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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trío de damas

ESTOS ROSTROS de damas que comienzan a aparecer en la política europea no tienen nada que ver, evidentemente, con la «mujer objeto». No hay más que contemplarlos. Pero tampoco satisfacen las aspiraciones de una serie de movimientos de liberación de la mujer, para los que se ha convenido, quizá por pereza mental, el nombre, al principio rechazado, del feminismo. Margaret Thatcher, primer ministro de Gran Bretaña -primera ministra, aceptando ya como lógica la terminación femenina-; Simone Veil, presidenta del Parlamento Europeo, y ahora María Lurdes Pintassilgo, encargada de formar Gobierno en Portugal, pertenecen más bien a un sistema «quisling» o de colaboracionismo con el poder masculino. Sin, naturalmente, gritarlo, están a la postre más en la línea de las muy audibles consignas emitidas por las mujeres de Fuerza Nueva, estimuladas desde el podio por la señorita Reina -la que rezó un Ave María que hizo encasquillarse milagrosamente la pistola de su grapo agresor-, en las que se aseguraba que no necesitaban ninguna liberación especial, porque ya las habían liberado los hombres. Y que Dios nos perdone estas comparaciones. Margaret Thatcher representa mejor que ninguna esta colaboración, porque está claramente dentro de una tradición victoriana: la de que se puede ser reina y al mismo tiempo ama de casa y esposa tradicional.Así y todo, aun reducido el alcance del trío de damas de Europa, supone una cierta revolución decostumbres que el feminismo haría mal en desperdiciar. Es la primera vez que una mujer dirige la política británica, la primera vez que una mujer preside el Parlamento Europeo; sobre todo, la primera vez que en el país más tradicionalmente «machista» de Occidente, Portugal, se encarga a una mujer de formar Gobierno, aunque sea provisional y por tres meses. Si los mecanismos que han puesto en marcha a estas tres mujeres -que indudablemente tienen un valor intelectual y político considerable, al margen de cualquier calificación de sus ideologías- lo han hecho con fines demagógicos, con la finalidad de conseguir votos y asentimientos fáciles, no debemos olvidarnos que muchas veces una simple demagogia, un cierto sentido utilitario de la maniobra, ha podido abrir caminos insospechados. La Thatcher, la Pintassilgo, la Veil, pueden dar paso a otras mujeres que tiendan a una mejor evaluación del papel de la mujer en el mundo contemporáneo.

No deja de ser curioso que Europa venga detrás del tercer mundo -la señora Ghandi, Golda Meir, la señora Bandaranaike- en esta singular promoción. No obstante, aquéllas fueron revolucionarias en sus países; todavía alguna -Indira Ghandi- tiene en sus manos las esperanzas del suyo; las tres damas europeas no hacen, en cambio, más que cumplir el papel de hombres.

No parece que haya que recibir a estas tres damas como una gran innovación, sino como -aparte, repitamos, de la solvencia real de cada una- una manera de intentar digerir la espina del feminismo en la garganta de la política tradicional. Pero tampoco se debe desdeñar el precedente que suponen.

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