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Entrevista:

Alfonso Ungría: "«Gulliver» es una sátira contra la marginación

Ayer se estrenó en el cine Palace, de Madrid, la película Gulliver, del realizador Alfonso Ungría y que cuenta con Fernando Fernán Gómez y Yolanda Farr como principales intérpretes. El propio director explica a EL PAIS las razones que le llevaron a filmar esta obra de humor y algunas de las dificultades que más adelante surgieron con la censura.

Pregunta. ¿Cuáles son las líneas básicas del contenido de la película?Respuesta. A mí siempre me habían asombrado aquellas corridas bufas que organizaba El Chino Torero con su troupe de enanos. Cuanto más empitonaba el becerro a los pequeños hombrecillos, cuantas más volteretas y golpes les propinaba, más crecían las risas, el jolgorio, del respetable público. ¿Fiesta bárbara? ¿Sadismo colectivo? No; más bien, descubrí que la desfiguración de una imagen (trágica, en este caso: «la cogida») libera de la crueldad de su absurdo, y este descubrimiento gratificante se desborda en risa. Intentaré explicarlo mejor.

No tengo la menor duda del porqué, de entre los diversos sectores de marginados, los enanos son los que sufren la más, imposible integración social. ¿Se imaginan ustedes que un enano pudiera llegar a magistrado supremo, catedrático, presidente de la Generalidad o hasta ser elegido sumo pontífice? ¿Se lo imaginan dirimiendo el juicio Matesa, presentando un programa de gobierno en las Cortes o repartiendo bendiciones Urbi et Orbi desde el Vaticano?

Pues, eso. Es el único de los marginados que sólo con su presencia, a la cabeza de cualquier institución, haría tambalear sus principales cimientos (su prestigio, en primer lugar). Y las instituciones se cuidan.

De esto trata mi película Gulliver. Su contenido está únicamente en su imagen, la imagen de los enanos, sus personajes.

P. ¿Cómo surgió ni más adelante tomó cuerpo la idea de hacer la película?

R. Yo le dije al amigo Fernán Gómez -ibamos a escribir el guión-: Mira, yo quisiera hacer una versión original del Gulliver de Jonathan Swift, actuada por enanos, para que la sátira social de la obra sea más evidente. Creo que al transformar lafábula en una historia realista, ganará.

Como lo primordial era lo satírico, el trabajo se centraba en crear una gran variedad de «situaciones». El argumento conductor era lo de menos. Cuanto más sencillo, costumbrista y popular, mejor. Yo propuse uno: una comunidad de enanos, a la que llega el hombre «normal», y en la que se obedece a un jefecillo autoritario.

¡Cuidado! -exclamó Fernando- Si hay una comunidad y algo parecido a un dictador y luego pasa esto y lo otro. ¿Por qué? -pregunté, ingenuo-. Por los críticos -me respondió, con irónica sabiduría-. Pero no vamos a empezar a preocuparnos por los críticos -protesté con juvenil audacia-. Cuando digo «los críticos» -argumentó- no me refiero a «la crítica», sino al «crítico» que todo espectador lleva dentro, al sagaz analista que se esfuerza por descubrir, interpretar y clasificar cualquier sutileza, símbolo o mensaje encubierto tras la ingenua fachada que falazmente presenta toda película, en algún modo, diferente. Ah, y, eso, ¿es tremendo? -susurró asustado-. ¡Tremendo! -sentenció Fernando- Mira, Alfonso, el éxito de una película se basa en la publicidad «boca a boca», o sea, las recomendaciones personales. Si uno llega a su casa y dice que ha visto una película muy emocionante, o muy misteriosa o muy divertida, toda la familia se apresurará a «no perderse» el espectáculo. Pero si uno llega disertando sobre los interesantes intringulis que, desde la pantalla, desafían nuestro espíritu, lo más seguro es que sólo un muermo como Felipin, el primo gafotas, se decida a acudir al cine. ¡Coño! -exclamé-, habrá que andar con cuidado.

P. ¿Hubo incidentes durante el rodaje y después del mismo?

R. Mientras rodamos la película, estuvimos varias semanas en un pueblo, abandonado, aislado por las aguas. Y toda nuestra vida la dominaban más de treinta enanos, tan fantásticos actores como personas. Yo les quería, al igual que mi ayudante Rafael Feo, el operador J. L. Alcaine y el cámara Antonio Cuevas, con los que a veces rememoro aquellos días que nunca olvidaremos.

Y va Marciano de la Fuente -el censor- y dice: Nada, nada, que hay que cortar, que hay que cortar esto y lo otro y lo de más allá. Pero, hombre -intento replicar-, si todo está tratado con el mayor refinamiento... ¡Una refinada cochinada! -aulla- ¡A cortar! ¡A cortar!

Y comienza el tira y afloja. (Pero, señor, déjenos estos pocosfotogramas. Si en la película de la Warner, que ponen en tal cine, lo han dejado pasar y ... ). Entrevistas, oficios, suplicatorios, sin fin.

Luego había unos empresarios que decían: Hombre, ahora no podemos estrenarla porque sacamos «Tiburón », ya sabes. Claro, claro. Y pasaba el tiempo. Y después tenían un compromiso con la Paramount para ponerles, ya sabes. Claro, por supuesto. Y más tarde: Chico, lo que ahora quiere la gente es hartarse del culo de la Emmanuelle, de las tetas de la otra, ya sabes. ¡No voy a saber!

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