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Tras la renuncia de Osman, el nuevo Gobierno marroquí tendrá que contar con la oposición

Ahmed Osman, el hombre que presidió los dos últimos Gobiernos marroquíes desde 1972 y que accedió a ese cargo para promover en nombre de La monarquía la apertura democrática iniciada en aquella fecha después de dos atentados contra Hassan II, dimitió ayer y se consagrará en el futuro a darle auténtica forma de partido a la Agrupación Nacional de los Independientes, que aspira a ser la base del sistema político marroquí.

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Su renuncia, que parecía inevitable después del discurso real del 3 de marzo, en el que se anunció la creación de un Consejo Nacional de Defensa y se pidió la colaboración y participación a todos los «grupos y tendencias políticas organizadas», deberá dejar paso a un Gobierno que permita, ya sea la participación en el de la principal fuerza de oposición marroquí, la Unión Socialista de Fuerzas Populares, o la aplicación de un programa político que los socialistas puedan más o menos compartir y refrendar.

El nuevo Gobierno que se forme en Rabat, que llegará al poder en condiciones de práctica «emergencia nacional», tendrá a su cargo la difícil tarea de salir del actual atolladero en que se encuentra Marruecos en el Sahara y en sus relaciones con Argelia. Ayer mismo, cuando se anunciaba la renuncia del primer ministro, la prensa de Rabat informaba a grandes titulares sobre la posibilidad de «una inminente agresión argelina» o dicho con otras palabras, de un posible enfrentamiento armado con Argelia. Todos los partidos políticos marroquíes, principalmente los socialistas y comunistas -aparte, naturalmente, del partido gobernante-, se mostraron solidarios con la intención del rey Hassan II de mantener una actitud firme en lo que respecta a la guerra del Sahara y al posible enfrentamiento con Argelia, a la que se responsabiliza directamente por la situación imperante en la antigua colonia española.

A pesar de las apariencias, la salida de Osman no es simplemente para dar paso a una especie de «Gabinete de guerra». Si la situación en el Sahara es preocupante para Marruecos e insostenible, como reconociera el propio monarca en su discurso del pasado 3 de marzo, los problemas internos, fundamentalmente económicos, son también importantes.

La oposición marroquí entiende que existe una relación estrecha entre ambos problemas y probablemente ha logrado concesiones importantes en el terreno de las libertades públicas y sociales, ahora que se lanza a apoyar una política de firmeza que exigirá de ellos actitudes incómodas frente a su electorado, llamado a nuevos sacrificios para hacer frente a cualquier contingencia con Argelia.

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¿Socialistas al poder?

En los medios políticos de Rabat se especula de nuevo con la posible entrada de los socialistas en el poder y se piensa incluso que el secretario general de la USFP, Abderrahim Ruabid, podría formar parte del nuevo Gobierno, quizá al frente de la importante cartera de Relaciones Exteriores. Naturalmente esto necesitaría importantes discusiones con el partido del Istiqlal, cuyo presidente, Mohamed Bucetta, es actualmente titular de dicha cartera. Otro candidato para Exteriores es el ex embajador en Madrid, Abdellatif Filali, que tiene la ventaja de ser un experto en el tema del Sahara. Dos hombres, Ahmed Reda Guedira y Abdelhadi Butaleb, recogen la mayor parte de los votos de los observadores políticos como posibles futuros primeros ministros. Reda Guedira, consejero personal de Hassan II, es probablemente el hombre más influyente de Marruecos después del monarca y el gran estratega de la política marroquí. Su nombramiento como primer ministro sólo equivaldría a responsabilizarle públicamente con el poder. pues en realidad actualínente es una especie de superprimer ministro. Su candidatura no sería inaceptable para la oposición marroquí, pues Guedira dejó el poder precisamente por oposición a la actitud del general Oufkir con respecto a la Unión Nacional de Estudiantes Marroquíes.

Abdelhadi Butaleb, consejero real hasta hace unos meses, y actualmente ministro de Información, es igualmente un hombre estrechamente ligado a palacio y aceptable para la oposición. Su antigua militancia en la Unión Nacional de Fuerzas Populares (UNFP), antes de que ésta se escindiera, le garantiza una cierta aceptación de los socialistas.

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