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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tigres de verano

Los tigres no lloran

Dirección: Peter Collinson. Intérpretes: Anthony Quinn, John Philip Law.

Simon Sabela. Marius Weyrs, Sandra Prinslou, Ken Gampu. Dramático.

Suráfrica. Local de estreno: Cine Bilbao.

Otro verano más, si bien éste cargado de reposiciones. Ya el invierno, en lo que a filmes españoles se refiere, ha conocido el retorno de numerosas películas nacionales con las que cumplir la actual legislación cinematográfica. Tras del aluvión final de tanto filme mediocre, estrenado y juzgado al amparo de tales normas, una serie de historias clásicas han servido de testimonio para dar a conocer a los jóvenes como era nuestro cine hace unos cuantos años, a través de sus logros más representativos.

Bien es verdad que el verano siempre fue tiempo de balance, cara a nuevas temporadas, mas, ante la crisis actual que afecta a todos los países, salvo EE UU, nadie parece saber por dónde empezar, cómo acertar con los gustos de un público quizá evolucionado demasiado rápidamente.

Da la sensación de que productores, distribuidores, exhibidores, sumidos en un compás de espera ya demasiado largo, se contentarán con ir tirando nada más, ocupando sus pantallas con erotismo, estrenos acelerados súbitamente desaparecidos y material sobrante de anteriores años.

Tal es el caso de este tigre que no llora, fantástico jefe de estado de un país africano que, a pesar de su rencor hacia los blancos, va a curarse a Johanesburgo de un mal irreversible. Capaz de sobrevivir a las turbias asechanzas de sus enemigos, cae al fin en manos de un enfermo que, sentenciado a su vez, intentará obtener un rescate para asegurar el porvenir de su hija. Cuando las tornas se vuelven y es la víctima quien toma la iniciativa, el público bien intencionado comprende que no sólo la raza blanca es capaz de mostrarse generosa e inteligente.

Con el tema de un negro y un blanco encadenados en cuerpo y alma, Stanley Kramer realizó hace tiempo una película, si bien superficial, menos forzada que ésta, producida por cierto en Suráfrica, y en la que a Peter Collinson sólo parecen importarle los efectos espectaculares habituales y alguna que otra fuga capaz de borrar por si sola el recuerdo de Anthony Quinn y su interpretación algo más convincente que brillante.

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