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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oscar Wilde: las máscaras del placer

La polémica figura de Oscar Wilde se incorpora a la ya nutrida galería de ilustres de la colección Conocer, en la que aparecieron los excelentes volúmenes de Savater sobre Nietzsche o el de Azúa sobre Baudelaire.Entre las muchas cosas que se podrían decir de este escritor, leído siempre en olor de escándalo, hay quizá una que destaca sobre las demás: Wilde fue un hombre de ingenio, que no es lo mismo que decir un hombre ingenioso. Su ingenio hizo posible que pudiera ser el ídolo de los estetas y el abanderado de los decadentes, escribiendo una de las prosas y uno de los versos paradójicamente más sencillos, más fáciles, más directos de la literatura inglesa de su tiempo. Ese mismo ingenio, que desbordaba en sus bromas, en sus epigramas o en su manera singularísima de vestir, lo hizo odioso para los mediocres, repulsivo para la infame caterva de frustrados, resentidos, envidiosos y demás enanos que suelen poblar los suburbios de la literatura y que a veces, muy transitoriamente, ocupan tronos temporales y tratan de imponer la efímera ley de los impostores. El mismo ingenio que lo hizo viajero penitente por las pesadillas de la condena y de la cárcel, el que le impidió huir cuando aún estaba a tiempo de hacerlo, manteniendo siempre en alto un sentimiento de inocencia, que nadie pudo desmentir hasta hoy. El mismo ingenio que hace que su literatura -descubierta una vez y recuperada siempre- sea una fuente de fascinación constante a la que pocos pueden resistirse.

Conocer Oscar Wilde y su obra

Luis Antonio de Villena. Dopesa. Barcelona, 1978.

La historia de Wilde, su yugo de infortunio, su gloria y su martirologio están reflejados por Luis Antonio de Villena a lo largo de este libro, que es apasionado, porque el ingenio, que es en definitiva una de las formas del genio, apasiona a los hombres inteligentes, que como decía Drieu La Rochelle, son todo pasión por el hecho mismo de su inteligencia. En Villena está ese hombre inteligente que no teme a sus pasiones y que gracias a esa identificación con la delicadeza, y por qué no con la nobleza de su forma de tomar partido, se distingue fácilmente del fanático idiota que no ve más allá de la evidencia. Villena hace gala de esa delicadeza en su estudio, y sobre todo cuando analiza con valentía la paedofilia que guió las relaciones amorosas de Wilde, y que tan edulcorada aparece siempre en la mayoría de sus biografías. La delicadeza que tampoco ahorrará cuando expone el sentido de lo trágico -tan amado por Wilde- y que quedará filtrado por el exégeta, mostrando siempre el drama del hombre y la máscara que oculta su realidad. Hablar así de un libro justamente apasionado, en el que las posibles identificaciones, los posibles guiños al lector avisado y la inevitable autobiografía en el texto de todo creador quedan marcadas sin estridencias, matizadas por una prosa poética que no se pierde en efusiones.

Villena nos expone el escenario completo con la minuciosidad del regidor de una obra compleja, en la que la ilusión buscará la credibilidad de la realidad y ésta la fascinación de la ficción. Y cuando va a caer el telón, Villena se pregunta por la verdadera naturaleza de su personaje: la respuesta cierra el libro, los límites, tiemblan, y el escritor queda como el esplendor de un drama: Mentira y verdad al mismo tiempo.

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