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Massanet: surrealista ampurdanés

Salvador Dalí no es invasor vertical, irrepetible delirio paranoico de la raza, una vez creado el cual se rompiera el molde, sino producto de la tierra, cumbre y cinosura de un substrato delirante que se mide, como las montañas, por el punto más alto.Hay un surrealismo ampurdanés que arropa y explica el fenómeno Dalí, producto de una tierra que ha dado un Esteve Francés, surrealista de Port-Bou; un Angel Planells, de Cadaqués, que en 1936 exponía en Londres invitado por Bretón; una Angeles Santos Torroella, que pintó, antes de casarse, magníficos lienzos surrealistas; un Evarist Vallés, que forma en los cuarenta el grupo Indika, y un Joan Massanet, farmacéutico de La Escala, cuya obra se presenta ahora en exposición antológica en la casa-museo La Fontana d'Or, del barrio antiguo de Gerona.

Afincado en su pueblo de La Escala, frente a las ruinas de la ciudad griega de Ampurias, atendiendo a su farmacia, ilustrado por revistas europeas, con algún viaje a Italia y Francia, Massanet elabora una obra personalísima, que corre paralela a la de Dalí y que, como las paralelas, no se distancia, pero tampoco se encuentra. Massanet encontró a Dalí en 1927 en un baile de disfraces del casino de Figueras, y de ahí nació una relación esporádica y simétrica en la cual las vidas de ambos, homólogas en su pura cepa ampurdanesa, son polos opuestos: Dalí universal, cosmopolita, viajero; Massanet local, arraigado, sedentario. ¿Por qué el surrealismo, flor tardía de la sofisticación dadá, encuentra en el Ampurdán terreno tan propicio? Parece ser precisamente por eso: por el terreno.

Dice Lawrence Durrel en un espléndido ensayo titulado Spirit of Place, que, tras mucho viajar y vivir en diversos lugares, llegó a la conclusión de que el carácter es casi función del paraje, que el factor determinante de una cultura es el espíritu de lugar, genius loci del que ya hablaban los antiguos. Así como un viñedo da siempre el mismo vino, con características específicas, así España, Italia o Grecia dan siempre el mismo tipo de cultura, se expresan por medio del ser humano del mismo modo que un territorio a través de sus flores.

Esta hipótesis parece explicar el caso del surrealismo y el Ampurdán: los pintores surrealistas proliferan en el Ampurdán porque el paisaje abona la sensibilidad surrealista. El Ampurdán es un don de luz, cambiante a cada momento, que transforma los espacios en cámaras cerradas, páramos abiertos, recodos íntimos, cielos inmensos; transforma los perfiles de cartílagos quietos a volutas invisibles, de objetos recortados a celajes de bruma. Metamorfosis de la luz en el Ampurdán, debidos a la apertura de su espacio por el que inciden a placer los rayos de sol, desde que sale por el mar hasta ocultarse en el Pirineo; y entre lo uno y lo otro, qué de cambios, incidencias, sobresaltos, desapariciones, acechamientos, tras nubes, collados, reflejos, follajes, espejos efectos del viento. La luz del Ampurdán es un puro movimiento que alcanza su apoteosis, nuevo vestido de dios, en días de tramontana.

De la tramontana poco podemos hablar: quien la ha probado, sabe y el que no, como si oyera llover José Plá la llama aberración cósmica y la increpa duramente pero lo cierto es que la gente, aquí desea la tramontana, que limpia seca y«da esplendor a todas las casas, cabezas y campanarios de este país milenario: olivos, alberas verderas, vilasacras, lucernarios, notarios y seminarios relucen como iluminados cuando sopla la tramontana.

En este espacio, así transfigurado, los objetos se presentan con aquella inquietante solidez ingrávida que tienen los cuadros surrealistas. Todo está como fuera de su contexto, en el espacio del sueño, que aquí es la realidad desencajada por el viento. El viento da al paisaje del Ampurdán aquella sensación de pérdida de referencias que el sueño da al espacio mental del subconsciente; y las nubes se recortan en el cielo, los acantilados en el mar, con precisión empalagosa super-real, surrealista.

Surrealismo en Cataluña es Ampurdán y Reus, Gaudí y Dalí; en catalán dalí significa anhelar y gaudí gozar. Dijo Dalí una vez que si a las parcas del Partenón se les abrieran puertas y ventanas se obtendría la Pedrera de Gaudí: la ventana gaudiana del clasicismo es el surrealismo, puerta en la parca del arte griego que arrastra al destino del arte hacia las profundidades del subconsciente freudiano oculto en el fondo del Partenón.

Massanet no va a la zaga en este anhelo delirante de Cataluña hacia la sobrerrealidad; el realismo mediterráneo alcanza con Massanet en el Ampurdán un arraigo autóctono no erosionado por estancias en París, marchands, ni concesiones de cara a galerías cosmopolitas: aquí está el superrealista delirio del Ampurdán en su estado puro, con todo lo que tiene de naive, de propio, de duro. Los temas son el espacio, el ine-vitable litoral, Montgó y Ampurias, las apariciones, como de sueño, en el cielo, las mezcolanzas de quijotes, toreros, monjes, templetes, pechos, cabezas, volutas de capitel griego. Los primeros cuadros fueron pintados en 1920 con un cubismo que mira hacia el dadá de Kurt Schviters y experimenta en el collage; surrealismo hacia 1926 que se mantiene, con dos etapas diferenciadas, separadas por la guerra, hasta 1959, en que empieza una etapa de texturas y malerias abstractas que, inspiradas en Tapies, alcanzan en muchos casos las calidades de éste, a quien superan en riqueza cromática y duración, ya que Massanet, por su oficio, era diestro alquimista preparador de tierras. Una fase final de síntesis y recopilación culminada en el cuadro titulado L´Hypnose, extraordinaria obra de collage, materias y óleo que nos muestra a Massanet, el año mismo de morir, en plena maestría de su talento.

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