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Entrevista:

Jiménez Losantos: "No tolero la identificación de nuestra lengua con el fascismo"

Presentación del libro "Lo que queda de España

Esta tarde, a las ocho, el escritor Francisco Umbral presentará, en la librería madrileña Antonio Machado, el primer volumen de Ediciones Ajoblanco: Lo que queda de España. La negativa de la empresa de El Viejo Topo a publicar esta obra, la dimisión del director literario de la editorial y el manifiesto de protesta de más de cien intelectuales situaron recientemente a su autor, Federico Jiménez Losantos, en el centro de una viva polémica. ha dialogado con él.

Pregunta. El tema del castellano en Cataluña ha desencadenado la prenotoriedad de su libro. Sin embargo, tal vez el tema principal del mismo lo constituya una discusión apasionante de todas las ideas vigentes sobre el concepto de España y de la cultura española.Respuesta. Mi libro, efectivamente, recoge una serie de ensayos literarios sobre la idea de España, su historia y su cultura en la actualidad. Y tiene dos direcciones fundamentales. Una, criticar la visión de España que hoy triunfa, en los medios considerados progresistas, de mano de la generación de los cincuenta-sesenta: la de los antifranquistas obsesionados por invertir los moldes ideológicos de su juventud. A la par, se trata de reivindicar en otra serie de ensayos -muy señaladamente en el de Azaña- la tradición de españolismo democrático que protagonizó nuestro resurgir intelectual en este siglo, puso a prueba un nuevo proyecto español con la II República y padeció luego la guerra y la dispersión del exilio.

P. ¿Respondería esa reivindicación a una nueva sensibilidad generacional?

R. En cierto modo, puede verse el libro como una primera manifestación generacional, que rompe con sus padres e intenta enlazar con sus abuelos. Es lo que, durante año y pico, venimos haciendo en la revista Diwan, cuya línea se ha ido decantando progresivamente en ese sentido, sin un plan previo, simplemente siguiendo una labor que podríamos llamar formativa El tema de España, su tratamiento se ha ido perfilando progresiva mente como clave de toda estrategia cultural. Su misma consideración sustantiva y positiva -al modo de Unamuno, Ortega, Azaña, Machado y Juan Ramón, todos ellos españolistas o reespañolizadores- nos lleva a oponernos a la concepción adjetiva y negativa de los jóvenes de la posguerra, que llegan, cuando más, a la admiración de los del 27. Son epígonos de epígonos, porque la verdadera fuerza de la cultura española, la fuerza motriz de nuestra modernidad, es anterior. Como también lo es la creación de un sentido liberal y democrático de nuestra vida intelectual y política.

P. El españolismo democrático nacería, pues, en primer término, de una fidelidad cultural.

R. El aprecio profundo de las obras que admiramos en nuestra literatura nos lleva de la mano a compartir la pasión española que las animó. No se trata, desde luego, de propaganda nacionalista, sino más bien de recrear un sentimiento nacional español identificado con la libertad y la cultura. El auge de este sentimiento de españolismo renovado es lo que permitió desplazar de la dirección del Estado al patrioterismo clerical de la extrema derecha y ensayar la reorganización democrática del Estado en la República. Si la coyuntura política actual guarda enormes semejanzas con aquélla, falta ese espíritu de reorganizar ideológica y políticamente España, aspirando a verla encarnada en los ideales de la libertad y de su tradición cultural Como esa conciencia de asunción de la historia española falta por la izquierda, asistimos hoy al gravísimo hecho de su monopolio por parte de la extrema derecha.

La tozudez aragonesa

P. Bajo esa perspectiva, ¿qué representa para usted su defensa encendida de la lengua?

R. Durante estos años de estertores y liquidación franquista, se ha permitido que a la lengua de todos o de la inmensa mayoría se la denigrara en sí misma como vehículo de fascismo, como «lengua de verdugos» y demás lindezas por el estilo. Y ello, sin que ni los mismos escritores, que viven por y para -y algunos de- la lengua, dijeran ni pío. La defensa del castellano en Cataluña yo la he hecho fundamentalmente, por eso: porque no aguanto que a una lengua, gracias a la que puedo saborear a Gracián, Valle-Inclán y Lezama Lima, se la identifique con el fascismo.

P. ¿Y el temor al llamado lerruxismo?

R. A un diputado del PSOE que me confió sus temores con respecto al PSA, yo le dije: «No tenéis por qué temer nada. El programa del PSA en Cataluña sólo puede basarse en la defensa de los derechos culturales y laborales de la emigración, en pedir una universidad en lengua castellana junto a una en catalán, que la diferencia de lengua no sirva de excusa para la discriminación laboral y que no haya que uniformarse con las cuatro barras para ser un ciudadano con todas las de la ley.» Con asumir ese programa, que me parece bastante justo, y con no hacer demagogia con las autonomías, se acabó cualquier peligro de lerruxismo.

P. ¿Pero se dan actualmente algunas condiciones de diálogo?

R. En realidad, el diálogo es la única solución. Por la fuerza, física o psicológica, no se consigue nada a la larga. Ahora bien, hay diálogos que, pasado un tiempo, se hacen prácticamente imposibles. Si los intelectuales de habla castellana siguen saliendo masivamente por que la atmósfera cultural de Cataluña se ha hecho irrespirable y si los españolistas demócratas que que damos acabamos yéndonos también, verás tú con quién van a dialogar cuando, antes o después, comience la reacción contra el asimilismo.

P. ¿Significa eso que renuncia usted a un posible protagonismo político?

R. Completamente. Me apasiona demasiado la política como para ser político. Los que desde el principio me han señalado como agente de algún partido tendrán que dejarlo en tozudez aragonesa. Ahora, lo que quiero es escribir. No callarme, pero tampoco ir por ahí repitiendo en diez sitios las mismas frases, que al final acaba por ser lo mismo. También las verdades se gastan y hay que andar reescribiéndolas o rebuscándolas una y otra vez. Y una vez no vale para otra.

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