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El discurso del método

Juan Luis Cebrián

La afición de las gentes por los hitos históricos, y el exceso de efemérides en nuestro calendario, no deben empañar la importancia de la fecha de hoy. Hoy, en efecto, se inaugura de facto una legislatura de las Cortes españolas. La primera desde hace casi medio siglo que es fruto de unas elecciones realizadas al amparo de una Constitución democrática. La existencia de un partido gubernamental fuerte y casi mayoritario y de una oposición de Izquierdas prioritariamente representada por los socialistas añade, además, al panorama las condiciones básicas de un régimen estable. Por eso mismo, hoy la clase política estrena corbata y cuello duro. No se lo han de quitar en casi una generación. Durante los próximos lustros, el cabello esculpido a la navaja de la UCD, la rancia severidad vestimental de los comunistas, los olores a incienso y azufre de los nacionalismos y el íntimo y risueño desparpajo del PSOE, nos van a acompañar a los españoles en un turnarse incierto de las mismas caras, los mismos apellidos, las mismas infinitas, aburridas, pláticas.Algunas cosas deberíamos haber aprendido ya. Algunas deberían saber los excelentísimos señores diputados que hoy toman su escaño. Por ejemplo, que la política no es coto cerrado para profesionales, aunque los ciudadanos necesitamos de los profesionales de la política. O, por mejor decir: ser diputado no es ningún cargo, pero tampoco una carga que se asume con fingida resignación «para el bien del país». Es nada más que una función concreta: elaborar leyes y controlar la acción del ejecutivo. Unos, apoyándola, otros criticándola. Pero la política no es, no debe ser, un espectáculo para iniciados y, claro, tampoco me voy a poner yo a definir ahora lo que es la política. Sí podemos, en cambio, definir lo que no es, lo que el pueblo no quiere que sea, aquello en lo que no se puede convertir: un juego de palabras, una esgrima de salón, un baile de máscaras o de ritual. La política, se supone, es hacer cosas -y no encuentro a mano una expresión más vulgar y menos definitoria, crear compromisos. Si se ha dicho que es un arte, y no una ciencia, es porque se somete a las leyes atrabiliarias del genio, la oportunidad, a intuición, el riesgo, la imaginación, la creatividad. Hacer política es decidir, pensar, emprender, hasta combatir. Y aquí, a la postre, llevamos tiempo sin decidir nada. Por mejor decir de nuevo: llevamos tiempo decidiendo métodos, terrenos de juego, calendarios para los partidos. El balón espera en el campo, entre escéptico y dormido, a que alguien se atreva a darle el primer impulso.

Pero todo es en vano. La victoriosa UCD busca una investidura honorable, más que honorable, de brindar con champán. «Ahora vamos a gobernar mucho tiempo», dicen sus hombres, y se pelean por los puestos, porque son puestos para cuatro años. Qué digo para cuatro, para ocho, para muchos más. Los socialistas anuncian: «Ahora se van a enterar de lo que es la oposición.» Constructiva, por si fuera poco. Nuestra fe es, gracias a Dios, todavía mayor que nuestro razonamiento. Todavía queremos pensar que tenemos un Parlamento hecho de políticos, y no de juristas; de políticos, y no de tecnócratas; de políticos, y no de intrigantes; de políticos, y no de jesuitas; y que me perdonen los jesuitas, que ya podrían dar, por otra parte, a los señores diputados alguna que otra lección de política. Ya sabemos lo que significa consenso, pacto, reforma, ruptura, mesa y hasta comenzamos a enteramos de para qué vale la Junta de Portavoces. ¿Portavoces de qué? ¿De reglamentos de enmiendas, de addendas, de alusiones, de señorías, de palabras? Siempre las palabras. He aquí que estamos escribiendo un artículo a base de palabras contra las palabras, de razones contra el exceso de razones. Un artículo para decir: excelentísimos señores diputados, con la venia, les hemos elegido para que unos gobiernen y otros critiquen cómo lo hacen. Sabemos lo que es la democracia, el turno, el Parlamento, la investidura. ¡La investidura! ¿Pero alguien duda de que el próximo presidente del Gabinete va a ser el señor Suárez? Pues que lo sea, caramba, que lo sea, pero no aspiren a que el pueblo se apasione con estas cosas investimentales, o con el destino final del señor Ordóñez. Una vez comprendido que tendremos un Gobierno monocolor de la UCD, poco importa el cambalache de los coches oficiales. Este país tiene temas concretos y urgentes a abordar, y no son ni la composición del Gabinete ni la solemnidad de su proclamación. Espera respuestas a sus interrogantes, incluso aunque sean respuestas equivocadas, porque espera también que haya quien lo diga en las Cortes, quien esté dispuesto a demostrar que hay otras soluciones.

