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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Discurso y poesía

El discurrir poético grave, pausado y dramático es una invención de Robert Browning para esconderse después de la interminable confesión de su obra «Paulina». Es una estratagema de la razón para disfrazar el sentimiento, Fórmula británica que heleniza, más tarde, Ezra Pound. La revolución soviética lanza las palomas al aire y crea el discurso libertador, anárquico, de Maiakowsky, la revolución poética, la libertad formal. Sus poemas son mensajes, oriflamas al futuro del universo. Más tarde, entre nosotros, César Vallejo, sin innovar el tropo ni la metáfora, canta a los voluntarios de España con un discurso grave, hondo, metafísico. Vicente Aleixandre disuelve la razón entre los bosques en su panteísta discurso atmosférico de la destrucción o el amor. Gabriel Celaya, en «Episodios nacionales», nos narra los azares del hombre durante la guerra civil y la posguerra, rasgando el discurso en canto, el cuento en poesía.El rostro en el espejo pertenece a este linaje de poesía discursiva que fluye, meditando, y se arrebata, fluyendo. Claro está, para acertar poéticamente con esta fórmula amplia de desarrollo poético, es necesario saber mantener la corriente de conciencia, el río continuo de la exaltación poética. Veamos si Javier Villán lo consigue. Un espejo nos revela un rostro, unos labios, unos ojos que miran. Pero el rostro que nos ofrece el espejo no es un verdadero rostro, «por eso, este imposible diálogo del espejo y mi rostro», dice el poeta. El sufrimiento descompone el rostro como las caras azufradas de las brujas goyescas. Aunque el rostro es una máscara, ésta no nos disimula porque es también un verdadero rostro. ¿Qué es, al fin y al cabo, la identidad personal? No tenemos un yo único, sino múltiples máscaras que nos desfiguran, «porque nunca, en verdad, tuvimos rostro». «Mil rostros sucesivos y desarraigados". Pero ¿es la tierra ésta España nuestra que nos condena a sufrir, a perder el rostro? No es por una condenación metafísica que carecemos de identidad propia. En este discurso poético de Javier Villán constituye un acierto la concordancia entre la contingencia terrestre, la anécdota personal y la abstracción poética. Y la fluidez poética conserva intacta esta idealización impersonal de su circunstancia íntima. De esta forma, eleva a razón universal el patetismo sentimental, a veces excesivo, de su discurso poético. Y sus razones nos convencen de la verdad de su sentir: «Para vivir, moríamos / pero era nuestra muerte / pero era nuestro miedo / pero era nuestra sangre.» Se puede vivir desviviéndose, pero salvando el decoro, la dignidad, la condecoración oculta, las medallas, «negando, afirmando», «morir para vivir tiernamente malvados». Así, para seguir viviendo, es necesario morir o cerrarse los ojos, para despertar. «Todo hubo que, aprenderlo, descubrirlo, sepultar... lo que nos enseñaban.»

El rostro en el espejo

Javier Villán. Colectivo 24 de Enero. Madrid, 1978.

Y aquí están el poeta y los jóvenes hombres que se escon dieron en las catacumbas de la clandestinidad sombría, pequeña muerte del alma, de la que emergieron vivos, «no nos hemos muerto por más que nos mataran». ¿Quién es culpable de la desdicha de una infancia y de una juventud? Nadie y todos. Quizá, «pero no eran los ríos ni era el viento, era la urgencia fugazmente traslúcida, tiernamente indecisa de la melancolía». ¿Cabe una mejór y más exacta definición poética de un estado pasajero de la tristeza?

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