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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un genocidio

HACIA EL 19 de julio va a celebrarse en Ginebra una conferencia sobre uno de los temas más dramáticos de nuestro tiempo: la suerte de los refugiados de Indochina. Decenas, quizá cientos de miles de personas que huyen de Vietnam y de Camboya no encuentran refugio: no se les permite salir de las embarcaciones que llegan a las costas de Malasia, y se les empuja de nuevo al mar. Las cifras son inseguras, como el fondo de su realidad, porque hay una intoxicación política del tema: a grandes rasgos, la Unión Soviética disminuye su importancia -por sostener al Gobierno de Vietnam-, Estados Unidos lo exagera, por la razón inversa. Estados Unidos requiere que se reúna el Consejo de Seguridad, porque considera que es una cuestión «que puede poner en peligro la paz del mundo»: pretende hacer un debate político, una revancha por sus derrotas vietnamitas.Todo ello es torpe y deshonesto: como la actitud de Malasia o la de Tailandia, que rechazan los refugiados hacia dos distintas clases de muerte -Tailandia los devuelve a Camboya; Malasia, a alta mar- Una vez más, una situación dramática, a la que no debe vacilarse mucho en considerar como genocidio, está siendo explotada para otros fines.

Quizá la posición más vergonzosa sea la de una cierta izquierda europea, que con tanta justa premura y tan elogiable reflejo de conciencia suele manifestarse en favor de las víctimas de las tiranías de este mundo, pero que en esta ocasión o disimular, para evitar que se tome su actitud por una condena al régimen vietnamita. Quizá no tenga ya esa amplia conciencia que la caracterizó un día y no sepa comprender que no hay contradicción entre la actitud decidida que tomó en favor de los vietnamitas invadidos por los americanos y la que deberían tomar hoy contra un Gobierno vietnamita -el grupo que dirige la política desde Hanoi-, que no es clemente ni justo para con sus conciudadadanos.

La conferencia internacional de Ginebra organizada por el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados no presenta buenos auspicios. Mientras los boat people -las gentes de los barcos- mueren de enfermedad y desnutrición, o perecen en alta mar, mientras otros se enfrentan con los pelotones de ejecución en Camboya, la conferencia de Ginebra puede convertirse en un tema más de la disputa entre Estados Unidos y China, por una parte, y la Unión Soviética y el Vietnam, por otra, mientras todos los países hacen un esfuerzo denodado para no absorber cupos de refugiados.

Al recordar otros holocaustos, no dejemos de tener presentes los que suceden en la actualidad, y si tienen, como en este caso, un culpable directo -un régimen de «reeducación» de una dureza extraordinaria-, no debemos olvidar que todos somos culpables indirectos. Los organismos internacionales calculan en cerca de diez millones las personas que han tenido que huir de sus países -en Africa, en Asia, en Latinoamérica- y que dificilmente encuentran acomodo y ocasión de rehacer su vida en países extranjeros. La urgencia del caso vietnamita requiere unas medidas inmediatas de solidaridad y de ayuda: pero, con otro plazo, la cuestión de los que un día se llamaron «personas desplazadas» necesita también un movimiento mundial.

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