Zorrerías de UCD
LAS INCIDENCIAS que han jalonado lo que un comentarista radiofónico ha denominado «la cacería del zorro plateado» están desviando la atención de las cuestiones de fondo emergidas a la superficie gracias a los maliciosos pellizcos de monja propinados por el diputado Herrero al Grupo Socialista. en torno a su proposición de ley, sobre el asilo político y a la torpe manera con que el ministro de la Presidencia, al intentar cubrir a surompañero de partido, agravó el conflicto. Porque lo cierto es que la improvisada intervención del presidente del Gobierno, cuyo rápido aprendizaje de los hábitos parlamentarios es digno de algún elogio, fue lo suficientemente contundente al ofrecer explicaciones y presentar excusas a los injustamente ofendidos, como para dejar zanjado el incidente.Las actuaciones más bien desdichadas del diputado y del ministro, así pues, son temas para discutir, de puertas adentro, por UCD y por el Gobierno. Ciertamente, el aferramiento del señor Pérez Llorca a su cargo y su renuencia a dimitir irrevocable y públicamente después de su desautorización por el señor Suárez sólo se puede explicar porque los titánicos esfuerzos y sacrificios seguramente empleados para conseguirla cartera deben hacer demasiado dolorosa su pérdida a su eventual cese, no anda el presidente tan sobrado de colaboradores como para poder prescindir de un hombre que, aunque propenso a la ligereza y a los comportamientos patosos, demostró, en la anterior legislatura, su lealtad, su capacidad de trabajo y su buena preparación jurídica.
El incidente, sin embargo, ofrece otros aspectos que merecen reflexión. Ante todo, el preocupante desinterés que muestra el Gobierno por la situación de los exillados del Cono Sur, que han buscado refugio en nuestro país, en contraste con la vocación latinoamericana de la Monarquía parlamentaria española. El estridente rechazo de la proposición de ley, socialista sólo podía estar justificado por el anuncio formal de que, en plazo fijo, el poder ejecutivo presentaría su propio proyecto de estatuto. En sus críticas a la moción socialista, los hombres de UCD han hecho, por lo demás, un flaco servicio a las instituciones democráticas españolas y a la solidaridad con las víctirnas de las dictaduras. El diputado Herrero, que es tan agudo y perspicaz. seguramente no reparó en que su burdo intento de motejar a la oposición parlamentaria de cómplice o simpatizante del terrorismo contra la libertad ofrecía el flanco para una crítica de signo distinto. ¿Se puede meter en el mismo saco. por ejemplo, a los GRAPO v a los hombres del Frente Sandinista? Y, prosiguiendo esa torpe comparación, ¿el Gobierno de la Monarquía parlamentaria española es homologable al del señor Somoza?
Resulta también preocupante el obsesivo esfuerzo del Gobierno de no ceder ni una pulgada de su monopolio de la iniciativa legislativa. La utilización del artículo 134 de la Constitución para guillotinar otras proposiciones de ley de los demás grupos parlamentarios constituye un caso claro de abuso del derecho. La existencia de proyectos clubernamentales alternativos que puedan ser presentados en breve plazo o un razonado calendario de prioridades son argumentos que cualquiera puede entender y aceptar. Pero lajustificación del monopolio de la iniciativa legislativa por el Gobierno, práctica usual en los parlamentos democráticos, no debería estar basada en el truco de invocar el apartado 6 del citado artículo, que establece que «toda proposición o enmienda que suponga aumento de los créditos o disminución de los ingresos presupuestarios requerirá la conformidad del Gobierno para su tramítación». No es bueno, ni para la Constitución. ni para el Congreso, ni para las instituciones democráticas, que el articulado de la norma fundamental sea manipulado y utilizado por los juristas del Gobierno, como la ley de Arrendamiento puede serlo por un abogado practicón para fórzar un desahucio.
La inesperada agresión del diputado Herrero y del ministro Pérez Llorca contra el Grupo Socialista plantea también algunas interrogantes sobre la coherencia de la estrategia de UCD en sus relaciones con el PSOE. Mientras que en el caso del señor Herrero, devoto adalid de la tendencia democristiana, no resulta extraño el deseo de marcar sañudamente las distancias con los socialistas, el ministro de la Presidencia parecía más bien alineado en la corriente que no descarta las posibilidades a plazo medio de gobiernos de coalición con el PSOE y que incluso elogia sus ventajas. El pasado jueves, sin embargo, ambos coincidieron en hacer sangrar de nuevo las heridas abiertas durante la campaña electoral, que la declaración institucional del miércoles y el discurso del señor Suárez en el mismo Pleno parecían destinadas a cicatrizar. ¿Por qué esos cambios en la conducta de UCD con el PSOE? ¿Actuó el diputado Herrero por cuenta propia y en nombre de su tendencia y arrastró en los demonios de la polémica al belicoso ministro de la Presidencia? En tal caso, el señor Suárez tendría que reflexionar sobre los inconvenientes de privar a su partido de los mecanismos que permitirían a sus militantes participar en las decisiones, carencia que hace posible que una de sus corrientes pueda comprometer al conjunto de UCD en su estrategia.
Finalmente, parece necesario señalar que las pasionales y arrebatadas relaciones entre UCD y el PSOE deberían entrar en cauces más sosegados y en una dinámica más previsible. Ese régimen de ducha escocesa al que se somete a la opinión pública no sólo desconcierta y aburre, sino que además quita seriedad a los debates parlamentarios. El partido del Gobierno y el principal partido de la oposición tendrían que ofrecer, a sus electores y a toda la ciudadanía, una imagen más despejada y menos turbulenta de lo que les une y les separa. No es posible que el Gobierno se comporte con el Grupo parlamentario Socialista como aquel millonario de Luces de la ciudad con Charlot, palmoteado o rechazado según los cambios de humor del magnate. Ni tampoco es deseable que el PSOE mantenga con UCD esa ambívalente relación que unas veces le lleva a considerarlo como su peor enemigo y otras como su eventual socio en el Gobierno. La definición de esos nexos pasa, seguramente, por una previa clasificación en el interior de los dos partidos, tironeados ambos entre las tendencias que les empujan hacia la colaboración con el adversario y las corrientes que propugnan la guerra santa. Hasta que ese crucial aspecto de nuestra vida política no quede suficientemente despejado seguiremos expuestos, sin remedio, a peleas tan lamentables como la deljueves pasadoy que convirtió retrospectivamente el Pleno sobre el terrorismo en un acto que la ultraderecha puede calumniar como una insincera comedia.
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