de esa muestra comenzamos esta conversación de verano.

La primera pregunta que uno suele hacerse al enfrentarse pior primera vez a sus objetos es casi siempre la misma: ¿se trata de instrumentos musicales o de esculturas? Esta primera pregunta, claro, nunca tiene respuesta. Evidentemente son las dos cosas a la vez. Evidentemente también hay como una intención por partedel autor de que no terminen por ser ninguna de las dos cosas, al menos en el sentido usual de los términos escultura e instrumento musical. Por una parte hay mucho de oficio artesano en su realización y los materiales empleados -piedra, madera, pellejo de cabra, cera, caña, crin de caballo...- no pueden ser más primitivos. Por otra parte los resultados, tras su manipulación, no pueden ser más elegantes. Valgan ahora los dos términos, primitivo y elegante, en su sentido más usual.-El arte no puede ser un oficio para mí -aclara Schlosser-. El oficio está ligado a una tradición, técnicas ancestrales heredadas y rnejoradas. En el arte están en juego otras estructuras. Si en algunas de mis obras resalta lo artesanal, es porque se trata de instrumentos compuestas, instrumentos bricolage. Comparados con los instrumentos tradicionales resalta su hechura primaria: mis instrumentos esián «mal hechos», desde el punto de vista de sus posibilidades de perfeccionamiento se quedan atiás. Y solamente sirven de manera imperfecta para hacer música o incluso fracasan.

Aclaremos que, aunque en la actualidad estos objetos o instrumentos sirvan en su mayoría para arrancar sonidos y hacer música con ellos, algunos se prestan a otros múltiples usos, bien como armas o escudos, para hacerlos girar, para taladrar, incluso para volar. Piden ser pulidos por la mano, que se los toque o acaricie En realidad han sido ya muy ma noseados antes de ser expuestos y esto se deja sentir de una forma muy sutil en su presencia en tanto que, objetos inanimados expues tos para ser vistos en una galería de arte, en la atmósfera que con tribuyen a crear o, como se dice ahora, en sus vibraciones.

Quiero usar mis instrumentos, gastarlos. Hacer música con ellos es una manera de gastarlos si bien un objeto gastado está mal visto en una galería. Una obra de arte se quiere fresca y aséptica conservable en la historia del arte. Es el empeño de hacer música con mis objetos, el empeño de manosearlos, pulirlos, lo que los convierte en instrumentos. En un principio no pienso en hacer instrumentos musicales. Los instrumentos tradicionales están domesticados para sacar de ellos una música de estructura determinada. Usarlos de otra forma de la prevista significa privarlos de su historia, degradarlos a simples objetos. Con mis instrumentos pasa lo contrario: no tienen histona, no tienen detrás predecesores menos perfectos y no existe: antes de su fabricación ningún. sistema musical. Ambos nacen. posteriormente en el intento de tocarlos. Es, de alguna manera, un intento de impregnar de historia un objeto sin tradición.

-Explique entonces qué clase de música está intentando hacer.

-Hacer música con un piano presupone dominar la música y la técnica del instrumento. El aprendizaje y la práctica del piano todavía no son música. Las posibilidades de mis instrumentos son incógnitas, están por descubrir. Y se quedan en este movimiento del descubrir posibilidades mientras no esté interesado en cristalizar una determinada estructura musical. No soy músico. Si domino un instrumento hasta el punto de repetir en él un motivo musical, pierdo el interés. En ese momento empiezo a tocarlo de otra manera o a hacer un instrumento nuevo.

Dice que no se considera músico, pero esto no fue obstáculo para que durante la exposición orgartízam un concierto en la galería Buades. Le acompañaron un grupo de músicos clásicos y varios amigos. La singular orquesta se escondió tras una gran sábana blanca que, a modo de pantalla semitransparente, separaba a los músicos del público. Sólo era posible verlos acercándose mucho a las paredes laterales y con miradas esquinadas, un poco en plan espía. El concierto duró casi dos horas. Del lado de allá, es decir, del lado de los músicos, parece ser que lo pasaron en grande, se divirtieron muchísimo con unos instrumentos que muchos de ellos veían por primera vez, y los músicos de formación clásica quedaron gratamente impresionados sobre las posibilidades sonoras de los instrumentos de Adolfo. En el lado del público hubo división de opiniones, como con los toreros, aparte del dato indiscutible de que al final quedaba mucho menos público que al principio.

-No sé lo que se esperaba el público -explica Schlosser-. Solamente sé que hicimos el intento de hacer música y que ese intento tuvo que quedarse en una oscilación entre las fronteras de la música y la acción con objetos.

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