_
_
_
_
Reportaje:

Hablan los primeros liberados por la gestión del Rey

«Molían cristales y se los echaban en los ojos. Luego les tapaban con una capucha. A un niño de seis años le torturaron brutalmente delante de su padre para que éste hablara. Con una cuerda de piano le apretaron los testículos, hasta que lo castraron.» Son datos del holocausto de hoy, del holocausto argentino, que nos cuenta Jesús María Cabanas, de Zarauz, residente en Argentina desde 1947, en que emigraron sus padres, y que acaba de ser liberado de la dictadura de Videla gracias a las gestiones de S. M. el Rey en su viaje a aquella República.

-Sin saber por qué, el 8 de octubre de 1976 fui secuestrado en plena calle. Me trasladaron a una cuadra militar. Y allí, maniatado y encapuchado, estuve tres meses. Y puedo contarlo gracias a la intervención del embajador español. Porque éramos cuarenta y sólo diez llegamos a la cárcel. Y esto que podría parecer una liberación, no lo es. Me llevan a la cárcel de Azul, donde «nos recuperan», y de ahí pasamos a Sierra Chica, al pabellón once.(La conversación transcurre calmosa, en presencia de Celia Guevara, hermana del Che, y de Julio Horacio Fernández, un argentino que también vive ahora el sueño de la libertad. Hablan del pabellón once, al que llaman «pabellón diferenciado». Pero lo cierto es que a veces se les escapa llamarlo «pabellón de la muerte».)

-El pabellón once es como una ruleta de la esperanza. Allí nadie sabe nada. Si te toca, te tocó. Una noche cualquiera te sacan, suenan un par de disparos, y se acabó. Horas más tarde viene un helicóptero, recoge los cadáveres, y con un bloque de hormigón atado a los pies, arrojan tu cuerpo al río de la Plata. En la estadística serás un desaparecido más. O te dan un tiro, por las buenas, y dicen que ha sido un intento de fuga. Gracias al cónsul español, José Luis Dicenta, los cuatro españoles que estábamos allí podemos, por ahora, contarlo. Él fue quien dijo que nuestra vida sería respetada. Eramos Hermida, Sánchez, Canales y yo.

La odisea es impresionante. Las desapariciones se producen gracias al continuo traslado de los presos de un lugar a otro.

-De Sierra Chica, donde estuve dos años, me «secuestran» y encapuchado nuevamente me llevan a Bahía Blanca. Mis familiares se enteran y vuelve a.intervenir la embajada. Me llevan a la cárcel. Se plantea un recurso de amparo. El juez decreta mi libertad. Pero no se cumple. Me trasladan a la prisión de Rawson, a un calabozo, incomunicado; el embajador se entrevista con el ministro del Interior, y después de treinta días me recoge un helicóptero y me traslada al aeropuerto de Eceiza. Escoltado por soldados se me mete en un avión de Iberia y asi, con un pantalón y dos camisas, recupero mi libertad en España.

La tragedia de ser Guevara

Resumir tres años de incertidumbre, angustia, tortura y esperanza en unas palabras es imposible. Cabanas habla sin odio, pero como si fuera leyendo en su mente cada uno de los detalles. («Un día, por entretenerme, conté los fideos de la sopa, alimento fuerte del día: 22.») En este peregrinaje por celdas y cuadras, Cabanas coincide con Juan Martín Guevara, cuyo delito principal es muy simple: ser hermano de Ernesto, del Che.Allí está él, en prisión, acusado de asociación ilícita, con diez años, como mínimo, de condena, esperando que algún país le proporcione un visado.

-Dos años estuve con él en Sierra Chica, en el pabellón once. Sin luz, sin comida. Bajamos todos del orden de quince a veinte kilos. Humillante. Hay palizas, baños de agua helada, saltos de rana, golpes en la planta de los pies, con barras de goma. ¿Para qué vamos a contarle casos? De repente aparece uno ahorcado. Otro con un tiro; pero lo peor es la incertidumbre. Nunca sabes si te va a tocar ya. Y Juan Martín Guevara está viviendo todo eso, pero de forma especial. Porque reclama más atención: es hermano del Che. De la cárcel pasó al calabozo especial por las cosas más arbitrarias: por tener la camisa húmeda, o por tener desabrochado el primer botón.

-Celia Guevara, ¿y qué se puede hacer por su hermano?

-Nada más que conseguir un visado de cualquier país para que pueda salir de Argentina. Pero no es fácil. Apellidarse Guevara es un drama.

Juan Horacio Fernández estuvo con Juan Martín Guevara durante tres años en el pabellón diferenciado. Horacio fue detenido, sin causa ni proceso, el 9 de octubre de 1974. él y su esposa, embarazada de dos meses.

-Se nos hicieron todo tipo de torturas para buscar acusación. Pero no la había. Mi hijo nació en la cárcel. El parto creo que fue horroroso. Mi mujer fue esposada a la cama para dar a luz. Mi hijo ya cumplió cuatro años y todavía no lo conozco. Juan Martín Guevara, mi compañero de cárcel, es su padrino.

Celia Guevara, arquitecta, suspira. Tiene la mirada un tanto perdida. Como si al mirar se preguntara a sí misma si es algún delito apellidarse Guevara, y haber tenido un hermano cuya imagen se cuelga en las habitaciones estudiantiles de medio mundo.

El holocausto argentino es así. Aunque quizá no lo podamos creer. O no queramos creerlo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_