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Reportaje:la soja, factor de desequilibrio de la balanza agraria / 2

España debe incrementar las superficies cultivadas para reducir importaciones

El cultivo de la soja en España experimenta una evolución paradójica y significativa en los últimos años. La máxima producción se consiguió en 1974, con 38.724 hectáreas cultivadas; en 1975 estas cifras descienden considerablemente (7.718 hectáreas); en 1976 continúa la tónica de descenso, y durante los dos años posteriores se registra una leve recuperación, que se estanca en las 8.700 hectáreas actuales, con producciones de 15.000 toneladas el año pasado. Escribe Carlos Rodríguez.

Es difícil justificar detalladamente la evolución de este cultivo, aunque el descenso mencionado puede ser atribuido a la propia normativa reguladora del producto, que ha desconcertado a los agricultores, amén de la escasa divulgación de las ayudas y el desconocimiento técnico del cultivo. Sin embargo, esta experiencia de diez años es suficiente para asegurar que se ha avanzado mucho, aunque -ya lo decíamos en el primer capítulo- no se podrá llegar al autoabastecimiento.Cultivo delicado

Como planta de cultivo, la soja es extremadamente delicada. Requiere momentos especiales para su plantación, cuidados de riego, distancia reglamentaria entre las plantas y otras atenciones que de no ser tenidas en cuenta lo harían ruinoso desde el primer momento. Pero de todos ellos, sin duda el aspecto más característico de este cultivo es su asociación ineludible al inoculante. La soja, en su calidad de leguminosa, presenta la característica de fijar el nitrógeno libre de la atmósfera por medio de unos nódulos que se encuentran en sus raíces (Rhizobium japonicum), con los que vive en simbiosis. La función del inoculante no es otra que la de facilitar a las plantas esta invasión bacteriana, en lugar de que se produzca naturalmente con las que habitan en el terreno.

Esta dependencia del inoculante también plantea problemas de orden técnico, que dificultan aún más el cultivo; en sus comienzos, España tenía que importarlo de Estados Unidos, pero muchas veces eran poco activos o su calidad se había deteriorado con el transporte. Ante esta perspectiva, el Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA) montó su propia fábrica de inoculantes para soja, con lo que se han obtenido cosechas mucho más eficaces. Y es que el inoculante debe ser autóctono, propio a cada tipo de suelo.

Otros aspectos técnicos controvertidos de este cultivo se relacionan con la densidad de siembra y con el abonado: 120 kilos de semilla por hectárea es la cifra más utilizada, pero, según recientes investigaciones, es probable que con 150 kilos se consiguieran producciones considerablemente más altas. En relación al abonado, la polémica surge sobre la conveniencia de incorporar nitrógeno, pues parece que este elemento reduce la capacidad de fijación de las bacterias y resta eficacia al inoculante. Y por lo que respecta a recolección, el tema no ofrece mayores dificultades que las de atender a una serie de consideraciones específicas sobre el uso de las cosechadoras de cereales; en este sentido, quizá el mayor problema radique en la característica común a todas las leguminosas de producir pérdidas por desgranado cuando la recolección se realiza a un bajo contenido de humedad.

Sólo dos zonas cultivadas

En España, la geografía de la soja se localiza, casi exclusivamente, en dos zonas: las tierras de regadío del valle del Guadalquivir (que ocupa casi el 80% de la superficie total cultivada), en Córdoba y Sevilla, y en el valle del Ebro, entre las provincias de Zaragoza, Navarra y Tarragona. En todas ellas se han realizado experiencias de aclimatación al cultivo con una extensa gama de variedades comerciales, obteniendo en algunos casos óptimos resultados. No hay que olvidar además un dato importante: la mayoría de los grandes productores de soja están situados geográficamente entre los paralelos treinta y cincuenta, mientras España se localiza entre los paralelos 36 y 43 grados de latitud Norte; es decir, una zona óptima para este cultivo.

En las experiencias realizadas durante los años 1969 a 1972 se evidenció, mediante análisis estadísticos de resultados, que una treintena de variedades de soja podrían adaptarse al suelo hispánico. En 1975 se llevaron a cabo experiencias más minuciosas, obteniendo resultados francamente esperanzadores para trece variedades. Las tierras donde se efectuaron las pruebas contenían un PH-8, y se utilizaron fertilizantes compuestos de nitrógeno, fósforo y potasio.

Ante esta realidad, se puede decir, sin triunfalismos, que el cultivo de la soja es posible en España; lo que no va a serlo es llegar a la autosuficiencia. Razones de clima, orográficas y, sobre todo, de superficie disponible lo impiden. Con siembras de segunda cosecha, detrás de trigo, cebada o patata, la soja puede ser un cultivo rentable si sus precios se mantienen en los márgenes actuales y se obtienen rendimientos superiores a 1.500 kilos por hectárea (en la pasada campaña los precios fueron de veinticinco pesetas/kilo, además de una subvención a la semilla aproximada a 1,50 pesetas por kilo de soja producida).

Necesidad de una ordenación de cultivos

Comoquiera que pueden surgir problemas de competencia con otros cultivos característicos de segunda cosecha -como, por ejemplo, sorgo y girasol-, se hace necesaria una seria ordenación de cultivos, indicativa en cada momento de qué se debe cultivar y en qué cantidad, en función de las necesidades del país en cada momento.

En el pasado mes de febrero quedaron fijados los precios de productos agrarios sometidos a regulación de campaña; tanto los agricultores (que quieren obtener una renta adecuada) como la Administración (que pretende controlar el proceso inflacionario) quedaron bastante conformes con la tabla aprobada. Sin embargo, algunos de los productos estudiados resultaron especialmente problemáticos, entre ellos la soja, protagonista permanente por culpa de la dependencia exterior y la incoherente política de cultivo de este producto.

Los agricultores fueron a las negociaciones con la intención de conseguir un precio objetivo de 27,50 pesetas/kilo, amén de las subvenciones por compra de semillas y de las investigaciones sobre inoculantes autóctonos por parte del INIA. El Gobierno, en este caso, no ha estado muy lejos de los sindicatos agrarios, pues hacer atractivo al agricultor el cultivo de la soja es poco menos que una obligación. Con este precio aprobado de 27,50 pesetasikilo se calcula que en la campaña 1979-1980 podrán alcanzarse 20.000 hectáreas (actualmente hay 9.000).

Parece, pues, que el Ministerio de Agricultura no piensa liberalizar totalmente el comercio de aceites de semillas, porque resultaría un paso atrás en su política de relanzamiento. Esta medida permitiría a las compañías multinacionales (bastante introducidas en España) copar el mercado nacional y sería antagónica con la fijación de un precio remunerativo para el productor español, con el mantenimiento de las subvenciones por compra de semilla (50% de su valor) y con el desarrollo investigador mencionado.

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