Adolfo Marsillach escribe en el dominical de este periódico una sección alrededor de su ombligo.

La realidad es que aquí estamos todos girando alrededor del ombligo de otro Adolfo. Pero no es una cuestión de apellidos. Es una cuestión de toda la clase política: de su composición y de sus aspiraciones. Entre todos hemos hecho la transición, pero no podemos estar permanentemente en el discurso del método. O el método sirve para algo o pereceremos, lenta e inútilmente, con él.

Resulta que cuando Sadat dice que nos visita, y luego no nos visita, peligra la paz en el Próximo Oriente, hay cambios en Marruecos que ignoramos cómo nos pueden afectar, siguen deteniendo a nuestros pesqueros, las cifras de paro y de inflación aumentan, como seguramente el precio de la gasolina, hay un deterioro creciente en la seguridad ciudadana, un aumento de la delincuencia y una incógnita cada día más grande, cada día más urgente de ser abordada, sobre el futuro del País Vasco, la ejecutiva de UCD se reúne para darnos a conocer las últimas combinaciones de la quiniela del Poder. Son tan poco interesantes que ni siquiera se cruzan apuestas.

Por si acaso, la oposición recurre al surrealismo. No pide que Suárez vaya a Bilbao o a San Sebastián, que se entreviste con Leizaola, que parlamente con Hassan, que se defina sobre Israel, que explique cuál es la situación de la economía, que depure al señor Conesa -esto de Conesa ha dejado de ser una obsesión para convertirse en un impétigo- No, lo que pide la oposición socialista es que siga siendo presidente del Congreso el señor Alvarez Miranda, aun cuando ellos mismos presenten un candidato propio al puesto.

La situación comienza así a parecerse demasiado al pasado. ¿Habremos hecho un viaje desde el cero hasta el infinito? Los políticos del poder no hablan gran cosa, por si acaso se equivocan y no les nombran algo. Nos prometían un modelo de sociedad, pero están discutiendo sobre la cilindrada de los automóviles a los que tendrán derecho. Los políticos del contrapoder nos anuncian que van a tirar de la manta. Bajo la manta ha aparecido la sábana. Estamos como estábamos: en medio de una algarabía de palabras que componen un ingente, redondo, abrumador silencio.

Pienso que éste es un buen día para meditar sobre estas cosas. Un día para pedir a los partidos, y muy especialmente a los mayoritarios, que tengan también ellos su jornada de reflexión. Sobre este punto: cada fecha que pasa sin una actividad política real, sin un gobernar efectivo y una oposición auténtica, se agiganta el foso entre la España oficial y la del pueblo. No se diga que estamos en campaña de las municipales y es imposible hacer de otro modo, porque la abstención en las próximas elecciones puede ser aún superior a la de las legislativas. Y la razón no resultará otra que el escepticismo creciente de la sociedad ante la clase política. Ante las personas, no ante el sistema. Corremos el peligro cierto de reproducir las lacras del parlamentarismo decimonónico y burgués, sin apenas ninguna de sus virtudes, porque ni siquiera nos regalan la oportunidad de oír discursos que merezcan la pena. Antaño, las gentes se quejaban de la hueca oratoria de sus representantes. Ahora, ni la oratoria queda. Sólo declaraciones en los periódicos y quejas de los líderes por el tamaño de las fotos. ¿Hasta cuándo?

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