"El barbero de Sevilla", alegría y virtuosismo
Tras las tres óperas fusas puestas en escena por la compañía de Kiev, el festival madrileño ha comenzado con El barbero de Sevilla su ciclo propio. No cabe duda de que la genial obra de Rossini es difícil hasta el máximo, y en un festival improvisado como el nuestro es casi milagroso el poder escucharla con dignidad.La primera condición que exige El barbero es la alegría. En efecto, Rossini escribió una de las partituras más vitales y alegres de la historia de la música, y esa es justamente su absoluta genialidad, su importancia, su trascendencia, acaso no muy bien comprendida en nuestra época, tan preocupantemente insincera en sus gustos. Pues bien, hubo alegría durante toda la velada, no sólo en lo musical, sino sobre todo en lo escénico, que no es mucho menos importante. Así, la labor de los cantantes y del director de escena hizo reír a carcajadas al público. La comicidad de las situaciones, del texto y de los personajes, fue muy bien aprovechada por Carlos Cytrinowski. En este aspecto fue espléndida la labor de Eduardo Jiménez, formidable como soldado ebrio y como clérigo músico.
La segunda condición es el virtuosismo. Rara es la orquesta y raro el cantante al que no le viene justa esta obra. En este sentido Justino Díaz nos ofreció un estupendo Don Basilio: tanto en el aspecto escénico (en el que no escamotea lo caricaturesco), en el musical y en lo vocal, su actuación fue magistral. Su aria de la «Calumnia», cantada con voz potente, redonda, con fina musicalidad, sabiendo crear la tensión paulatinamente, sobrado de técnica, fue con mucho lo mejor de la velada. Los «secretos» de esta página maestra, señalados por Rognoni -la simetría de crescendo y decrescendo, la onomatopeya rítmica, el «uso retórico de la modulación-, fueron sabiamente calibrados por Justino Díaz.
Eduardo Jiménez mostró buen gusto, voz fresca dentro de un tim bre muy ligero, y, como queda dicho, gran sentido escénico. Aunque un tanto justo de técnica para el «monstruóso» papel, su labor me joró a lo largo de toda.la velada.
Vicente Sardinero cantó con su característica voz, grande y hermosa, el papel de Fígaro. Cantó con vigor y vitalidad, aunque esto no debería ir en detrimento de la gracia y la delicadeza de este formidable personaje.
Rosetta Pizzo venció su papel con dignidad. Su voz es cálida, pero a menudo se endurece y no siempre logra la afinación perfecta. Las apariciones de Carmen Sinovas, como Berta, Julio Pardo y Mario Ferrer fueron seguras y eficientes. El veterano Fernando Corena encamó a Don Bartolo con excelente línea y buena calidad vocal. Sin llegar al último grado de virtuosismo, la orquesta Ciudad de Barcelona tuvo una buena actuación bajo la batuta de Miklos Erdely.
Babelia
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