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XXXVIII FERIA DEL LIBRO

Los niños leyeron y hasta jugaron con los libros

Los niños que visitaron la feria la tarde del domingo descubrieron una gozosa, y a menudo desconocida, manera de tratar a los libros: jugar con ellos. Una divertida gimkana cultural con pistas en diferentes casetas infantiles, y con un recorrido libre por las inmediaciones del sector infantil, permitió a chavales de diez a catorce años jugar con libros y tebeos, sentarse en la moqueta a hojearlos y hacer carreras y saltos en busca de nuevos datos sobre autores y títulos.

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La parte más activa de! la gimkana, denominada juego literario, la constituyeron las pruebas de aventuras. Los chavales acudían presurosos al gabinete de Sherlock-Holmes para ayudar al envidiable detective en sus más intrigantes casos policíacos. A continuación se dirigían a la tienda india del gran jefe Otumba para opinar sobre los indios y conocer nuevos signos y costumbres de este pueblo tan manipulado por los telefilmes de televisión. Al final realizaban un corto safari imaginario buscando hojas de hiedra o enredaderas por el parque que rodea al Pabellón de Cristal, contestaban a preguntas sobre la vida y costumbres de los animales y describían la fauna que conocían a través de las películas de dibujos animados y de sus esporádicas visitas al Zoo. No faltaban tebeos, historietas y libros de biología y de ciencias sociales para poder superar las pruebas y apuros de la gimkana.«Ven a jugar, tío, esto mola», le decía un chico de trece años a un amigo. En grupos de tres, y llevando una visera roja con la inscripción juego literario, los chavales corrían a su aire por la feria, a veces incluso sofocados de tanto ir y venir con presuntas hojas de hiedra que luego no eran tales y que había que volver a buscar. Algunas preguntas, como qué comen las tortugas o las ranas, les hacían sudar, a pesar de saber que no se trataba de quedar bien y de que había premios para todos. Algunos se excitaban tanto que no atinaban a encontrar el índice de los libros y otros ponían en aprieto a los monitores traspasándoles las preguntas. «¿Se pueden resolver?», consultaba una niña refiriéndose a los libros. «No sólo se puede, sino que se debe. Así encontrarás mejor el dato que buscas», le dijo el gran jefe Otumba, en la vida real una estudiante de Magisterio, que apareció el domingo con la cara repintada, llena de flecos y plumas y con varios colgantes y abalorios sobre el pecho, entre ellos una diminuta cabeza de cocodrilo que según dijo había cazado su abuelo Toro Salvaje.

Y entre tanta fantasía, el cansancio. Algunos niños se agotaron. Otros se quejaban de que había sido corto y poco variado. Tres alumnos de sexto de EGB, Juan, José y José Manuel, no se conocían antes de participar juntos, y al terminar se encontraban eufóricos: « Hemos corrido mucho, nos hemos reído tela, hemos resuelto el caso policíaco y hasta nos hemos caído en el jardín -sin hacernos daño, claro- buscando hojas.» En cambio, para Juani, de séptimo, «ha sido un poco rollo ir de caseta en caseta buscando un autor o un ilustrador». Y Mercedes, de doce años, hace crítica constructiva: «Ha habido cosas divertidas, pero tenían que haber organizado más actividades, cosas más variadas como dibujar, cantar, representar y cosas así.»

Es esta, sin embargo, la primera experiencia pedagógico- festiva que se realiza en la feria, y su organizadora, María Mas, piensa repetirla los próximos días 9 y 14. Los monitores que colaboran son chicos y chicas del MSC (Movimiento Scout Católico) y lo hacen en plan voluntarista, sin cobrar un duro.

«Sólo quisiéramos conseguir una pequeña biblioteca que nos vendría fetén para nuestras actividades», dicen algunos de los monitores. «Lo interesante es que han participado niños de barrio e incluso gitanos que, normalmente, no leen nada.»

Además del juego literario, los chavales también tuvieron otras oportunidades para divertirse en la tarde del domingo. En la planta baja, la biblioteca infantil, surtida de toda clase de materias y cuentos y con indicadores para encontrar el libro apetecido, estuvo repleta de pandillas o familias que pasaron buenos ratos leyendo historietas y libros coloristas. También funcionó, en sala aparte, un taller de pintura donde niños de diferentes edades construyeron objetos manuales, pintaron o realizaron estampaciones.

En la mañana del lunes, María Mas organizó otra nueva actividad: un libro-fórum con niños de doce a catorce años de diferentes colegios que han estado leyendo en sus clases el mismo libro, una historia de una familia judía alemana que se adapta a la difícil situación creada por la ascensión de Hitler. « La obra, Cuando Hitler robó el conejo rosa, de la editorial Alfaguara, es una narración histórica y humana, pero no política en sentido estricto», aseguró la señora Mas.

Junto a la sección infantil, las casetas para adultos también intentaron dar muestras de estar vivas y se las ingeniaron incluso con disfraces y máscaras para que los mirones se convirtieran en clientes. El sábado visitaron el recinto unas 50.000 personas y las cifras de ventas sobrepasaron los seis millones de pesetas. Se cree que la afluencia del domingo fue ligeramente mayor, si bien muchas familias acudieron simplemente a pasar la tarde y no manifestaron grandes deseos de lanzarse al mostrador. Y, sin embargo, el espectáculo de la feria seguía siendo fastuoso, a pesar del bochornoso calor que martirizaba al público, aunque esta vez el sol lucía fuera y no dentro, como en sus años anteriores. Y entre novedades y sorpresas, no deja de ser curioso encontrar junto a la caseta de la librería feminista -abarrotada de hombres y mujeres, y donde ya se podía comprar el reciente libro de Rosa Montero, que anoche se presentó al público- el vecino stand de la editorial Fuerza Nueva, a la que se acercaban algunos curiosos con cierta timidez.

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